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martes, 1 de mayo de 2007

INDICADOR POLITICO

Carlos Ramírez


Desfile obrero: KO a modelo priísta
Estado madrastra y fin a cacicazgos

Cuando ocurrió la alternancia partidista en la presidencia de la república, el líder sindical Francisco Hernández Juárez buscó por todos los medios llegar al nuevo gobierno panista para ofrecerle un pacto histórico de los trabajadores con el nuevo Estado. Al no encontrar caminos, decidió entonces aliarse con el PRD de López Obrador.

En el gobierno panista no le hicieron caso. La estrategia del gobierno de la alternancia iba a alejarse de la reforma sindical. Como primer secretario del Trabajo del gobierno foxista, Carlos Abascal Carranza había conocido el sindicalismo priísta muy de cerca. A pesar de su entonces cargo como presidente de la Coparmex, Abascal logró una buena relación con Fidel Velásquez. Y sin Velásquez en la dirigencia, el sindicalismo priísta había dejado de tener importancia.

Hernández Juárez ha tratado de todas formas recoger el legado de Fidel Velásquez: un sindicalismo incrustado en el Estado y al servicio de los intereses del Estado y una casta de líderes, a cambio de la protección a los cacicazgos sindicales y participación en el sistema de toma de decisiones económicas. Lo malo para Hernández Juárez es que el Estado social priísta había fallecido en 1982 y el apoyo de los trabajadores era innecesario.

En este contexto debe leerse la decisión del gobierno panista de Felipe Calderón de finalmente terminar con el modelo del desfile del primero de mayo, asumido en México para que los grandes sindicatos le agradecieran al presidente de la república en turno su apoyo a los trabajadores, para refrendar el compromiso histórico de trabajadores y Estado y para designar al gobernante en turno como el obrero número uno del país. En el pasado, los sindicatos cumplían tres funciones: votar por el PRI, asumir costos salariales de la estabilidad y operar como el petate del muerto con las corporaciones empresariales exigentes. Hoy ese sindicalismo ya no sirve a nadie.

La peor parte del sindicalismo corporativo creado por los gobiernos priístas radica en la certeza de que esas organizaciones ya no le interesan ni al PRI. En los últimos primeros de mayo del ciclo panista el PRI se ha olvidado de sus sindicatos. El dato es mayúsculo revela el fin histórico de las relaciones trabajadores-PRI.

Más aún: los sindicatos se enfrentan a una reforma laboral que tendría que replantear la relación sindicatos-Estado. Pero los ideólogos laboristas no pueden ir más allá del pasado. Y la razón es sencilla: los liderazgos sindicales actuales fueron inventados por el sistema priísta. El propio Hernández Juárez sería la imagen simbólica de ese pasado: enarbolando la bandera de la no reelección destituyó hace treinta años al anterior líder de los telefonistas y se quedó en la secretaría general del sindicato desde entonces. Y con el apoyo del entonces presidente Echeverría.

El fin del acuerdo histórico de trabajadores y Estado no terminó en el 2001 con la primera celebración del Día del Trabajo del gobierno de Fox. Ocurrió mucho antes: cuando en 1983 el gobierno de Miguel de la Madrid cambió la fórmula antiinflacionaria y atacó el alza de precios por el lado de la demanda, de los salarios. Hasta entonces, los gobiernos priístas preferían subir los salarios aún a costa de la inflación para mantener la alianza con los sindicatos. Desde entonces, la inflación se controla con salarios.

Lo malo radica en que los líderes sindicales no saben vivir sin el paternalismo del Estado. Por eso hasta ahora siguen solicitando el apoyo del gobierno y del Estado. Por eso también las confrontaciones sólo aspiran a quedarse en amenaza. La huelga general que había advertido Hernández Juárez no consiguió un replanteamiento de la política económica que tiene que ver con los trabajadores sino que se conformó con la reinstalación de Napoleón Gómez Urrutia en el sindicato minero, un ejemplo de lo peorcito del sindicalismo del pasado priísta.

Los líderes sindicales, por tanto, han quedado sometidos a la nueva política sindical del Estado. Se trataría de una política sindical madrastra, es decir, un Estado madrastra que desdeña a los hijos de su matrimonio anterior y los soporta hasta que se percaten que el nuevo matrimonio va a tener sus hijos propios. Por tanto, la relación es de hijos maltratados. Y queda también la circunstancia agravante de que el viejo sindicalismo carece de madurez para encontrar una nueva forma de relación con el Estado panista.

En este contexto, la relación sindicatos-Estado se enfila hacia una nueva redefinición de carácter político. Pero no se dará como en el pasado, a partir de un papel activo de los sindicatos en el sistema político. Si acaso, prevalecerá el interés en la función productiva de los trabajadores. Y tendrá que pasar por la definición de reglas que rompan con la vieja estructura de liderazgos sindicales caciquiles.