INTINERARIO POLITICO

No es frecuente en el cine mexicano —a pesar del chovinismo del dizque nuevo cine mexicano— que directores, productores y hasta distribuidores decidan apostar por el México real, de problemáticas político-sociales, y menos por el rescate cinematográfico de momentos que marcaron a las generaciones que siguieron a los hechos dolorosos y sangrientos de 1968 y 1971.
Pero el problema es mayor cuando a los temores económicos, a los miedos por voltear la mirada cinematográfica —realista y crítica— a los gobiernos autoritarios del viejo PRI, y a la represión de la llamada “guerra sucia”, se suman la timoratez no sólo por el fracaso comercial, sino por un temor oculto a retratar y exhibir lo “políticamente incorrecto”; la crudeza del México profundo .
Y es que desde hace por lo menos dos años, en muchas partes del mundo se exhibe con un éxito impensable —Francia, Inglaterra, Turquía, España, Brasil, Estocolmo y Berlín, entre otros—, la película mexicana ‘El Violín’ (de Francisco Vargas Quevedo), ganadora de toda clase de premios internacionales, mientras que en la ciudad de México —ni siquiera en todo el país—, apenas el pasado viernes empezó una limitada y poco promovida exhibición, con apenas una veintena de copias.
Y se pudieran entender los temores por invertir en una película de fuerte contenido social, de potente carga autoritaria, y hasta los datos duros de lo que resulta “exitosamente comercial”. Pero lo que parece inexplicable es esa suerte de miedo colectivo, de autocensura que muchos parecen llevar dentro, para producir, comercializar y hasta para ver producciones que retratan al México de los años 60 y 70, el de los desesperados por la pobreza y la injusticia que los empuja a la guerrilla que desata la brutalidad militar, esa que persigue, reprime y asesina.
Mientras que ‘El Violín’ compite por convertirse en una de las películas mexicanas más premiadas en el mundo, mientras que lleva seis meses de exhibición continua en salas, por ejemplo. de Francia; en la ciudad de México se puede ver desde el pasado viernes apenas en una veintena de salas y no se sabe cuando recorrerá el país. Por eso, no resulta exagerado ni fuera de lugar el reclamo airado, pero legítimo y realista, de Guillermo del Toro —en el Palacio de Bellas Artes durante la entrega de los premios Ariel—, cuando preguntó: “¿Por qué chingados las cintas que están nominadas a mejor película no tienen distribución?”.
El reclamo bien se puede extender a la cinta de Francisco Vargas Quevedo. ¿Por qué hasta ahora se exhibe en México ‘El Violín’, luego de sus múltiples premios internacionales y de que, incluso, ganó Arieles sin haber sido exhibida? ¿Por qué en tan pocas salas? ¿Quién le tiene miedo a exhibir pinceladas, sólo esbozos de la realidad social de la guerrilla, sea mexicana, centro o sudamericana?Quién le teme a exhibir la brutalidad militar?
No se exhibió ‘El Violín’ en los previos a julio de 2006 porque algunos pensaron que podría influir en la polarización social de la contienda presidencial, mientras que otros auguraban un fracaso económico, porque la gente estaba “harta de política”. Y cuando apenas y se exhibe en la mitad de 2007 —por fortuna con salas llenas entre viernes, sábado y domingo—, pareciera que hay manos interesadas en el fracaso, pues la promoción es pobre y reducidos al mínimo los centros de exhibición, lo que contrasta con las carretadas de dinero que se destina a promocionar verdaderos “churros” del mal llamado nuevo cine mexicano.
¿De dónde viene el miedo? si la sencillez argumental de ‘El Violín’ —y acaso por eso su intensidad narrativa y su fuerte impacto en el espectador—, muestra pinceladas de un grupo guerrillero que bien puede localizarse en México que en Centroamérica, enfrentado a un gobierno que pudiera ser de esa misma región, y a militares brutales, represores y criminales, propios de esos países, en un lugar y un tiempo que tampoco se identifican. El guión y la dirección de ‘El Violín’ son cuidadosos a ese respecto.
Pero más allá de la temporalidad incierta y de la indefinida geografía en la que se desarrolla la historia, el acierto parece estar en la universalidad de la realidad que se muestra; la pobreza y la injusticia frente a la brutalidad del poder. ¿Quiénes, entre gobernantes y militares mexicanos se vieron retratados en ‘El Violín’? ¿A quiénes les quedó el saco?El México democrático, de la pluralidad que llegó para quedarse, de libertades en ejercicio cercano a la plenitud; el México de la grandilocuente Reforma del Estado, que se asusta por una breve mirada al espejo de su historia reciente.
Y no menos curioso identificar en las pocas salas de exhibición, a un número reducido de jóvenes, pero a muchas y muchos mexicanos maduros, algunos de ellos sesentayocheros, universitarios, clasemedieros. En algunas salas incluso la proyección terminó con un cerrado aplauso y comentarios elogiosos al director, Francisco Vargas Quevedo, y a don Ángel Tavira, el músico y campesino que sin ser actor profesional da vida a Don Plutarco. No es el “nuevo cine mexicano”. Es el buen cine.