EL ROSTRO DEL AUTORITARISMO
Juan José Morales
jueves, 08 de febrero de 2007
Dos meses han sido suficientes para que el gobierno de Felipe Calderón muestre su verdadero rostro: un rostro autoritario y represor, que limita los derechos constitucionales y pretende retrotraernos a los peores tiempos del priísmo, con un control absoluto sobre los medios de comunicación, limitación de libertades constitucionales, e incluso persecución contra los opositores.
La primera muestra de ese férreo control es el silencio total que -con unas pocas y honrosas excepciones en los diarios y prácticamente ninguna en la radio y la televisión- se mantiene en torno a los recorridos de López Obrador por los 2,500 municipios de la República.
La segunda y grave acción de mano dura del gobierno calderonista es la tozuda obstinación de la Secretaría de Gobernación en ejercer la censura previa a los programas del PRD, en particular su reiterada negativa a permitir que se transmita por televisión -en el espacio que por ley le corresponde a ese partido- la toma de posesión simbólica de López Obrador como Presidente Legítimo. Ello a pesar de que el Instituto Federal Electoral, que es la máxima autoridad en esta materia, le ha hecho notar a la Segob que el PRD está en su pleno derecho de realizar tal transmisión y que de ninguna manera se le puede impedir que lo haga.
Más grave aún, si cabe, es la no muy veladamente anunciada intención de la propia Secretaría de Gobernación de prohibir la transmisión del programa de López Obrador los lunes a la media noche por Televisión Azteca. Trata así el gobierno de acallar la única y muy limitada vía de expresión que tiene AMLO en las pantallas de televisión. Y por si ello fuera poco, ya ha amenazado Gobernación con acusarlo penalmente por lo que en ese programa dice y opina. Tal parece que Calderón quiere revivir aquel famoso delito de "disolución social" que sirvió para encarcelar a cientos de dirigentes obreros, campesinos, políticos y magisteriales.
El autoritarismo y el feo rostro de la represión, por lo demás, no se limitan a los medios de comunicación ni afectan sólo a los líderes políticos. Se extienden a las calles y afectan a todos los ciudadanos, a través de las estrictas medidas de seguridad que rodean los movimientos de Calderón y que en la práctica son limitaciones a libertades constitucionales como la de libre tránsito o manifestación. La detención del vocero del PRD, Gerardo Fernández Noroña a manos de elementos del Estado Mayor Presidencial por realizar una protesta cerca de donde se encontraba Calderón hace unos días, es un signo ominoso. Es evidente que no se trató de un error o un incidente aislado, sino de una advertencia y que pronto comenzaremos a ver garrotazos y encarcelamientos.
Lo peor de todo es que cuando la represión se inicia, no hay distingos y le llega a todos por igual, sean hombres, mujeres, niños o ancianos. Hace poco leía yo en una crónica de un diario de la ciudad de México sobre la visita de Calderón a Mérida, cómo los agentes del Estado Mayor Presidencial impedían a los transeúntes caminar sobre la acera del hotel donde él se hallaba. No entrar al edificio -quede claro- sino tan sólo pasar junto a sus paredes. Y en la propia crónica se relataba que a una anciana de 84 años -a la que por lo visto se consideró en extremo peligrosa- se le había cerrado el paso sin miramientos y obligado a cruzar la calle a pesar de sus reclamos. No sé si candorosamente o indignada, le dijo a los guaruras que no debían tratarla de esa manera, pues ella había votado por Calderón. Pero de nada le valió. Tuvo que irse a la acera de enfrente.
Me gustaría saber cuántos de los que ingenuamente votaron por Calderón creyendo en sus promesas -o atemorizados por la guerra sucia contra AMLO- ahora se preguntarán como la anciana meridana si valió la pena hacerlo.