DEL CORREO DEL BLOG
Michel Balivo
Se terminó el carnaval
(Bueno y bello es lo que puede vivirse)
Muchos amigos me preguntan a menudo de donde saco mis ideas tan poco ortodoxas pero que expresan de modos tan simples ideas complejas, que pintan de modos tan diferentes las experiencias cotidianas a que estamos tan habituados que ya ni siquiera notamos.
Claro que el panorama no estaría completo si no dijera también que a otros amigos esa misma sencillez les parece reduccionismo o simplismo en un mundo tan complejo, poco discernible y aún menos manejable. Ellos consideran que es poco serio tratar tan livianamente o poco documentadamente los temas, sin citar fuentes que corroboren y justifiquen mi pensamiento.
Yo solo puedo contestar a ambos que así es como soy. Eso, mucho o poco es lo que he aprendido viviendo, en eso me he ido convirtiendo al ser fiel en mis hechos a mi sentir. Lo que piensan los demás me parece muy bueno y respetable mientras lo compartan con quienes lo deseen, mientras lo usen en sus propias vidas y para sus propias experiencias.
Pero cuando empezamos a creernos jueces de lo bueno y lo malo, a querer imponer un sistema de pensamiento y a negar, rechazar todo lo que no encaja con el, volvemos al dogmatismo, al fundamentalismo. De allí a querer imponer un sistema único económico y cultural hay solo unos cuantos pasos en la misma dirección.
Yo entiendo perfectamente que nuestro libre albedrío, nuestra movilidad en el horizonte temporal nos hace sentir inseguros y desear adoptar formas de pensamiento y organización que nos den respuestas ciertas, confiables, reiterables.
Comprendo que en la mayoría de los casos históricos hemos decidido sacrificar la libertad de elegir como deseamos vivir por la seguridad de cobrar un sueldito a fin de mes. Más vale pájaro en mano que cien volando y malo conocido que bueno por conocer.
Pero también me parece comprender que si esas son nuestras elecciones entonces no debemos sorprendernos cuando llegamos a un mundo unipolar. Donde solo imperan relaciones de dominio-sumisión y algunos iluminados se creen inspirados y destinados por entidades divinas a imponerle al mundo sus propios modos de pensar y hacer las cosas.
Si lo que buscamos es seguridad pues ahora estamos seguros de ser esclavos, de que las cadenas se aprieten cada vez más entorno al cuello y de que se nos reprima y castigue cada vez que expresemos descontento con esa forma de trato. Según mi propia experiencia cuando uno es joven, cuando dispone de exuberante energía vital, no está interesado en ideas.
Siente que se lleva el mundo por delante y todas las formas de hacer las cosas que se le exigen le parecen una inútil y molesta imposición y pérdida de tiempo. Más adelante, cuando las desilusiones comienzan a pesar uno coquetea con las ideas, las usa como adorno, las repite como frases que tienen sentido y lo hacen partícipe de cierto nivel intelectual.
Pero llega un momento en que la suma de fracasos te cierra totalmente el futuro, te hace sentir la vida como un obligatorio peso que haz de cargar, sientes que el tiempo se termina y ya no tienes fuerzas para realizar nada, solo te espera el vestido de madera. Esto no es así solo a nivel personal, también sucede con las épocas históricas colectivas.
Yo le llamo primavera del alma a la etapa en que la humanidad es joven y desbordante de vitalidad. Entonces solo quiere moverse, hacer, investigar, curiosear. Pero luego viene el otoño y el invierno del alma, cuando la vitalidad ya es difusa y la creatividad se ha convertido en hábitos y creencias. Es entonces que las ideas vienen a ocupar el lugar del movimiento.
Es entonces que comenzamos a buscar el menor esfuerzo, a desear saber anticipadamente los resultados de cada acción antes de realizarla, a buscar y querer seguridad sobre todas las cosas. Ahora discutimos interminablemente miles de posibilidades antes de dar cada pequeño e insignificante paso, cuando sería tan sencillo darlo y comprobar sus resultados.
En esas condiciones uno puede experimentar que tanta teoría e ideología no le sirve de nada porque no resuelve sus circunstancias en casa ni en el trabajo, no le entrega ninguna herramienta para elevar su nivel de energía y hacer que se sienta mejor. ¿De qué me sirve conocerme todas las teorías del mundo si no me permiten cambiar nada?
Estaba en una de estas encrucijadas de mi vida en que no le encontraba sentido a nada cuando decidí irme con un grupo de amigos y amigas a la Gran Sabana en la frontera de Venezuela con Brasil. Allí tendríamos la oportunidad de vivir sin tanta presión económica. Yo había estado ya un tiempo antes y sabía que podíamos vivir en territorio indio.
Llegamos con nuestra mudanza a Santa Elena de Uairén donde decidí quedarme unos días en casa de amigos. Ellos siguieron hacia el lugar de destino que era unos 70 kms. más por carretera de tierra que tomaba unas dos horas recorrer. Transcurridos esos días decidí subir aprovechando el viaje de otro amigo para comprobar como se habían instalado.
En el camino encontramos un mochilero que nos pidió lo lleváramos y decidió luego bajarse junto conmigo. Era de Israel, solo hablaba unas pocas palabras en inglés y me hizo entender que se iba a casar, este era su último viaje de soltero y había querido venir a conocer los indígenas en su hábitat natural.
Le dije que no sabía en que condiciones estaban mis amigos pero que era bienvenido a refrescarse y descansar un poco. Caminamos hasta donde estaban las construcciones, a unos 200 mts. de la carretera. Allí lo presenté con los demás y al poco tiempo ya parecía uno más de nosotros y lo habían invitado a que se quedara.
Estuvo con nosotros todos los diez días de que disponía, llegó entre risas a la conclusión que definitivamente nosotros éramos los indígenas que quería conocer. Estaba fascinado con la abundancia de agua y lluvias, el tenía ovejas en Israel y decía que allá toda el agua se medía con goteros, era un líquido precioso.
Nos enseño a recoger agua en un plástico expuesto al sol, a cocinar el pan bajo la ardiente arena, a hacer queso con leche de cabras y muchas cosas más. Cuando llegó el día de irse lo acompañamos a Santa Elena, nos compró regalos para todos y cuando se despidió lloraba diciéndonos que éramos su familia y que si alguna vez íbamos a Israel sabíamos que allí teníamos un hermano.
Entre tantas y tantas cosas que hubo que hacer para adaptarse a un nuevo lugar en que no teníamos luz ni agua corriente y el vecino más cercano estaba a varios kms., aquella experiencia quedó pronto sepultada. Para todos nosotros que jamás habíamos salido de la ciudad aquello era toda una aventura, teníamos todo por aprender e inventar.
Allí no había un mundo externo de normas al cual adaptarse, una herencia histórica de hábitos y creencias en la cual encajar. Por el contrario el mundo externo era vacío como el que debe encontrar un niño al nacer. Un enorme silencio en que todo está por conocer, hacer y nombrar. Y en ese silencio sientes tu mundo interno, tu sensibilidad presionando para manifestarse.
Poco a poco fui aprendiendo a escuchar ese silencio, a darle forma a esa presión interna, a ese deseo de volcarme en el mundo. Así fue como construyendo casas yo que jamás había tomado una herramienta me di cuenta que ya sabía como hacerlas.
Así fue como supe que mi cuerpo y conciencia eran mucho más que lo que yo conocía y creía. Probablemente síntesis y hechura de la acumulación de experiencia y conocimientos colectivos, del saber y hacer humanos. Que respondía según las circunstancias a que se enfrentaba, según el sistema de hábitos y creencias epocales dentro del cual se desempeñaba.
Pero pasaron los meses y ya todo estaba más o menos ordenado y bajo control, ya se habían establecido hábitos y rutinas, cada cual quien más quien menos tenía y cumplía según sus capacidades y preferencias una función dentro del grupo.
Entonces comenzaron a volver las imágenes y sensaciones de aquella experiencia, me di cuenta que siempre había querido vivir algo así y que solo el no haber tenido rutinas, el estar disponible lo había hecho posible. Habíamos convivido como iguales, como hermanos con un desconocido, que no hablaba una palabra de nuestro idioma.
Nos comunicábamos por gestos y palabras sueltas solamente lo necesario, y sin embargo, teniendo culturas tan diferentes nos habíamos sentido como una familia que se conociera desde siempre.
Habíamos compartido todo, nos había enseñando tantas cosas, nos habíamos reído juntos a carcajadas y todos habíamos sentido que una parte nuestra se iba o quedaba con el otro. ¿Dónde había quedado la sensación de soledad y sinsentido que se había hecho parte de mí en la rutinaria vida de ciudad?
Comencé a pensar que esa experiencia me había hecho conocer parte de mi mundo interno, le había dado forma, lo había externalizado y de ese modo había logrado comprender que era así como quería vivir, sin limitaciones ni diferencias superficiales entre los seres humanos. Porque había quedado en evidencia que nada nos separaba realmente, o en todo caso nuestra sensibilidad profunda trascendía todas esas rutinas y hábitos en los que vivíamos atrapados como esclavos, como bueyes que giran día y noche en torno a la noria.
Un día de esos decidí que quería hacer todo lo que estuviera de mi parte para posibilitar que aquello volviera a repetirse. Entonces les propuse a mis compañeros que hiciésemos una casa más grande y bonita que las nuestras, que mostrase el deseo de recibir y compartir con todos los viajeros que llegasen por aquellas lejanas tierras.
Me miraron sin comprender demasiado pero por una parte todas habíamos disfrutado por igual aquella experiencia, y además no teníamos demasiado que hacer así que algo en que ocuparnos no era rechazado ni tomado con fastidio. Por el contrario era una obra común en la cual aplicar nuestra creatividad y capacidades, un reto para el conjunto.
Aquello era todo un proceso, había que cortar en el bosque las maderas apropiadas para cada parte de la casa y además en los momentos precisos señalados por la luna. Luego dejarlas secar bien derechas para que no se torcieran. Todo aquello era enseñanza de los indios del lugar y nos tomó como seis meses construir nuestra casa.
Hicimos un ritual para festejar aquél momento en que ofrecíamos nuestra hospitalidad al universo, nuestro corazón hecho casa para que supiera que todo visitante sería bien recibido. Los indígenas también vinieron y participaron de la ceremonia. Mucha gente vivía discutiendo con ellos y con frecuentes peleas, hasta de incendiarse mutuamente las viviendas.
Nosotros aceptamos desde el primer día sus reglas ya que nos habían permitido vivir sin problemas de ningún tipo en sus tierras y jamás tuvimos un solo malentendido con ellos. Por el contrario nos ayudaban en todo lo que emprendíamos sin pedírselo siquiera. Por supuesto nosotros siempre devolvíamos su amabilidad en todo lo que podíamos.
Créanlo o no, allí en la mitad de ninguna parte comenzaron a llegar visitantes de todas las nacionalidades, nuestro lugar comenzó a hacerse conocido. Se quedaban días o semanas, una muchacha de 18 años, alemana, que recién había terminado su bachillerato se había tomado un tiempo para viajar y se quedó casi un año con nosotros.
A veces sucedían cosas extrañas como que almorzábamos ancas de ranas que uno de los visitantes había traído de regalo desde su país conservadas en hielo seco. Nunca se le negó a nadie la residencia ni jamás se les fijó un tiempo para quedarse. Tampoco se les dijo nunca que debían hacer algo a cambio del hospedaje.
Ello solos preguntaban en que podían colaborar o se ponían directamente a ayudar por propia iniciativa en alguna de las tareas que realizábamos. Nunca tuvimos una sola discusión ni hubo un solo intento de abuso por parte de nadie. Todos invariablemente expresaban en sus pocas o muchas palabras que jamás esperaron encontrar un pedacito de cielo en medio de la nada.
Que tal vez por primera vez se habían sentido realmente en su casa y con su familia, que esta experiencia había cambiado sus vidas, ahora veían todo de un modo diferente y sabían que las cosas podían hacerse de otros modos. Todos se iban eternamente agradecidos y nos decían que donde ellos estuvieran teníamos una familia y un hogar donde llegar, que nunca nos olvidarían.
Fue así y de ese modo que aprendí y supe por experiencia, por vivencia directa, que lo que manifestamos en el mundo proviene de nuestra sensibilidad y anhelos más profundos. Comprendí que no hay otro modo de que podamos reconocerlos y vivirlos que confiando en lo que sentimos y atreviéndonos, arriesgándonos a llevarlo a los hechos.
Toda aquella época fuimos profundamente felices sin ninguna meta futura, sin ningún objetivo que alcanzar. No teníamos ni nos interesaba tener más que lo necesario, no nos importaba carecer de luz eléctrica ni de agua corriente. Aprendimos que las separaciones y soledades no eran más que rutinas y hábitos en los que uno quedaba atrapado.
Pero bastaba volver a confiar nuevamente en lo que sentíamos para encontrarnos una vez más llenos de vida, alegría, fe, abiertos al mundo y a la vida y de inmediato todo comenzaba a cambiar. Como si el mundo no fuese sino un reflejo tuyo, de tu actitudes y creencias en el espejo del paisaje y los demás seres humanos.
Luego los niños crecieron y decidimos bajar a vivir en Santa Elena donde podían asistir al colegio. De un modo u otro aquella etapa se había cerrado y poco a poco cada uno comenzó a seguir su propio camino. Algunos de los que participamos de la experiencia aún viven allí, pero la mayoría andamos dando vueltas por el mundo.
Hubieron otros que también desearon ir, pero se pusieron a hacer proyectos de cómo sería todo allá y aún siguen haciéndolos. Mientras nosotros fuimos y vinimos muchas veces ellos aún siguen pensando en la mejor forma de hacerlo. Hoy la apariencia de los que vivimos esa experiencia puede ser muy variada y seguramente nada nos diferencia de los demás.
Pero en lo esencial todos seguimos viviendo en el paisaje interno, en la atmósfera de aquellos ríos y cascadas, de aquellos incontables matices de verdes, aquellas palmeras sin fin, en la infinitud de aquellos horizontes de silenciosa libertad. Pero sobre todo en la certeza de que no hay fronteras entre los hombres, no hay nada que perseguir y el tiempo solo es una ilusión.
Por eso cuando muchos amigos me dicen que ojala las cosas fuesen así como yo las escribo, porque entonces el mundo sería como los ideales, yo les contesto que no es desde la ingenuidad que lo comparto, sino desde la experiencia. No solo la experiencia vivida una vez en aquellos lejanos parajes, sino repetida y compartida por todas partes.
Porque luego de que partí de la Gran Sabana donde fuera que llegara algunas personas me preguntaban que era lo que yo tenía, que era lo que en mi se sentía diferente. Entonces les contaba la experiencia y les decía que esos paisajes vivían ahora en mí, eran parte de mí, eran mi mundo, lo que me acompañaba a todas partes, lo que respiraba sin importar donde ni con quien estuviera.
Desde entonces mi vida ha sido compartir mi tiempo con quienes quieren vivir esas experiencias, respirar esa misma atmósfera. A todas partes donde llego siempre tengo amigos que me van a esperar y quieren alojarme en su casa. Pareciera que el haber construido una casa para los amigos que aún no conocía e invitarlos a visitarme con mi corazón, me hizo merecedor de tener una casa donde sea que llegue.
En alguna de esas vueltas apareció por allí el señor Chávez y la revolución bolivariana y sentí que conocía esos aires, esa sinceridad, esa solidaridad, esa apertura hacia el mundo y los demás seres humanos. Entonces la atmósfera de la Gran Sabana comenzó a expandirse como un alegre viento por todo el ancho espacio de esa madre de generosas entrañas, Venezuela.
En la suave y perfumada brisa circulaban canciones y poesías de inclusividad social, justicia, libertad, igualdad, solidaridad, participación, protagonismo, integración de los pueblos. Hasta de amor y frenesí se hablaba, y todo esto era muy extraño en los labios de un presidente. De repente todo se había transfigurado, parecía estar en otro mundo. Claro que mi acercamiento a todo esto era experimental, vivencial.
No tenía nada que ver con teorías ni ideologías, especialmente en esta época donde hemos olvidado o perdido de vista que toda esa superestructura intelectual y abstracta, no es más que un boceto rudimentario, un intento de aproximación a la vida real, y la hemos convertido en verdades que hay que respetar como si pertenecieran a versículos de la propia Biblia.
Fue en esa época que registramos con unos amigos una fundación y participamos en algunos proyectos con alcaldías y la gobernación del Estado Bolívar. Entonces poníamos un kiosco en una plaza y comenzaba a circular toda la gente da la urbanización, todos sentían que aquello tenía algo de especial, diferente, aunque no pudieran comprender de que se trataba.
Luego nos poníamos a recoger escombros de la plaza y todos los que pasaban miraban y se ponían a participar. La alcaldía nos dio abono, matas, mangueras y convertimos aquél depósito de deshechos en un jardín del Edén del que todos nos sentíamos orgullosos.
Ahora era el lugar de reunión de todos y de allí surgió la idea de conseguir unas máquinas de coser para las amas de casa que no tenían entradas para alimentar a sus niños, colocando su producción con el gobierno o cualquier empresa. Nunca pedimos dinero ni al gobierno ni a las empresas y la mayoría de las veces nos ayudaron con lo que pudieron.
Llegó un momento en que la atmósfera de la Gran Sabana, de la Casa de la Amistad, ya se había expandido por toda la urbanización. Los vecinos se reunían, proponían y tomaban la iniciativa. Llevaban sus propuestas a las alcaldías y empresas y concretaban en hechos sus propuestas, sin discusiones ni forzamientos.
Ya habían cobrado conciencia de sus fuerzas y capacidades puestas a trabajar para el bien común, ya sabían que el mundo podía ser de muchos modos y todo dependía de lo que uno hacía. Así que ya era buen momento para que nos fuéramos, ya estábamos de más y solo interferíamos y los cohibíamos en su naciente libertad de elegir y decidir como vivir.
Desde este acercamiento experimental a la vida todo intento de aprehender, comprender intelectualmente la realidad para entonces transformarla, es como tratar de cambiarse a si mismo en la imagen que el espejo nos refleja. La sociedad no puede ser nada diferente, ni mejor ni peor que lo que nosotros somos, pensamos, sentimos y hacemos.
Pretender cambiar la sociedad sin comprender que no es más que nuestra expresión en el espejo, es como querer que la carreta jale al caballo. Desear comprender lo que sucede en el mundo sin comprendernos a nosotros mismos, es como estudiar una máquina para luego terminar diciendo que eso no es el ser humano, y con eso darnos por definidos.
Es entonces desde todo lo vivido que participo y disfruto enormemente de lo que va abriéndose paso en el mundo. Es como vivir ampliada y recreándose de mil nuevos modos aquella experiencia inicial. Por eso me sonrío cuando tanta gente de buenas intenciones me dice que les gustaría compartir mi ingenuidad y a veces me preguntan si soy muy joven.
Bueno si, es verdad, en mi corazón soy muy joven. Y mucho me gustaría poder mostrarles a todos que a solo unos pocos centímetros y al alcance de sus manos está la posibilidad de cambiarlo todo. Solo un pequeño giro y el reflejo en el espejo cambiará totalmente mostrándoles miles de ángulos posibles en lo que creían una sólida y única imagen de si mismos. Justamente por eso es que escribo y planteo múltiples enfoques de la realidad.
No porque sean verdaderos o falsos, sino porque es necesario romper esa inercia mental dentro de cuya trampa estamos dormidos, hipnotizados. La vida no es lineal, nada más lejos. Todo es estructural y rítmico. Yo rompí con mis hábitos y rutinas cuando ya no soportaba más la insatisfacción íntima. Podría tranquilamente decir que el dolor interno fue el motor necesario para darme el suficiente impulso en una nueva dirección. Por tanto el sentir que la propia vida ha sido un fracaso no es el fin de nada.
Sino la desilusión de una serie de creencias y el principio de una nueva búsqueda e intento. ¿No sucede lo mismo acaso con el agotamiento de nuestro modelo social? ¿No ha despertado junto con la insatisfacción colectiva una nueva sensibilidad y deseo de un nuevo mundo? ¿No hemos despertado de un largo y aletargado invierno?
Así es todo en la vida, porque además de pensamientos tenemos sensaciones y sentimientos, estados de ánimo Nos movemos entre estrechos umbrales de tolerancia del dolor-placer, de sufrimiento-felicidad. No es a las entidades e instituciones abstractas a quienes les duele o sufren, sino a nosotros.
Si no satisfaces tu hambre, si no mantienes la temperatura de tu cuerpo entre límites admisibles, si no duermes, comienza el dolor, la enfermedad camino de la muerte. Los mismos delicados umbrales de tolerancia tiene el ecosistema que afecta de inmediato tu cuerpo. Exactamente igual pasa a nivel de sentimientos, a cierto nivel de intensidad tu yo habitual se muere de miedo y empieza a temblar, hasta se desmaya. En esa dinámica continua y sin fin de sensaciones, dolor-placer y de sentimientos, estados de ánimo, felicidad-sufrimiento se mantiene nuestra adaptación al entorno y nuestra movilidad en el tiempo o la historia.
Si no fuera así, si no supiéramos optar entre lo que nos duele o nos gratifica, alejarnos o acercarnos a lo que nos hace bien o nos daña, no podríamos sobrevivir. Allí entra también en escena la fundamental función de la sexualidad en la reproducción de la especie para su continuidad en el espacio y el tiempo.
El pensamiento es una función integral e inseparable de todas las demás. Es ingenuo pensar que puedes estar lleno de sufrimiento y violencia, de resentimiento y deseos de venganza, y a la vez pensar abstractamente sin involucrar tu trasfondo anímico acumulado en toda una vida de experiencias.
Sucede justamente al revés, es tu trasfondo de vida, tu estado mental global el que organiza y se expresa en tu pensamiento y te hace ver el mundo en que crees vivir. Solo que como es justamente el trasfondo estable de todo lo que haces, no lo reconoces salvo cuando por una u otra circunstancia te encuentras fuera o libre de el y puedes establecer comparaciones.
No creo que hagan falta muchas explicaciones ni ejemplos de lo que decimos en estas circunstancias críticas en que la especie se desadapta y el entorno se deteriora creciente y aceleradamente. Justamente por eso es que irrumpen sensaciones y sentimientos con intensidad en conciencia y desencadenan programaciones reactivas en memoria.
Porque es necesario volver a la dinámica de la vida y reconocer que el pensamiento es solo una función entre muchas, y comprender o explicar una situación intelectualmente no cambia ni resuelve nada. Son los estados de ánimo los que aportan la fuerza o su carencia, las imágenes y no los conceptos abstractos son los que disparan conductas hacia el mundo.
Justamente por eso puedes dar y asistir a interminables cursos sin cambiar absolutamente nada, mientras que la TV disparando unas pocas imágenes provoca cambios masivos en la dirección de las conductas. El carnaval se terminó, las interminables charlas y discusiones se agotaron. Las máscaras y disfraces se cayeron.
Unos simples hechos en dirección solidaria hicieron que toda esa superestructura sicológica e institucional comenzara a desmoronarse. Lo que fue imposible hasta hoy por un simple giro de la voluntad está ahora en marcha. El Alba resplandece confirmando que tras la más larga y profunda oscuridad y justo en su corazón, estaba la luz de un nuevo día.
¿Acaso puede alguien ante esos hechos de solidaridad que se encaminan hacia la integración, seguir haciendo discursos sin participar, y no dejar en evidencia que sus intereses no son los mismos que los de su pueblo?
Esa es la simple pero abismal diferencia entre los dichos y los hechos. Porque unos se experimentan y pueden comer, los otros viven en el reino de la relatividad, donde aparentemente todo da lo mismo y nada tiene sentido. Hasta que te duele y sufres claro está.
Del corazón brota la revolución. Con corazón se hace revolución. Tripa y cerebro son inseparables compañeros y van de la mano, pero nunca han sido ni serán móvil ni motivación suficiente. Son variables y acomodaticios como las nubes al viento, saben de necesidades y conveniencias, pero no han oído de amor ni de ética. Algún día también ellos lo sabrán.
Hablando de apertura, inclusividad, unidad e integración me despido dejándoles unas preguntas. ¿Son los brazos y las piernas cansados de su soledad y mutuos conflictos cada vez que tienen que acordar en que dirección ir, los que un día se reúnen y deciden conformar un cuerpo?
¿Son los pensamientos y sentimientos los que en un momento de aburrimiento o baja autoestima deciden integrarse en un yo? ¿O será que la conciencia del cuerpo se va ampliando y transmitiendo a sus miembros, y un día maravilloso trascienden su restringida identidad o membresía para caer en cuanta de ser un organismo, múltiples manifestaciones de un solo ser?
Con esto sucede algo así como con una frase que leí un día y me confundió y molestó mucho. Decía que los que buscan la verdad son unos mentirosos. Sin embargo con el tiempo resultó obvio que era así. Si buscaba la verdad era porque no la tenía, ¿y entonces que más podía ser que falso, ilusorio, mentiroso? Y si busco la libertad, ¿por qué será?
Muchos amigos me preguntan a menudo de donde saco mis ideas tan poco ortodoxas pero que expresan de modos tan simples ideas complejas, que pintan de modos tan diferentes las experiencias cotidianas a que estamos tan habituados que ya ni siquiera notamos.
Claro que el panorama no estaría completo si no dijera también que a otros amigos esa misma sencillez les parece reduccionismo o simplismo en un mundo tan complejo, poco discernible y aún menos manejable. Ellos consideran que es poco serio tratar tan livianamente o poco documentadamente los temas, sin citar fuentes que corroboren y justifiquen mi pensamiento.
Yo solo puedo contestar a ambos que así es como soy. Eso, mucho o poco es lo que he aprendido viviendo, en eso me he ido convirtiendo al ser fiel en mis hechos a mi sentir. Lo que piensan los demás me parece muy bueno y respetable mientras lo compartan con quienes lo deseen, mientras lo usen en sus propias vidas y para sus propias experiencias.
Pero cuando empezamos a creernos jueces de lo bueno y lo malo, a querer imponer un sistema de pensamiento y a negar, rechazar todo lo que no encaja con el, volvemos al dogmatismo, al fundamentalismo. De allí a querer imponer un sistema único económico y cultural hay solo unos cuantos pasos en la misma dirección.
Yo entiendo perfectamente que nuestro libre albedrío, nuestra movilidad en el horizonte temporal nos hace sentir inseguros y desear adoptar formas de pensamiento y organización que nos den respuestas ciertas, confiables, reiterables.
Comprendo que en la mayoría de los casos históricos hemos decidido sacrificar la libertad de elegir como deseamos vivir por la seguridad de cobrar un sueldito a fin de mes. Más vale pájaro en mano que cien volando y malo conocido que bueno por conocer.
Pero también me parece comprender que si esas son nuestras elecciones entonces no debemos sorprendernos cuando llegamos a un mundo unipolar. Donde solo imperan relaciones de dominio-sumisión y algunos iluminados se creen inspirados y destinados por entidades divinas a imponerle al mundo sus propios modos de pensar y hacer las cosas.
Si lo que buscamos es seguridad pues ahora estamos seguros de ser esclavos, de que las cadenas se aprieten cada vez más entorno al cuello y de que se nos reprima y castigue cada vez que expresemos descontento con esa forma de trato. Según mi propia experiencia cuando uno es joven, cuando dispone de exuberante energía vital, no está interesado en ideas.
Siente que se lleva el mundo por delante y todas las formas de hacer las cosas que se le exigen le parecen una inútil y molesta imposición y pérdida de tiempo. Más adelante, cuando las desilusiones comienzan a pesar uno coquetea con las ideas, las usa como adorno, las repite como frases que tienen sentido y lo hacen partícipe de cierto nivel intelectual.
Pero llega un momento en que la suma de fracasos te cierra totalmente el futuro, te hace sentir la vida como un obligatorio peso que haz de cargar, sientes que el tiempo se termina y ya no tienes fuerzas para realizar nada, solo te espera el vestido de madera. Esto no es así solo a nivel personal, también sucede con las épocas históricas colectivas.
Yo le llamo primavera del alma a la etapa en que la humanidad es joven y desbordante de vitalidad. Entonces solo quiere moverse, hacer, investigar, curiosear. Pero luego viene el otoño y el invierno del alma, cuando la vitalidad ya es difusa y la creatividad se ha convertido en hábitos y creencias. Es entonces que las ideas vienen a ocupar el lugar del movimiento.
Es entonces que comenzamos a buscar el menor esfuerzo, a desear saber anticipadamente los resultados de cada acción antes de realizarla, a buscar y querer seguridad sobre todas las cosas. Ahora discutimos interminablemente miles de posibilidades antes de dar cada pequeño e insignificante paso, cuando sería tan sencillo darlo y comprobar sus resultados.
En esas condiciones uno puede experimentar que tanta teoría e ideología no le sirve de nada porque no resuelve sus circunstancias en casa ni en el trabajo, no le entrega ninguna herramienta para elevar su nivel de energía y hacer que se sienta mejor. ¿De qué me sirve conocerme todas las teorías del mundo si no me permiten cambiar nada?
Estaba en una de estas encrucijadas de mi vida en que no le encontraba sentido a nada cuando decidí irme con un grupo de amigos y amigas a la Gran Sabana en la frontera de Venezuela con Brasil. Allí tendríamos la oportunidad de vivir sin tanta presión económica. Yo había estado ya un tiempo antes y sabía que podíamos vivir en territorio indio.
Llegamos con nuestra mudanza a Santa Elena de Uairén donde decidí quedarme unos días en casa de amigos. Ellos siguieron hacia el lugar de destino que era unos 70 kms. más por carretera de tierra que tomaba unas dos horas recorrer. Transcurridos esos días decidí subir aprovechando el viaje de otro amigo para comprobar como se habían instalado.
En el camino encontramos un mochilero que nos pidió lo lleváramos y decidió luego bajarse junto conmigo. Era de Israel, solo hablaba unas pocas palabras en inglés y me hizo entender que se iba a casar, este era su último viaje de soltero y había querido venir a conocer los indígenas en su hábitat natural.
Le dije que no sabía en que condiciones estaban mis amigos pero que era bienvenido a refrescarse y descansar un poco. Caminamos hasta donde estaban las construcciones, a unos 200 mts. de la carretera. Allí lo presenté con los demás y al poco tiempo ya parecía uno más de nosotros y lo habían invitado a que se quedara.
Estuvo con nosotros todos los diez días de que disponía, llegó entre risas a la conclusión que definitivamente nosotros éramos los indígenas que quería conocer. Estaba fascinado con la abundancia de agua y lluvias, el tenía ovejas en Israel y decía que allá toda el agua se medía con goteros, era un líquido precioso.
Nos enseño a recoger agua en un plástico expuesto al sol, a cocinar el pan bajo la ardiente arena, a hacer queso con leche de cabras y muchas cosas más. Cuando llegó el día de irse lo acompañamos a Santa Elena, nos compró regalos para todos y cuando se despidió lloraba diciéndonos que éramos su familia y que si alguna vez íbamos a Israel sabíamos que allí teníamos un hermano.
Entre tantas y tantas cosas que hubo que hacer para adaptarse a un nuevo lugar en que no teníamos luz ni agua corriente y el vecino más cercano estaba a varios kms., aquella experiencia quedó pronto sepultada. Para todos nosotros que jamás habíamos salido de la ciudad aquello era toda una aventura, teníamos todo por aprender e inventar.
Allí no había un mundo externo de normas al cual adaptarse, una herencia histórica de hábitos y creencias en la cual encajar. Por el contrario el mundo externo era vacío como el que debe encontrar un niño al nacer. Un enorme silencio en que todo está por conocer, hacer y nombrar. Y en ese silencio sientes tu mundo interno, tu sensibilidad presionando para manifestarse.
Poco a poco fui aprendiendo a escuchar ese silencio, a darle forma a esa presión interna, a ese deseo de volcarme en el mundo. Así fue como construyendo casas yo que jamás había tomado una herramienta me di cuenta que ya sabía como hacerlas.
Así fue como supe que mi cuerpo y conciencia eran mucho más que lo que yo conocía y creía. Probablemente síntesis y hechura de la acumulación de experiencia y conocimientos colectivos, del saber y hacer humanos. Que respondía según las circunstancias a que se enfrentaba, según el sistema de hábitos y creencias epocales dentro del cual se desempeñaba.
Pero pasaron los meses y ya todo estaba más o menos ordenado y bajo control, ya se habían establecido hábitos y rutinas, cada cual quien más quien menos tenía y cumplía según sus capacidades y preferencias una función dentro del grupo.
Entonces comenzaron a volver las imágenes y sensaciones de aquella experiencia, me di cuenta que siempre había querido vivir algo así y que solo el no haber tenido rutinas, el estar disponible lo había hecho posible. Habíamos convivido como iguales, como hermanos con un desconocido, que no hablaba una palabra de nuestro idioma.
Nos comunicábamos por gestos y palabras sueltas solamente lo necesario, y sin embargo, teniendo culturas tan diferentes nos habíamos sentido como una familia que se conociera desde siempre.
Habíamos compartido todo, nos había enseñando tantas cosas, nos habíamos reído juntos a carcajadas y todos habíamos sentido que una parte nuestra se iba o quedaba con el otro. ¿Dónde había quedado la sensación de soledad y sinsentido que se había hecho parte de mí en la rutinaria vida de ciudad?
Comencé a pensar que esa experiencia me había hecho conocer parte de mi mundo interno, le había dado forma, lo había externalizado y de ese modo había logrado comprender que era así como quería vivir, sin limitaciones ni diferencias superficiales entre los seres humanos. Porque había quedado en evidencia que nada nos separaba realmente, o en todo caso nuestra sensibilidad profunda trascendía todas esas rutinas y hábitos en los que vivíamos atrapados como esclavos, como bueyes que giran día y noche en torno a la noria.
Un día de esos decidí que quería hacer todo lo que estuviera de mi parte para posibilitar que aquello volviera a repetirse. Entonces les propuse a mis compañeros que hiciésemos una casa más grande y bonita que las nuestras, que mostrase el deseo de recibir y compartir con todos los viajeros que llegasen por aquellas lejanas tierras.
Me miraron sin comprender demasiado pero por una parte todas habíamos disfrutado por igual aquella experiencia, y además no teníamos demasiado que hacer así que algo en que ocuparnos no era rechazado ni tomado con fastidio. Por el contrario era una obra común en la cual aplicar nuestra creatividad y capacidades, un reto para el conjunto.
Aquello era todo un proceso, había que cortar en el bosque las maderas apropiadas para cada parte de la casa y además en los momentos precisos señalados por la luna. Luego dejarlas secar bien derechas para que no se torcieran. Todo aquello era enseñanza de los indios del lugar y nos tomó como seis meses construir nuestra casa.
Hicimos un ritual para festejar aquél momento en que ofrecíamos nuestra hospitalidad al universo, nuestro corazón hecho casa para que supiera que todo visitante sería bien recibido. Los indígenas también vinieron y participaron de la ceremonia. Mucha gente vivía discutiendo con ellos y con frecuentes peleas, hasta de incendiarse mutuamente las viviendas.
Nosotros aceptamos desde el primer día sus reglas ya que nos habían permitido vivir sin problemas de ningún tipo en sus tierras y jamás tuvimos un solo malentendido con ellos. Por el contrario nos ayudaban en todo lo que emprendíamos sin pedírselo siquiera. Por supuesto nosotros siempre devolvíamos su amabilidad en todo lo que podíamos.
Créanlo o no, allí en la mitad de ninguna parte comenzaron a llegar visitantes de todas las nacionalidades, nuestro lugar comenzó a hacerse conocido. Se quedaban días o semanas, una muchacha de 18 años, alemana, que recién había terminado su bachillerato se había tomado un tiempo para viajar y se quedó casi un año con nosotros.
A veces sucedían cosas extrañas como que almorzábamos ancas de ranas que uno de los visitantes había traído de regalo desde su país conservadas en hielo seco. Nunca se le negó a nadie la residencia ni jamás se les fijó un tiempo para quedarse. Tampoco se les dijo nunca que debían hacer algo a cambio del hospedaje.
Ello solos preguntaban en que podían colaborar o se ponían directamente a ayudar por propia iniciativa en alguna de las tareas que realizábamos. Nunca tuvimos una sola discusión ni hubo un solo intento de abuso por parte de nadie. Todos invariablemente expresaban en sus pocas o muchas palabras que jamás esperaron encontrar un pedacito de cielo en medio de la nada.
Que tal vez por primera vez se habían sentido realmente en su casa y con su familia, que esta experiencia había cambiado sus vidas, ahora veían todo de un modo diferente y sabían que las cosas podían hacerse de otros modos. Todos se iban eternamente agradecidos y nos decían que donde ellos estuvieran teníamos una familia y un hogar donde llegar, que nunca nos olvidarían.
Fue así y de ese modo que aprendí y supe por experiencia, por vivencia directa, que lo que manifestamos en el mundo proviene de nuestra sensibilidad y anhelos más profundos. Comprendí que no hay otro modo de que podamos reconocerlos y vivirlos que confiando en lo que sentimos y atreviéndonos, arriesgándonos a llevarlo a los hechos.
Toda aquella época fuimos profundamente felices sin ninguna meta futura, sin ningún objetivo que alcanzar. No teníamos ni nos interesaba tener más que lo necesario, no nos importaba carecer de luz eléctrica ni de agua corriente. Aprendimos que las separaciones y soledades no eran más que rutinas y hábitos en los que uno quedaba atrapado.
Pero bastaba volver a confiar nuevamente en lo que sentíamos para encontrarnos una vez más llenos de vida, alegría, fe, abiertos al mundo y a la vida y de inmediato todo comenzaba a cambiar. Como si el mundo no fuese sino un reflejo tuyo, de tu actitudes y creencias en el espejo del paisaje y los demás seres humanos.
Luego los niños crecieron y decidimos bajar a vivir en Santa Elena donde podían asistir al colegio. De un modo u otro aquella etapa se había cerrado y poco a poco cada uno comenzó a seguir su propio camino. Algunos de los que participamos de la experiencia aún viven allí, pero la mayoría andamos dando vueltas por el mundo.
Hubieron otros que también desearon ir, pero se pusieron a hacer proyectos de cómo sería todo allá y aún siguen haciéndolos. Mientras nosotros fuimos y vinimos muchas veces ellos aún siguen pensando en la mejor forma de hacerlo. Hoy la apariencia de los que vivimos esa experiencia puede ser muy variada y seguramente nada nos diferencia de los demás.
Pero en lo esencial todos seguimos viviendo en el paisaje interno, en la atmósfera de aquellos ríos y cascadas, de aquellos incontables matices de verdes, aquellas palmeras sin fin, en la infinitud de aquellos horizontes de silenciosa libertad. Pero sobre todo en la certeza de que no hay fronteras entre los hombres, no hay nada que perseguir y el tiempo solo es una ilusión.
Por eso cuando muchos amigos me dicen que ojala las cosas fuesen así como yo las escribo, porque entonces el mundo sería como los ideales, yo les contesto que no es desde la ingenuidad que lo comparto, sino desde la experiencia. No solo la experiencia vivida una vez en aquellos lejanos parajes, sino repetida y compartida por todas partes.
Porque luego de que partí de la Gran Sabana donde fuera que llegara algunas personas me preguntaban que era lo que yo tenía, que era lo que en mi se sentía diferente. Entonces les contaba la experiencia y les decía que esos paisajes vivían ahora en mí, eran parte de mí, eran mi mundo, lo que me acompañaba a todas partes, lo que respiraba sin importar donde ni con quien estuviera.
Desde entonces mi vida ha sido compartir mi tiempo con quienes quieren vivir esas experiencias, respirar esa misma atmósfera. A todas partes donde llego siempre tengo amigos que me van a esperar y quieren alojarme en su casa. Pareciera que el haber construido una casa para los amigos que aún no conocía e invitarlos a visitarme con mi corazón, me hizo merecedor de tener una casa donde sea que llegue.
En alguna de esas vueltas apareció por allí el señor Chávez y la revolución bolivariana y sentí que conocía esos aires, esa sinceridad, esa solidaridad, esa apertura hacia el mundo y los demás seres humanos. Entonces la atmósfera de la Gran Sabana comenzó a expandirse como un alegre viento por todo el ancho espacio de esa madre de generosas entrañas, Venezuela.
En la suave y perfumada brisa circulaban canciones y poesías de inclusividad social, justicia, libertad, igualdad, solidaridad, participación, protagonismo, integración de los pueblos. Hasta de amor y frenesí se hablaba, y todo esto era muy extraño en los labios de un presidente. De repente todo se había transfigurado, parecía estar en otro mundo. Claro que mi acercamiento a todo esto era experimental, vivencial.
No tenía nada que ver con teorías ni ideologías, especialmente en esta época donde hemos olvidado o perdido de vista que toda esa superestructura intelectual y abstracta, no es más que un boceto rudimentario, un intento de aproximación a la vida real, y la hemos convertido en verdades que hay que respetar como si pertenecieran a versículos de la propia Biblia.
Fue en esa época que registramos con unos amigos una fundación y participamos en algunos proyectos con alcaldías y la gobernación del Estado Bolívar. Entonces poníamos un kiosco en una plaza y comenzaba a circular toda la gente da la urbanización, todos sentían que aquello tenía algo de especial, diferente, aunque no pudieran comprender de que se trataba.
Luego nos poníamos a recoger escombros de la plaza y todos los que pasaban miraban y se ponían a participar. La alcaldía nos dio abono, matas, mangueras y convertimos aquél depósito de deshechos en un jardín del Edén del que todos nos sentíamos orgullosos.
Ahora era el lugar de reunión de todos y de allí surgió la idea de conseguir unas máquinas de coser para las amas de casa que no tenían entradas para alimentar a sus niños, colocando su producción con el gobierno o cualquier empresa. Nunca pedimos dinero ni al gobierno ni a las empresas y la mayoría de las veces nos ayudaron con lo que pudieron.
Llegó un momento en que la atmósfera de la Gran Sabana, de la Casa de la Amistad, ya se había expandido por toda la urbanización. Los vecinos se reunían, proponían y tomaban la iniciativa. Llevaban sus propuestas a las alcaldías y empresas y concretaban en hechos sus propuestas, sin discusiones ni forzamientos.
Ya habían cobrado conciencia de sus fuerzas y capacidades puestas a trabajar para el bien común, ya sabían que el mundo podía ser de muchos modos y todo dependía de lo que uno hacía. Así que ya era buen momento para que nos fuéramos, ya estábamos de más y solo interferíamos y los cohibíamos en su naciente libertad de elegir y decidir como vivir.
Desde este acercamiento experimental a la vida todo intento de aprehender, comprender intelectualmente la realidad para entonces transformarla, es como tratar de cambiarse a si mismo en la imagen que el espejo nos refleja. La sociedad no puede ser nada diferente, ni mejor ni peor que lo que nosotros somos, pensamos, sentimos y hacemos.
Pretender cambiar la sociedad sin comprender que no es más que nuestra expresión en el espejo, es como querer que la carreta jale al caballo. Desear comprender lo que sucede en el mundo sin comprendernos a nosotros mismos, es como estudiar una máquina para luego terminar diciendo que eso no es el ser humano, y con eso darnos por definidos.
Es entonces desde todo lo vivido que participo y disfruto enormemente de lo que va abriéndose paso en el mundo. Es como vivir ampliada y recreándose de mil nuevos modos aquella experiencia inicial. Por eso me sonrío cuando tanta gente de buenas intenciones me dice que les gustaría compartir mi ingenuidad y a veces me preguntan si soy muy joven.
Bueno si, es verdad, en mi corazón soy muy joven. Y mucho me gustaría poder mostrarles a todos que a solo unos pocos centímetros y al alcance de sus manos está la posibilidad de cambiarlo todo. Solo un pequeño giro y el reflejo en el espejo cambiará totalmente mostrándoles miles de ángulos posibles en lo que creían una sólida y única imagen de si mismos. Justamente por eso es que escribo y planteo múltiples enfoques de la realidad.
No porque sean verdaderos o falsos, sino porque es necesario romper esa inercia mental dentro de cuya trampa estamos dormidos, hipnotizados. La vida no es lineal, nada más lejos. Todo es estructural y rítmico. Yo rompí con mis hábitos y rutinas cuando ya no soportaba más la insatisfacción íntima. Podría tranquilamente decir que el dolor interno fue el motor necesario para darme el suficiente impulso en una nueva dirección. Por tanto el sentir que la propia vida ha sido un fracaso no es el fin de nada.
Sino la desilusión de una serie de creencias y el principio de una nueva búsqueda e intento. ¿No sucede lo mismo acaso con el agotamiento de nuestro modelo social? ¿No ha despertado junto con la insatisfacción colectiva una nueva sensibilidad y deseo de un nuevo mundo? ¿No hemos despertado de un largo y aletargado invierno?
Así es todo en la vida, porque además de pensamientos tenemos sensaciones y sentimientos, estados de ánimo Nos movemos entre estrechos umbrales de tolerancia del dolor-placer, de sufrimiento-felicidad. No es a las entidades e instituciones abstractas a quienes les duele o sufren, sino a nosotros.
Si no satisfaces tu hambre, si no mantienes la temperatura de tu cuerpo entre límites admisibles, si no duermes, comienza el dolor, la enfermedad camino de la muerte. Los mismos delicados umbrales de tolerancia tiene el ecosistema que afecta de inmediato tu cuerpo. Exactamente igual pasa a nivel de sentimientos, a cierto nivel de intensidad tu yo habitual se muere de miedo y empieza a temblar, hasta se desmaya. En esa dinámica continua y sin fin de sensaciones, dolor-placer y de sentimientos, estados de ánimo, felicidad-sufrimiento se mantiene nuestra adaptación al entorno y nuestra movilidad en el tiempo o la historia.
Si no fuera así, si no supiéramos optar entre lo que nos duele o nos gratifica, alejarnos o acercarnos a lo que nos hace bien o nos daña, no podríamos sobrevivir. Allí entra también en escena la fundamental función de la sexualidad en la reproducción de la especie para su continuidad en el espacio y el tiempo.
El pensamiento es una función integral e inseparable de todas las demás. Es ingenuo pensar que puedes estar lleno de sufrimiento y violencia, de resentimiento y deseos de venganza, y a la vez pensar abstractamente sin involucrar tu trasfondo anímico acumulado en toda una vida de experiencias.
Sucede justamente al revés, es tu trasfondo de vida, tu estado mental global el que organiza y se expresa en tu pensamiento y te hace ver el mundo en que crees vivir. Solo que como es justamente el trasfondo estable de todo lo que haces, no lo reconoces salvo cuando por una u otra circunstancia te encuentras fuera o libre de el y puedes establecer comparaciones.
No creo que hagan falta muchas explicaciones ni ejemplos de lo que decimos en estas circunstancias críticas en que la especie se desadapta y el entorno se deteriora creciente y aceleradamente. Justamente por eso es que irrumpen sensaciones y sentimientos con intensidad en conciencia y desencadenan programaciones reactivas en memoria.
Porque es necesario volver a la dinámica de la vida y reconocer que el pensamiento es solo una función entre muchas, y comprender o explicar una situación intelectualmente no cambia ni resuelve nada. Son los estados de ánimo los que aportan la fuerza o su carencia, las imágenes y no los conceptos abstractos son los que disparan conductas hacia el mundo.
Justamente por eso puedes dar y asistir a interminables cursos sin cambiar absolutamente nada, mientras que la TV disparando unas pocas imágenes provoca cambios masivos en la dirección de las conductas. El carnaval se terminó, las interminables charlas y discusiones se agotaron. Las máscaras y disfraces se cayeron.
Unos simples hechos en dirección solidaria hicieron que toda esa superestructura sicológica e institucional comenzara a desmoronarse. Lo que fue imposible hasta hoy por un simple giro de la voluntad está ahora en marcha. El Alba resplandece confirmando que tras la más larga y profunda oscuridad y justo en su corazón, estaba la luz de un nuevo día.
¿Acaso puede alguien ante esos hechos de solidaridad que se encaminan hacia la integración, seguir haciendo discursos sin participar, y no dejar en evidencia que sus intereses no son los mismos que los de su pueblo?
Esa es la simple pero abismal diferencia entre los dichos y los hechos. Porque unos se experimentan y pueden comer, los otros viven en el reino de la relatividad, donde aparentemente todo da lo mismo y nada tiene sentido. Hasta que te duele y sufres claro está.
Del corazón brota la revolución. Con corazón se hace revolución. Tripa y cerebro son inseparables compañeros y van de la mano, pero nunca han sido ni serán móvil ni motivación suficiente. Son variables y acomodaticios como las nubes al viento, saben de necesidades y conveniencias, pero no han oído de amor ni de ética. Algún día también ellos lo sabrán.
Hablando de apertura, inclusividad, unidad e integración me despido dejándoles unas preguntas. ¿Son los brazos y las piernas cansados de su soledad y mutuos conflictos cada vez que tienen que acordar en que dirección ir, los que un día se reúnen y deciden conformar un cuerpo?
¿Son los pensamientos y sentimientos los que en un momento de aburrimiento o baja autoestima deciden integrarse en un yo? ¿O será que la conciencia del cuerpo se va ampliando y transmitiendo a sus miembros, y un día maravilloso trascienden su restringida identidad o membresía para caer en cuanta de ser un organismo, múltiples manifestaciones de un solo ser?
Con esto sucede algo así como con una frase que leí un día y me confundió y molestó mucho. Decía que los que buscan la verdad son unos mentirosos. Sin embargo con el tiempo resultó obvio que era así. Si buscaba la verdad era porque no la tenía, ¿y entonces que más podía ser que falso, ilusorio, mentiroso? Y si busco la libertad, ¿por qué será?