SERPIENTES Y ESCALERAS
Salvador García Soto
Fue, por lo menos, una reunión inédita. “Histórica”, decían algunos. Lo cierto es que fue el encuentro de dos poderes, uno constitucional y el otro poder de facto, que sentados frente a frente y en cuatro horas de debate intenso, pasaron de la cortesía a la tensión, del protocolo a la amenaza, de la pregunta crítica al ataque directo; para al final ejercer la tolerancia y el diálogo, aunque para algunos fue “diálogo de sordos”.
Hasta la torre del Caballito, decididos a ser escuchados, llegaron los 10 hombres de los medios electrónicos más influyentes. Nombres y apellidos de peso en la industria: Francisco Ibarra, Carlos Aguirre, Rogerio Azcárraga, Javier Tejado, Ernesto Vidal, Tristán Canales, Javier Mérida y Luis Armando Melgar; todos encabezados por Enrique Pereda, de la CIRT.
Con ellos llegó la batería pesada de la opinión electrónica: Joaquín López Dóriga, Ciro Gómez Leyva, Carlos Loret, Denise Maerker, Javier Alatorre, José Cárdenas, Pablo Hiriart, Guillermo Ortega, Sergio Sarmiento. Conductores, opinadores, periodistas cuya presencia tenía doble sentido: para muchos era ir a defender su trabajo y evitar que la reforma electoral limitara la libertad de expresión; para los concesionarios de la industria era una muestra de fuerza, usar esos nombres, voces y rostros para presionar a los senadores.
A las dos de la tarde los senadores llegaron a recibir la inusual visita. En la larga mesa ovalada se hicieron dos bandos: al lado derecho se ubicaron los dueños y directivos de medios y, con ellos, la batería de nombres mediáticos; del lado izquierdo, los senadores de todos los partidos. Jesús Murillo Karam, Alejandro Zapata y Ricardo Monreal llevaron la voz cantante junto a Dante Delgado y los verdes Arturo Escobar y Manuel Velasco.
Los poderosos radiodifusores marcaron desde al arranque el tono fuerte de la reunión. Rogerio Azcárraga habló de los “tiempos oficiales” para las campañas y la tachó de ser una “medida expropiatoria” porque tomarán tres minutos diarios de los mejores horarios de la radio y la televisión, afectando su tiempo de mayor venta. Francisco Ibarra recordó los tiempos de la censura del régimen priísta y lo comparó con algunos postulados de la reforma. “Yo creí que esas épocas ya estaban superadas”.
La discusión se centró en el artículo 41, párrafo tercero, de las reformas constitucionales. La prohibición para “difundir mensajes” de carácter político, fue tachada de grave agresión a la libertad de expresión y al trabajo de los informadores. Joaquín López Dóriga, que se presentó como “un simple reportero”, apuntó el riesgo autoritario de ese artículo; lo secundó Javier Alatorre, que aprovechó para cuestionar a los senadores por no incluir las candidaturas ciudadanas en la reforma.
Hasta ahí, la reunión transcurría bien; los senadores respondieron la primera ronda de preguntas con evasivas y generalidades. Vino la segunda ronda. Carlos Aguirre había pedido a los senadores que no los vieran sólo como “los mercantilistas que van a defender su dinero”. Le siguió el conductor Pedro Ferriz de Con y la tensión empezó a crecer con sus palabras:
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“No venimos a dialogar, sino a reaccionar contra ustedes”, abrió el conductor instalado en gatillero: “Ustedes están tomando por asalto al país. El país es suyo. Dicen que se autolimitan, pero eso sólo una postura pueril y ridícula... los que frenan al país son ustedes”.
Cuando Ferriz terminó, hubo un silencio pesado en el salón. Algunos aplaudieron tímidamente. Las caras de los radiodifusores se veían extrañadas. Ferriz se acercó a donde estaba sentado López Dóriga y lo cogió del hombro, como buscando su aprobación. Joaquín volteó hacia un lado, mientras tomaba agua de su botella; Javier Alatorre rescató la mano de Ferriz, que se quedó en el aire.
La reunión se tensó. Dos horas y 14 oradores más, el encuentro terminó sin acuerdos. Apenas salieron del edificio los hombres más poderosos de los medios electrónicos, los senadores se encerraron a votar y a aprobar el dictamen electoral. Fueron cuatro horas de palabras que no tuvieron eco; el intercambio de dos poderes que, a pesar de tanto diálogo, de críticas, señalamientos y hasta alguna descalificación, nunca se acercaron.