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lunes, 5 de marzo de 2007

DESAFIO

Rafael Loret de Mola

* Hermanos casi Gemelos
* La Derecha se Exhibe
* La Empresa Redituable

Los paralelismos entre dos de los dirigentes de derecha de mayor relieve en el pasado cercano, Vicente Fox y José Maria Aznar, ex presidentes de México y España, evidencian, desde un lado y otro del “mar océano”, que las deformaciones comienzan desde la toma inicial de posturas en un mundo que globaliza hasta a sus líderes. El hecho, desde luego, no es exclusivo de los conservadores; también se extiende hacia la izquierda en donde los estereotipos grotescos –Chávez, incluso el decrépito Fidel-, desplazan a los contenidos sociales anulándolos y convirtiéndoles en pasto de descocados fanatismos. Hacia el otro extremo, los iconos religiosos no son suficientes para paliar las correosas limitaciones de conciencia.
No es sólo cuestión de palabras pero éstas reflejan, sin duda, la pobreza estructural, ideológica, de quienes abrevan en las fuentes del poder con mentes de empresarios tuertos –hay muchos otros que tienen visión- para quienes lo único importante son los rendimientos, esto es sin ningún tipo de consideración para las mayorías dependientes de sus esfuerzos cotidianos frente a pequeños grupos de privilegiados con amplios almacenes de utilidades que establecen distancias de clase, también morales.
Así, como muestra, Aznar tiene en Alejandro Agag Longo, su yerno gracias al feliz matrimonio de Ana, la primogénita del ex presidente, una especie de puente con los grandes negocios y las grandes familias, es decir aquellas con capital suficiente para aparecer en los codiciados primeros lugares de Forbes, el semanario que exhibe a las mayores fortunas del planeta. Agag es, desde luego, amigo del italiano Silvio Berlusconi, ex primer ministro de multimillonarios alcances, y de otro magnate de liquidez ilimitada, Rupert Murdoch, y aspira, cómo no, a situarse como el gran zar de las competiciones de fórmula uno que se han convertido en uno de los mayores imperios deportivos en un mundo dominado por la mercadotecnia y las apuestas de la cerrada cúpula del poder real en donde sólo importan los montos de los capitales, no la forma de obtenerlos.
La versión mexicana, la de Vicente, el rancherito inquieto de San Cristóbal –su cálida heredad le resulta poca cosa, sobre todo a su sagaz “señora Marta”-, está concentrada en los Bribiesca Sahagún, los vástagos de ella, quienes lograron acercarse a los empresarios de mayor renombre con la tarjeta de presentación de Los Pinos y, sobre todo, distribuyendo canonjías y cercanías para cercar el circulo alrededor del mandatario aquel que se dijo “del cambio”.
Agag es conocido –“El País”, domingo 25 de febrero-, como “El Conseguidor”, por su reconocida capacidad para “conseguir” privilegios y rutas expeditas a sus socios a la sombra del poder político; y los Bribiesca se hicieron célebres, en primera instancia, por su capacidad para extender el tráfico de influencias como el negocio sobresaliente del sexenio: bien se sabía en México cuál era la fórmula para acercarse a las fuentes presidenciales con la “mayor discreción” y la bendición maternal de la vicepresidenta de facto. Todo ello a expensas, y a la vista, de una clase política contaminada por la incondicional aceptación de los derroteros superiores, en una nueva versión de la colusión política que heredó el priísmo hegemónico.
Aznar y Fox revelan, los dos en sus circunstancias, cuál es el valor esencial que los guía por los intricados caminos de la complicidad. Y dejan a sus grupos la ominosa tarea de defenderlos hasta niveles de ignominia para seguir medrando gracias a la manipulación mediática que los presenta como notables ex servidores públicos. Círculo cerrado y vicioso.
Debate
Las palabras los exhiben aun cuando éstas los sitúen en el nivel de la anécdota. Así, Aznar dijo: “Todo el mundo pensaba que en Irak había armas de destrucción masiva... y no había armas de destrucción masiva; eso lo sabe todo el mundo y yo lo sé... ahora”. Esto es sin que importen los saldos rojos, brutales diríamos, de tal equivocación cernida a los lineamientos de la gran potencia de nuestra era: no sólo la sangre española derramada sino, sobre todo, las secuelas brutales de la ocupación.
Por su parte, aprovechando los foros a los que lo invitan para obtener dólares a cambio de repetir perogrulladas –los animadores están bien cotizados entre los ricos ociosos-, Fox confirmó que había perdido cuando su adversario Andrés Manuel López Obrador resistió, con éxito, la presión tendiente a su destitución como jefe de gobierno defeño. Y agregó: “Pero dieciocho meses después me desquité cuando ganó mi candidato”. Una confesión de parte, que releva al imperativo de presentar pruebas de acuerdo a una de las máximas jurídicas de mayor peso, sobre la evidente intervención oficial durante los controvertidos cerrados comicios de julio pasado. A estas alturas sólo los imbéciles pueden seguir aseverando que tal no “fue determinante” para modificar el curso de la elección.
Curioso: tanto Aznar como Fox fueron copados por las manifestaciones masivas. El primero, en febrero de 2003, cuando tres millones de españoles inundaron las rúas madrileñas clamando, exigiendo, no entrar a una guerra armada a conveniencia de la hegemonía estadounidense; el segundo, en abril de 2005, al ser conminado a no proceder facciosa y tendenciosamente contra un dirigente político contrario con el único fin de impedirle competir por la Presidencia de la República. Aquel se salió con la suya contra la opinión mayoritaria y optó por plegarse ante el belicismo del nefasto clan Bush; éste, al “desquitarse”, con toda la parafernalia del poder, del odiado enemigo político muy a pesar de la convocatoria popular en pro de un cambio drástico, en serio. Ninguno puede aducir que procedió, entonces, democráticamente y es esto, sin duda, la mayor de las evidencias sobre las deformaciones políticas derivadas del sectarismo que desemboca, al exaltarse, en el fundamentalismo pernicioso, funesto, intratable.
Cuando la derecha se encierra deviene la dictadura. Y lo mismo sucede, claro, en el otro extremo de la tensa cuerda del poder.
El Reto
En línea semejante a la de sus acérrimos contrarios, no lo olvidemos, López Obrador minimizó, más bien desdeñó, la multitudinaria concentración contra la violencia, en junio de 2004, alegando que se trataba de una estrategia para desgastarlo aun cuando en la célebre marcha, una de las mayores en la historia de la capital, se dieron cita ciudadanos con tendencia diversa, incluso partidarios del propio Andrés Manuel –a quienes por supuesto, se descalificó sumariamente en el equipo estrecho del “líder”-, preocupados por la crecida imparable del delito y las amenazas contra la convivencia civilizada.
Y José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del gobierno español y adversario de Aznar, sencillamente deploró la masiva marcha, convocada hace unas semanas por las víctimas del terrorismo y a la que se sumó el Partido Popular, destinada a rechazar las políticas oficiales en pro de una negociación con el grupo ETA, que tanto dolor ha sembrado, y a favor de un pronunciamiento oficial más severo para tratar como criminales, con el rigor legal que ello implica, a quienes han matado a centenares de inocentes sin tentarse el corazón ni el menor pronunciamiento de conmiseración: “daños colaterales” les llaman.
En un extremo u otro se sitúan quienes develan, por encima de ideologías, su verdadera pasión... por el poder, sin contemplaciones.
La Anécdota
Sobre Vicente Fox, Andrés Manuel López Obrador se expresó así, en vísperas de asumir la jefatura de gobierno del Distrito Federal en diciembre de 2000:
-No quiere al país. Observa a México como una empresa a la que debe hacerse rendir sin importarlos costos sociales. No tiene formación nacionalista: el nacionalismo le estorba.
Para Fox, en cambio, su adversario no ha sido más que un ambicioso de poder, peligroso para México. De allí, igualmente, la definición de Carlos Slim –“Confesiones y Penitencias”, Océano, 2007-:
--Andrés Manuel no es un luchador social, es un luchador político. Los luchadores sociales se quedan entre los suyos; los políticos buscan la conquista del poder.
Entre un extremo y otro, polarizados, los mexicanos nos asomamos, otra vez, al balcón de las simulaciones.