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jueves, 17 de mayo de 2007

PELELE, ASI O MAS VIOLENCIA?

La guerra

josé gil olmos

México, D.F., 16 de mayo (apro).- Felipe Calderón ha cometido un enorme error al empezar su sexenio poniendo sobre la mesa su carta más fuerte, el Ejército, en una guerra que de entrada tiene perdida: derrotar al narcotráfico.

El Ejército, a pesar de todos sus esfuerzos, de todo su armamento y de sus elementos capacitados para enfrentar enemigos peligrosos, no podrá derrotar al narcotráfico si tomamos en cuenta que se trata del principal negocio ilegal del mundo, en el cual están involucrados políticos, banqueros, gobernantes, policías, militares y empresarios de muchos países, entre los cuales se encuentra México.

Así, de entrada, Calderón falla en su estrategia de lucha contra el narcotráfico al declarar la guerra a un poder supranacional, que no tiene fronteras y que cuenta con socios poderosos en los mercados internacionales.

También falla su estrategia, pues se centra en atacar solamente a las bandas mediante el uso de la fuerza, dejando a un lado las labores de inteligencia, los planes de combate a la pobreza en zonas de producción de enervantes, los programas de salud y de prevención, así como las tareas de limpieza de los cuerpos policiacos, militares y de aduanas, que han sido corrompidos por los narcotraficantes.

Al mandar al Ejército a una guerra donde hay miles de enemigos que combatir, quema la carta más fuerte de su gobierno, a la institución que por muchos años era la más confiable para la sociedad. ¿Y después del Ejército quién queda en la banca para continuar con la lucha contra el narcotráfico, que es permanente, no de un solo día?

El Ejército ya comenzó a sufrir sus primeras derrotas en un campo de batalla que se multiplica por todo el país. Además de las bajas en Michoacán, Oaxaca y Guerrero, sus acciones no tienen el efecto que se esperaba, pues no se ve que haya mermas en el poder y la influencia del narcotráfico, sino todo lo contrario; este último parece cada día más fuerte y su poderío cada vez más salvaje e incontrolable.

Además las acciones del Ejército son cuestionadas por los partidos políticos y por la propia sociedad que se ve amenazada por las constantes violaciones a los derechos humanos en los operativos que se llevan a cabo.

Tan sólo en los operativos recientes en Michoacán, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) recibió 52 quejas o denuncias, de las cuales cuatro son por presunta violación a otras tantas menores de edad. Muy a su pesar, la comisión presidida por José Luis Soberanes ya reconoció que una joven de 16 años fue violada por soldados y de las otras tres se esperan los resultados de los exámenes médicos.

Además se reportaron casos de tortura, allanamiento de morada, privación de la libertad y suspensión de garantías en algunas de las comunidades de Michoacán a las que entraron violentamente los soldados.

El miedo a una guerra perdida, a la violencia, a las ejecuciones de día y noche, ha comenzado a pernear en la sociedad, de ahí que Calderón decidiera desplegar una campaña en los medios en los que pide la unidad de los mexicanos para combatir a los “enemigos”.

Como si fuera suficiente una campaña mediática para cambiar la percepción de la realidad: más de mil ejecuciones en cuatro meses de gobierno, la novena parte del total registrado en todo el sexenio de Vicente Fox.

El problema para Calderón vendrá cuando tenga que reconocer que el Ejército Mexicano fue derrotado en el propio territorio nacional por un enemigo que se multiplica todos los días porque encuentra las condiciones fértiles para hacerlo.

En su soberbia es posible que Calderón nunca vaya a reconocer una derrota y por ello no se descarta que siga aplicando la fuerza militar para tratar de apagar los movimientos sociales que siempre se generan cuando se percibe la incapacidad de gobernar.

La guerra perdida contra el narcotráfico será, entonces, más que peligrosa para el país, pues además de un Ejército cuestionado en su fuerza institucional, se tendrá una figura presidencial tambaleante, fracasada en sus metas, débil para terminar sus seis años.