LO QUE OCULTAN LOS ARCHIVOS MUERTOS DEL GOBIERNO FEDERAL
Por Lorenzo Meyer
Para una persona normal, pocas cosas pueden tener menos sex appeal que los “archivos muertos” de la burocracia gubernamental. Esa memoria de papel puede destruirse –lo que ocurre con mucha frecuencia– o puede guardarse lejos del ajetreo cotidiano y acumular polvo y olvido. Sin embargo, hay una tercera posibilidad: que algunos de esos papeles, gracias a la intervención del investigador, retornen al mundo de los vivos para descubrirnos elementos del pasado que pueden explicarnos aspectos del presente e incluso incidir sobre el futuro.
[…] El eslabón más reciente en este interrogatorio del presente a los “archivos muertos” que están muy vivos, es obra de un periodista, Jacinto Rodríguez Munguía: La otra guerra secreta. Los archivos prohibidos de la prensa y el poder (México, Random House Mondadori, 2007).
El corazón de las tinieblas.- Los documentos de la Secretaría de Gobernación que Rodríguez Munguía recuperó del Archivo General de la Nación, corresponden al “corazón de las tinieblas” –para recordar a Joseph Conrad–, del México de 1960 a 1970: a la Dirección Federal de Seguridad (DFS) y a la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales (DIPS).
[…] Explorar La otra guerra secreta de la misma manera que su autor lo hizo con los archivos que consultó, nos lleva a encontrarnos con la parte más “teórica” o “filosófica” del autoritarismo en su relación con la prensa, el tema central del libro. Esa “teoría” la constituye un par de documentos, uno de autor desconocido y otro de Jorge Joseph Piedra, donde se proponen y se someten a crítica, desde dentro, varios aspectos muy precisos del ejercicio del poder autoritario en materia de imagen.
El primer documento es todo un tratado de propaganda política –41 folios, Fondo DIPS, caja 2998– cuyas recomendaciones, de aplicarse a fondo, se asegura, permitirían al PRI hacer un mejor uso institucional y sistemático de todos los medios de comunicación disponibles –prensa, radio, televisión, cine, teatro, ediciones oficiales, carteles y relaciones públicas. Si se lo propone, asegura el anónimo autor a la Secretaría de Gobernación de los años 1960, el régimen mexicano bien podría alcanzar su ideal: una “Tiranía Invisible” (¿“la dictadura perfecta”?).
Esa tiranía mantendría las formas democráticas a la vez que permitiría al gobierno un “control popular” eficaz sin recurrir al uso de la violencia y el terror. Se trataba, en suma, de las síntesis de las reglas de un “arte” que, mediante el control de la comunicación –desde la noticia hasta el rumor– instalara en el subconsciente de los mexicanos las ideas de legitimidad, respeto y obediencia a la autoridad establecida.
El otro documento, firmado el 7 de agosto de 1968 por Jorge Joseph Piedra en su calidad de agente confidencial de la Secretaría de la Presidencia –Fondo DIPS, caja 2012–, es un análisis menos teórico pero más directo sobre los errores que se habían cometido en la forma en que se había reprimido hasta ese momento al movimiento estudiantil y que deberían evitarse en el futuro. No es nada excepcional, pero enumera 10 descuidos del poder que habían llevado a que un conflicto secundario se transformara en una crisis política. Piedra, usando básicamente el sentido común, sostenía que autoridades civiles y militares habían resultado incapaces de hacer un uso fino de sus instrumentos de fuerza y su brutalidad había complicado innecesariamente el control de la rebeldía estudiantil. Lo que ocurriría después, permite suponer que las ideas en torno a la propaganda ofrecidas por el autor anónimo fueron más o menos puestas en práctica, pero no las segundas. La brutalidad aumentó al punto que el 2 de octubre aún no se olvida. En suma, el mecanismo de control –la propaganda– tuvo éxito pero el mecanismo de autocontrol –limitar el uso de la fuerza– no.
Otros de los documentos encontrados por Rodríguez Munguía confirman algo que ya se sabe pero que no está de más reconfirmar: el uso del dinero público para subsidiar y controlar publicaciones, aunque las cantidades muestran que periódicos y periodistas resultaron baratos. Una nómina con 29 entradas identifica con nombre y apellido o por título de publicación –que van de Excélsior hasta el ya citado Jorge Joseph Piedra– a los beneficiados por los subsidios del gobierno (pp. 348-349).
La materia prima de la prensa, el papel, es otro elemento discutido en estos documentos. El autor se detiene en el caso de Manuel Marcué Pardiñas y su revista Política, el principal órgano de crítica al régimen en la década de los sesenta. De Marcué el poder lo sabía casi todo por la vía del espionaje –desde su ideología hasta sus enfermedades. Y fue mediante el estrangulamiento en el suministro de papel, como el gobierno logró que finalmente esa revista, que tiraba 25 mil ejemplares y articulaba el punto de vista de la izquierda, dejara de existir a partir de diciembre de 1967. Al año siguiente el director de Política entraría a prisión y de ahí no saldría sino hasta 1971 […]
Desde luego que el conocimiento puntual de lo que Marcué y otros miles de mexicanos hacían y decían, apunta a un gran sistema de espionaje interno: los infiltrados en reuniones, las conversaciones telefónicas interceptadas o simplemente grabadas por los funcionarios encargados del control político, etcétera.
La conclusión.- Para Rodríguez Munguía, la importancia de estos documentos no es que retraten la voluntad autoritaria del régimen priísta, sino que prueban la voluntad de los medios de dejarse corromper, de llegar a un servilismo tan ridículo como el de Emilio Azcárraga Vidaurreta que, por escrito, agradeció un regaño que le hizo Gobernación por la manera en que un conductor de Televisa (Paco Malgesto) abordó temas de sexualidad –DIPS, caja 2961/A–. No deja de tener su gracia que Gobernación se dijera escandalizada por el sexo mientras practicaba el espionaje, la represión y, llegado el caso, el asesinato.
No hace mucho, Jesús Silva Herzog, ex secretario de Hacienda, se preguntaba por qué la cobertura que la televisión había dado al último congreso del PRD había sido tan pobre a pesar de que el evento fue “trascendente para la vida del país” (La Jornada, 22 de agosto). La otra guerra secreta tiene la respuesta para el ex secretario: porque el antiguo sistema aún vive.
Para una persona normal, pocas cosas pueden tener menos sex appeal que los “archivos muertos” de la burocracia gubernamental. Esa memoria de papel puede destruirse –lo que ocurre con mucha frecuencia– o puede guardarse lejos del ajetreo cotidiano y acumular polvo y olvido. Sin embargo, hay una tercera posibilidad: que algunos de esos papeles, gracias a la intervención del investigador, retornen al mundo de los vivos para descubrirnos elementos del pasado que pueden explicarnos aspectos del presente e incluso incidir sobre el futuro.
[…] El eslabón más reciente en este interrogatorio del presente a los “archivos muertos” que están muy vivos, es obra de un periodista, Jacinto Rodríguez Munguía: La otra guerra secreta. Los archivos prohibidos de la prensa y el poder (México, Random House Mondadori, 2007).
El corazón de las tinieblas.- Los documentos de la Secretaría de Gobernación que Rodríguez Munguía recuperó del Archivo General de la Nación, corresponden al “corazón de las tinieblas” –para recordar a Joseph Conrad–, del México de 1960 a 1970: a la Dirección Federal de Seguridad (DFS) y a la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales (DIPS).
[…] Explorar La otra guerra secreta de la misma manera que su autor lo hizo con los archivos que consultó, nos lleva a encontrarnos con la parte más “teórica” o “filosófica” del autoritarismo en su relación con la prensa, el tema central del libro. Esa “teoría” la constituye un par de documentos, uno de autor desconocido y otro de Jorge Joseph Piedra, donde se proponen y se someten a crítica, desde dentro, varios aspectos muy precisos del ejercicio del poder autoritario en materia de imagen.
El primer documento es todo un tratado de propaganda política –41 folios, Fondo DIPS, caja 2998– cuyas recomendaciones, de aplicarse a fondo, se asegura, permitirían al PRI hacer un mejor uso institucional y sistemático de todos los medios de comunicación disponibles –prensa, radio, televisión, cine, teatro, ediciones oficiales, carteles y relaciones públicas. Si se lo propone, asegura el anónimo autor a la Secretaría de Gobernación de los años 1960, el régimen mexicano bien podría alcanzar su ideal: una “Tiranía Invisible” (¿“la dictadura perfecta”?).
Esa tiranía mantendría las formas democráticas a la vez que permitiría al gobierno un “control popular” eficaz sin recurrir al uso de la violencia y el terror. Se trataba, en suma, de las síntesis de las reglas de un “arte” que, mediante el control de la comunicación –desde la noticia hasta el rumor– instalara en el subconsciente de los mexicanos las ideas de legitimidad, respeto y obediencia a la autoridad establecida.
El otro documento, firmado el 7 de agosto de 1968 por Jorge Joseph Piedra en su calidad de agente confidencial de la Secretaría de la Presidencia –Fondo DIPS, caja 2012–, es un análisis menos teórico pero más directo sobre los errores que se habían cometido en la forma en que se había reprimido hasta ese momento al movimiento estudiantil y que deberían evitarse en el futuro. No es nada excepcional, pero enumera 10 descuidos del poder que habían llevado a que un conflicto secundario se transformara en una crisis política. Piedra, usando básicamente el sentido común, sostenía que autoridades civiles y militares habían resultado incapaces de hacer un uso fino de sus instrumentos de fuerza y su brutalidad había complicado innecesariamente el control de la rebeldía estudiantil. Lo que ocurriría después, permite suponer que las ideas en torno a la propaganda ofrecidas por el autor anónimo fueron más o menos puestas en práctica, pero no las segundas. La brutalidad aumentó al punto que el 2 de octubre aún no se olvida. En suma, el mecanismo de control –la propaganda– tuvo éxito pero el mecanismo de autocontrol –limitar el uso de la fuerza– no.
Otros de los documentos encontrados por Rodríguez Munguía confirman algo que ya se sabe pero que no está de más reconfirmar: el uso del dinero público para subsidiar y controlar publicaciones, aunque las cantidades muestran que periódicos y periodistas resultaron baratos. Una nómina con 29 entradas identifica con nombre y apellido o por título de publicación –que van de Excélsior hasta el ya citado Jorge Joseph Piedra– a los beneficiados por los subsidios del gobierno (pp. 348-349).
La materia prima de la prensa, el papel, es otro elemento discutido en estos documentos. El autor se detiene en el caso de Manuel Marcué Pardiñas y su revista Política, el principal órgano de crítica al régimen en la década de los sesenta. De Marcué el poder lo sabía casi todo por la vía del espionaje –desde su ideología hasta sus enfermedades. Y fue mediante el estrangulamiento en el suministro de papel, como el gobierno logró que finalmente esa revista, que tiraba 25 mil ejemplares y articulaba el punto de vista de la izquierda, dejara de existir a partir de diciembre de 1967. Al año siguiente el director de Política entraría a prisión y de ahí no saldría sino hasta 1971 […]
Desde luego que el conocimiento puntual de lo que Marcué y otros miles de mexicanos hacían y decían, apunta a un gran sistema de espionaje interno: los infiltrados en reuniones, las conversaciones telefónicas interceptadas o simplemente grabadas por los funcionarios encargados del control político, etcétera.
La conclusión.- Para Rodríguez Munguía, la importancia de estos documentos no es que retraten la voluntad autoritaria del régimen priísta, sino que prueban la voluntad de los medios de dejarse corromper, de llegar a un servilismo tan ridículo como el de Emilio Azcárraga Vidaurreta que, por escrito, agradeció un regaño que le hizo Gobernación por la manera en que un conductor de Televisa (Paco Malgesto) abordó temas de sexualidad –DIPS, caja 2961/A–. No deja de tener su gracia que Gobernación se dijera escandalizada por el sexo mientras practicaba el espionaje, la represión y, llegado el caso, el asesinato.
No hace mucho, Jesús Silva Herzog, ex secretario de Hacienda, se preguntaba por qué la cobertura que la televisión había dado al último congreso del PRD había sido tan pobre a pesar de que el evento fue “trascendente para la vida del país” (La Jornada, 22 de agosto). La otra guerra secreta tiene la respuesta para el ex secretario: porque el antiguo sistema aún vive.