LOS QUE APROBARON LA LEY TELEVISA ESTARAN ESCONDIDOS DE LA VERGUENZA? NO CREO, SON MAS CINICOS QUE EL MISMO CINISMO
Revista Siempre
El 5 de junio de 2007 debe ser escrito con letras de oro en la Suprema Corte de Justicia de la Nación y junto a esa fecha colocar los nombres de los ministros Guillermo Ortiz Mayagoitia, Sergio Salvador Aguirre Anguiano, Genaro Góngora Pimentel, Mariano Azuela Güitrón, Sergio Valls Hernández, Olga Sánchez Cordero y Juan Silva Meza.
Desde hace muchos años, tal vez décadas, los mexicanos no habíamos sido testigos de un acto, de un espectáculo patriótico. Más bien, a todos: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, se les había olvidado la patria. Así, la patria, aunque los tecnócratas y los cínicos, los amorales e inmorales, se burlen del término. La resolución de la Corte de dar un golpe mortal a la Ley Federal de Radio y Televisión —mejor conocida como ley Televisa— no sólo obliga al Congreso a poner límites a una dictadura mediática, a un poder abusivo y arrogante, sino a sentar las bases de un sistema más cercano a la democracia y al respeto a los derechos fundamentales del hombre.
El análisis filosófico-jurídico con el que varios ministros sustentaron la declaratoria de inconstitucionalidad de la ley de medios recordó los tiempos de la Revolución Francesa, cuando un grupo de brillantes oradores defendía, desde las calles y la asamblea, los derechos fundamentales del hombre.
Las palabras de Azuela y de Góngora, de Ortiz Mayagoitia y de Silva Meza fueron un baño de oxígeno, de flores y aroma, para un país ahogado en la corrupción y en la mediocridad de sus instituciones.
Sacaron del ataúd lo que desde hace muchos años se encuentra enterrado en México y en el mundo: la defensa de la dignidad humana, del ciudadano, de su igualdad y su libertad.
Sus argumentos fueron contundentes: el artículo 28 de la Ley Federal de Radio y Televisión vulneraba seis preceptos fundamentales de la Constitución: libertad de expresión, igualdad ante la ley, la rectoría del Estado sobre un bien público, la utilización social de los medios y la prohibición de monopolios.
También le dieron un mazazo al imperio neoliberal —donde habitan hoy gran parte de los políticos y los legisladores—, cuando señalan la inconstitucionalidad de la subasta pública como requisito para otorgar concesiones de radio y televisión sólo a los ricos, por considerar que es inadmisible la concentración de medios en pocas manos por distorsionar el derecho a la información.
Pero la nalgada histórica se la dieron sobre todo a la mediocracia, integrada no solamente por los empresarios más poderosos, sino por los legisladores y funcionarios del gobierno federal que los protegen.
La inconstitucionalidad de la ley Televisa constituye una vergüenza para el Congreso, porque desnuda su forma de legislar. Significa que los diputados y senadores votan de espaldas a los intereses nacionales y de la mano al poder comercial. Todavía es temprano para digerir la trascendencia histórica de esa resolución; sin embargo, después de las correcciones, el Congreso está obligado a continuar la revolución mediática y democrática que sembró la Corte.
Ya sabemos de qué están hechos los ministros. ¿De qué estarán hechos los legisladores?