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miércoles, 28 de febrero de 2007

DESAFIO

Rafael Loret de Mola

*Actos de Contrición
*La Soberbia Panista
*Político Previsible

Tanto en el PRI como en el PRD ya iniciaron la dura cuesta de las penitencias, reconociendo algunos de sus graves pecados. Desde luego, los actos de contrición cuando se evidencian las fallas y se sufren las consecuencias –sean derrotas electorales, legítimas o no, o caídas vertiginosas en las coberturas políticas-, fluyen de manera natural; no así si se cree haber alcanzado el paraíso, el del poder cuando menos, sin la menor reflexión sobre procedimientos y costos.
Así quienes no alcanzaron sus objetivos de conquista o reconquista de la Presidencia, se plantean, siete meses después de los controvertidos comicios federales, asumir los nuevos desafíos sin concentrarse en las lamentaciones o resistencias estériles. Los priístas en busca de la vuelta a los orígenes –aun cuando ello suene a utopía por la fortaleza de las mafias que lo atan-, y los perredistas para evitar caer en provocaciones y escenarios semejantes a los que determinaron la indefensión de su causa, pese a las múltiples testimonios y evidencias para estructurarla, tras la dolorosa derrota técnica de 2006 a pesar de haber contado, en principio, con amplio margen de ventaja sobre sus adversarios.
El arribo de Beatriz Paredes Rangel, ex gobernadora de Tlaxcala, a la presidencia del Institucional es observada, sobre todo por la militancia menos contaminada por los amafiamientos, como una apuesta por la renovación y el imperativo de zanjar las amargas controversias del pasado. De allí que, más allá de buenos propósitos y suavidad en el trato, se requiera, de una vez por todas, juzgar y dictar sentencia a los grandes predadores que hundieron al partido y lo desviaron de sus banderas originales. Si no se da este paso nunca será sano ni eficaz intentar construir un edificio sobre las ruinas del anterior; de hacerlo, no podrá evitarse el colapso.
La experiencia de la nueva dirigente priísta es, sin embargo, una buena noticia para las bases de ese partido tan cansadas de ser arrastradas por el desprestigio de tantos sinvergüenzas a quienes cobija la impunidad. ¿Habrá todavía priístas decentes y bien intencionados? El columnista cree que sí porque no han sido pocas las ocasiones en las que he encontrado voces y actitudes firmes, con el sello institucional, dispuestas, según han confiado, a recuperar el camino extraviado. Lograrlo, desde luego, ya es otra cosa por la dimensión de las resistencias perversas. ¿O acaso será posible diluir, automáticamente, cuanto representan personajes como Emilio Gamboa, coordinador de los diputados de su partido, dispuesto a negociar siempre para salvar su propio pellejo? Y como él, ¿cuántos más se aferran al emblema priísta para vadear las tormentas del presente pretendiendo poner distancia de sus siniestros pecados del pasado inmediato?
De allí, claro, el imperativo de construir pero no a lo loco; esto es, derruyendo los cimientos podridos para armar una base más firme. ¿Se atreverá la señora Paredes antes de que su presidencia se convierta en una nueva carabina de Ambrosio? Es difícil determinarlo por ahora considerando las querencias de la señora, sus propias colusiones y, sobre todo, las facturas pendientes de pago por las alianzas suscritas de antemano. Pese a ello, cuando menos los actos de contrición han iniciado, acaso por primera vez, en serio, desde la derrota nacional de este partido en 2000 y la reválida del fracaso seis años después.
Debate
Carlos Navarrete Prida, coordinador de los senadores perredistas, tiene un largo andar entre la oposición. Le conocí cuando, con excepcional fervor, dirigía en Guanajuato al Partido Socialista de los Trabajadores y luchaba por asegurar la viabilidad de la izquierda entre una sociedad cerrada, más bien conservadora. Curiosa dicotomía la que se da en esta entidad: parece que no hay punto de encuentro posible entre las corrientes liberales y conservadores que llegan a los extremos pero jamás se tocan. Así como allí se incubó la Independencia también la entidad fue cuna del sinarquismo y, después, del foxismo cuyos efectos todavía no pueden valorarse suficientemente.
Entre guanajuatenses, pues, está el profundo diferendo del presente bajo el peso de la crispación política y la polarización social. Navarrete, en fin, aceptó que su partido –y su candidato aunque no lo mencionase específicamente- cometió graves errores durante la campaña proselitista de 2006 y no supo estar “a la altura” de las circunstancias muy a pesar de la fuerza de la convocatoria y el arropamiento popular de su abanderado. El fracaso se dio, claro, no sólo por el exceso de confianza sino también por la soberbia galopante de quienes se creyeron vencedores antes de llegar al escrutinio de las urnas y descuidaron, por ende, los frentes más sensibles, precisamente aquellos que posibilitaron la creación de los antiguos vicios del sistema inamovible.
Bien el acto de contrición; mal que, a partir de éste, no se definan los derroteros para insistir en una resistencia cuyo simbolismo –lo único de peso que le queda- va mermando cada día paralelamente al desgaste de la propia causa y del ex candidato presidencial empeñado en ostentar una representatividad inexistente. De cualquier manera, también debía reconocer no contar con el apoyo de la “mayoría” puesto que el aval recibido, en la misma línea al ostentado por Felipe Calderón, no pasa de ser el de una tercera parte de los votantes y la quinta de los empadronados, uno de cada cinco. Y ello aun en el supuesto de limpiar los comicios de las impudicias, alquimia y manipulación incluidas, modificando las tendencias finales.
Acaso el peor de los errores sea éste: no reconocer el sectarismo galopante que asfixia a la comunidad nacional y la hace rehén de las interpretaciones superficiales. No hay legitimidad democrática sino exaltación facciosa, de grupo, en cada uno de los casos... aun, insisto, si se acepta el desaseo –evidente en más de un renglón- de los polémicos comicios de julio pasado.
Pero, cuando menos, en el PRD ya comenzaron a cumplir la penitencia, acaso la más dolorosa de su breve historia. Y en el PRI parecen dispuestos a recorrer las contaminadas rutas hacia la reconstrucción partidista. Quizá sean quimeras, pero ya dieron el primer paso.
El Reto
El PAN no rectifica. Enseñoreado del poder presidencial su dirigencia ni siquiera repara en el daño profundo que está causando el sostenido pulso entre los entenados del foxismo y los “tradicionales” que arropan al mandatario en funciones. Peor todavía: tal vicio deviene de las deformaciones de la hegemonía priísta, en su fase terminal, en versión corregida y aumentada de los atávicos enfrentamientos de mafias y caudillos.
El señor Felipe Calderón enfrenta adversarios dentro y fuera de su propia estructura partidista. Y son peores, sin duda, los correligionarios que presionan con aires de chantaje y siguen midiendo al titular del Ejecutivo federal, minándolo. Ya se ve que los priístas apuestan por la reconciliación y los perredistas comienzan a aceptar sus pecados de campaña. No así los panistas, insisto, cuya soberbia les impide cualquier ejercicio de autocrítica siquiera para dirimir pujas intestinas y determinar traiciones soterradas. No se olvide: así comenzó la descomposición del priísmo.
De cualquier manera un hecho es evidente: el PAN, pese a su supuesta y apretada reválida nacional, no crece en ninguna entidad, más bien retrocede. Allí está el ejemplo de Yucatán como prueba incontrovertible.
La Anécdota
A mediados de los setenta, Víctor Correa Rachó, el emblemático panista yucateco, explicó así, palabras más o menos, la fórmula de mayor peso de su partido:
--La sorpresa es un excepcional valor estratégico porque anula al adversario y posibilita que se le rebase. Significa actuar siempre oportunamente sin perder iniciativa y vanguardia.
Dicho de otra manera: político previsible es siempre un perdedor. Y, por desgracia, en cada uno de los organismos partidistas del presente lo que sobran son los operadores sin más visión que el peso de las circunstancias y la cotidianeidad. Valdría la pena reflexionar sobre el punto.