RETOBOS EMPLUMADOS
POR PINO PÁEZ
(Exclusivo para Voces del Periodista)
RE-CUENTO DE UNA PROTESTA DESMAÑANADA
Acerca del juramento calderoniano es muy posible que más de un cronista titule su texto Por la puerta de atrás, o Crónica de una asunción sin escalones, o El arribo de "la banda" en la tribuna... al retobardor, empero, le pareció más acertado este cabezal decapitado en los testimonios del desvelo, con la eñe rejega en ser mayúscula en la achaparrada vigilancia del insomne.
En la medianoche del día primero, en el mero nacimiento del horario, don Vicente y don Jelipe se instalan al frente de una escenografía al estilo más genuino de las matinés dominicales de don Chabelo: el señor Fox -sin pajarería alguna- está por desbandarse, despechado se despecha el símbolo, lo dobla inhábil, por poco se le cae el ritual, un cadete que bracea desesperaciones recoge la entrega tricolor, luego da otra nuevecita al señor Calderón... Todo frente a la ovación de subordinados cuyo empeño en apellidarse Patiño, resulta tan conmovedor que el atisbador de inmediato evoca lo más genuino de Juan Orol, la señora dulché y Confesiones.
En la víspera, el alto caballero de las botas tiernamente embecerrado a un micrófono, advierte: "Tendré el honor de poner la banda en el pecho de don Felipe Calderón". En San Lázaro casi lo consigue, pues al desbandarse por segunda ocasión estaba a punto de colocársela directo y personal al de marras, pero éste le da la espalda, quizá sin descortesía se voltea, a lo mejor gira deliberado noventa grados para evitarle al ex la póstuma regada que hubiera salpicado un diluvio, hace don Jelipe como que saluda al titular en turno de la Cámara de Diputados y el señor Zermeño no se hace pero sí ase presuroso la banda del saliente y la traspasa al entrante, ante resoplidos de alivio de una valla de oficiantes de guarura que transpiraban una salerosa inundación.
Confiscación estelar a los Hermanos Atayde
Previo a la perjura juramentación, los parlamentados elaboran el escenario de una campal, una riña inspirada en los feroces duelos de parvulitos, un espectador que no ha dormido se apiada del preprimario agarrón y propone la presencia arbitral de Tío Patota; el réferi ha triunfado: los gladiadores de Evenflo las chocan un ratito... descansan y roncan un tren que se descarrila, al despertar las cortan y se tunden ensordecedores un alud de trompetillas.
El de los retobos, pasaditas las siete de un día que cala una friolera, se aposenta zocalino, con el rimel forestal de sus chinguiñas. En la gran plancha los convocados empiezan a dibujar un río. Muchos a todo volumen tienen prendido su radio, un buen número porta televisioncitas, comparten el chirris cinescopio... y hasta trocitos de tamal que le ponen diques al invierno.
Los locutores de todas las estaciones hablan igualito, bien acompasados en el ritmo de la lisonja, en el cuadrante le cuadran grandezas a don Jelipe, y en las pantallas quieren apantallar con súbitas proezas del señor Calderón.
Transcurren las manecillas sus abrazos de vejez; Obrador no tardará en ofrecer su discurso, el "Pelele" volverá a pulular muy pronunciado; dispondrá el orador ir en manifestación hacia el Auditorio, "Sin una barda pintada ni un vidrio roto". Las consignas repican lo que no quiso tañer el campanero.
Don Andrés Manuel, sin embargo, también tiene sus críticos en las concentraciones, no son "indicadores", tampoco empanizados que se infiltren para contaminar el coro, hablan casi en la intimidad del murmurio: "López Obrador es parte del sistema, si no le hubiesen birlado la presidencia, sería otro Lula, con cambios por encimita", analiza uno con la tonalidad quedita, sin que ninguno se desoriente por la presencia del retobador que apunta lo dicho; la otra persona del diálogo, sotto voce, mirando de reojo secunda en la proximidad del deletreo a fin de que el periodista anote textual y sin yerro, lo que suena a justificación y análisis: "Sí, más vale algo por encimita que más saqueos por debajo del agua". Se extravían a continuación en el dédalo del tumulto, en el mapa ya vespertino de una humanidad que se desplaza en pos de una nueva geografía, empero, a lo Bob Dylan, una interrogación se atenaza en los tendederos de la tarde: ¿Es posible una nueva dirección por encimita?
De labio a tímpano el secretito
No nada más en las marchas se concretan en parcelas los murmullos. En las antelaciones de aquella alocución, en la mesa central diputadil están tres personajes centrales: el mencionado Jorge Zermeño del PAN y su cursi campanita de plata, la perredista Ruth Zavaleta y su juventud paradójicamente alborotada en el estilístico apaciguamiento de su cabellera y la señora Layda Sansores, ahora convergente, convencionista, fapiana... y dantesca por lo de Dante.
Los señores Fox y Calderón se aproximan a ingresar desde trasbanderas, desde el traspatio, desde un providencial boquete... Un montón de silbatos pitan un vodevil, la señorita Ruth algo secretea con don Jorge, ¡se pone de pie y cede el asiento al señor Beltrones! En el Zócalo muchos nos amotinamos junto a un pequeñito televisor de pilas, una reportera informa que la diputada Zavaleta recibió instrucciones de su coordinación, sin que –por lo menos buenas horas después del hecho- nadie la desmienta. Doña Layda, al igual que don Dante, ni siquiera desperdicia el fuego en infiernitos.
FOX-CALDERÓN: A IMAGEN Y SEMEJANZA
Los zocalinos, un importante porcentaje de ellos, se hallaban convencidos que Ruth Zavaleta sería la que en sus hermosas espaldas conllevara la responsabilidad de impedir la protesta del que no recibió la protocolaria invitación de protestar, del que protestó solito y rapidísimo para retirarse con el ex entre silbatazos que no llegaron a silbatinas y lágrimas en caudal de la derecha corintelladamente emocionada, con los comentaristas electrónicos produciendo próceres a granel, destacando el referido señor Zermeño y Santiago Creel, a los cuales en forma instantánea albergaron en el caserón de la estampita.
Los marchantes, los literales marchantes de las marchas, retomaron otra vez los señalamientos del murmullo, para no pocas personas reunidas en la gran plaza, lo de la parlamentada trifulca de guardería, fue un guiño-guiñol acompañado del mano-manito-manazo.
Entre los zangoloteos festivos de su propio lloradero, los diestros solamente de la diestra, declamaron lo más selecto de la escritura mermelada, la sintaxis de fresas machacadas, lo dulzón del estribillo: "Sí se pudo", basados en el Sí se puede, libro "motivacional" de Eduardo Zavala (¿será otro cuñado?), quien se apoda "Míster Entusiasmo". La señora Vázquez Mota publicó, cuando aún no figuraba en los osamentosos lares de Polakia, ¡Dios mío, hazme viuda por favor! en el que no aborda viudez alguna, excepto la de la angustia, los temores... y los malos pensamientos que conducen irremediablemente a la condenación de los menos.
El temible don Jelipe, en el Auditorio Nacional colmado con los sinfónicos balidos del acarreo, repitió el "Sí se pudo" con la retadora conjugación presente del "Sí se puede" en un eufemismo de "Yo sí las puedo", frente a una concurrencia similar a la que se le arrejuntaba al señor Salinas en los otros temporales de la usurpación, a don Carlos se le atribuía el ordenamiento a sus pastores de llevarle siempre "Indios bien vestidos, coloreados de mucho folclor" y prolijos en lanzar porras así fuese en idioma distinto a la castilla.
En los linderos hasta donde el ejército y los soldados disfrazados de policías lo permitieron, el de los retobos escuchaba por los radiecitos portátiles, las auditoriales amenazas del señor Calderón contra "La impunidad de los políticos que violentan la ley en su beneficio" para remachar por enésima ocasión el re-citar de aquella escritura mermelada con echeverriano dejo, en la "Superación personal de un México ganador que mira pa’delante" .
El retobador más que insomne parecía sonámbulo, por eso alquiló un cilindro de café no cargadísimo en el sabor aunque sí en los dorsales, y a sorbos de vampiro sediento de pasión se despabiló, para el reporte manuscrito de la fuente de aquel río que no chasqueaba cafeína sino maldiciones contra lo facho-fachoso del gabinete, contra los invitados de don Jelipe en la Cámara y el Auditorio, contra Bush padre y de refilón contra Bush jijo, contra Schwarznegger y Erika Buenfil que motivada le selló una besuqueadora fogatita en el perfil, contra el señor Velasco del Verde "Ecologista" quien a la usanza foxiana sentenció que "La Constitución no se negocía" , contra el anteayer troskista, ayer perredista, hoy foxista-calderonista para el que "La izquierda está jugando a ser reaccionaria"...
Y en tal contrariedad multitudinaria, versus la cicuta de turrón de conductores radiofónicos y televisivos quienes entre un imaginario chilladero de violines "evocaban" que don Jelipe enamoró a doña Margarita cuando ella iba por el PAN...
En el mismo contra flujo del tumulto, hacia los polichinelas de patrones de kilowats y de canales que en plena estereofonía demandaban más "Garrotes para los atencos" o "Cumplir la ley a pesar de las mantas"...
O en el anochecer televisado contra los coordinadores parlamentados del "Revolucionario" Institucional, Acción "Nacional" y de la Revolución "Democrática", los que sin una pizquita de colorete natural en las mejillas lúdicos proseguían el guiño-guiñol y el mano-manito-manazo.
La bebida quedó consumida y el retobador consumatun est, mas la muchedumbre continuaba en río en un desborde que se presagia en la profundidad que no se ancla por encimita.
(Exclusivo para Voces del Periodista)
Acerca del juramento calderoniano es muy posible que más de un cronista titule su texto Por la puerta de atrás, o Crónica de una asunción sin escalones, o El arribo de "la banda" en la tribuna... al retobardor, empero, le pareció más acertado este cabezal decapitado en los testimonios del desvelo, con la eñe rejega en ser mayúscula en la achaparrada vigilancia del insomne.
En la medianoche del día primero, en el mero nacimiento del horario, don Vicente y don Jelipe se instalan al frente de una escenografía al estilo más genuino de las matinés dominicales de don Chabelo: el señor Fox -sin pajarería alguna- está por desbandarse, despechado se despecha el símbolo, lo dobla inhábil, por poco se le cae el ritual, un cadete que bracea desesperaciones recoge la entrega tricolor, luego da otra nuevecita al señor Calderón... Todo frente a la ovación de subordinados cuyo empeño en apellidarse Patiño, resulta tan conmovedor que el atisbador de inmediato evoca lo más genuino de Juan Orol, la señora dulché y Confesiones.
En la víspera, el alto caballero de las botas tiernamente embecerrado a un micrófono, advierte: "Tendré el honor de poner la banda en el pecho de don Felipe Calderón". En San Lázaro casi lo consigue, pues al desbandarse por segunda ocasión estaba a punto de colocársela directo y personal al de marras, pero éste le da la espalda, quizá sin descortesía se voltea, a lo mejor gira deliberado noventa grados para evitarle al ex la póstuma regada que hubiera salpicado un diluvio, hace don Jelipe como que saluda al titular en turno de la Cámara de Diputados y el señor Zermeño no se hace pero sí ase presuroso la banda del saliente y la traspasa al entrante, ante resoplidos de alivio de una valla de oficiantes de guarura que transpiraban una salerosa inundación.
Previo a la perjura juramentación, los parlamentados elaboran el escenario de una campal, una riña inspirada en los feroces duelos de parvulitos, un espectador que no ha dormido se apiada del preprimario agarrón y propone la presencia arbitral de Tío Patota; el réferi ha triunfado: los gladiadores de Evenflo las chocan un ratito... descansan y roncan un tren que se descarrila, al despertar las cortan y se tunden ensordecedores un alud de trompetillas.
El de los retobos, pasaditas las siete de un día que cala una friolera, se aposenta zocalino, con el rimel forestal de sus chinguiñas. En la gran plancha los convocados empiezan a dibujar un río. Muchos a todo volumen tienen prendido su radio, un buen número porta televisioncitas, comparten el chirris cinescopio... y hasta trocitos de tamal que le ponen diques al invierno.
Los locutores de todas las estaciones hablan igualito, bien acompasados en el ritmo de la lisonja, en el cuadrante le cuadran grandezas a don Jelipe, y en las pantallas quieren apantallar con súbitas proezas del señor Calderón.
Transcurren las manecillas sus abrazos de vejez; Obrador no tardará en ofrecer su discurso, el "Pelele" volverá a pulular muy pronunciado; dispondrá el orador ir en manifestación hacia el Auditorio, "Sin una barda pintada ni un vidrio roto". Las consignas repican lo que no quiso tañer el campanero.
Don Andrés Manuel, sin embargo, también tiene sus críticos en las concentraciones, no son "indicadores", tampoco empanizados que se infiltren para contaminar el coro, hablan casi en la intimidad del murmurio: "López Obrador es parte del sistema, si no le hubiesen birlado la presidencia, sería otro Lula, con cambios por encimita", analiza uno con la tonalidad quedita, sin que ninguno se desoriente por la presencia del retobador que apunta lo dicho; la otra persona del diálogo, sotto voce, mirando de reojo secunda en la proximidad del deletreo a fin de que el periodista anote textual y sin yerro, lo que suena a justificación y análisis: "Sí, más vale algo por encimita que más saqueos por debajo del agua". Se extravían a continuación en el dédalo del tumulto, en el mapa ya vespertino de una humanidad que se desplaza en pos de una nueva geografía, empero, a lo Bob Dylan, una interrogación se atenaza en los tendederos de la tarde: ¿Es posible una nueva dirección por encimita?
No nada más en las marchas se concretan en parcelas los murmullos. En las antelaciones de aquella alocución, en la mesa central diputadil están tres personajes centrales: el mencionado Jorge Zermeño del PAN y su cursi campanita de plata, la perredista Ruth Zavaleta y su juventud paradójicamente alborotada en el estilístico apaciguamiento de su cabellera y la señora Layda Sansores, ahora convergente, convencionista, fapiana... y dantesca por lo de Dante.
Los señores Fox y Calderón se aproximan a ingresar desde trasbanderas, desde el traspatio, desde un providencial boquete... Un montón de silbatos pitan un vodevil, la señorita Ruth algo secretea con don Jorge, ¡se pone de pie y cede el asiento al señor Beltrones! En el Zócalo muchos nos amotinamos junto a un pequeñito televisor de pilas, una reportera informa que la diputada Zavaleta recibió instrucciones de su coordinación, sin que –por lo menos buenas horas después del hecho- nadie la desmienta. Doña Layda, al igual que don Dante, ni siquiera desperdicia el fuego en infiernitos.
Los zocalinos, un importante porcentaje de ellos, se hallaban convencidos que Ruth Zavaleta sería la que en sus hermosas espaldas conllevara la responsabilidad de impedir la protesta del que no recibió la protocolaria invitación de protestar, del que protestó solito y rapidísimo para retirarse con el ex entre silbatazos que no llegaron a silbatinas y lágrimas en caudal de la derecha corintelladamente emocionada, con los comentaristas electrónicos produciendo próceres a granel, destacando el referido señor Zermeño y Santiago Creel, a los cuales en forma instantánea albergaron en el caserón de la estampita.
Los marchantes, los literales marchantes de las marchas, retomaron otra vez los señalamientos del murmullo, para no pocas personas reunidas en la gran plaza, lo de la parlamentada trifulca de guardería, fue un guiño-guiñol acompañado del mano-manito-manazo.
Entre los zangoloteos festivos de su propio lloradero, los diestros solamente de la diestra, declamaron lo más selecto de la escritura mermelada, la sintaxis de fresas machacadas, lo dulzón del estribillo: "Sí se pudo", basados en el Sí se puede, libro "motivacional" de Eduardo Zavala (¿será otro cuñado?), quien se apoda "Míster Entusiasmo". La señora Vázquez Mota publicó, cuando aún no figuraba en los osamentosos lares de Polakia, ¡Dios mío, hazme viuda por favor! en el que no aborda viudez alguna, excepto la de la angustia, los temores... y los malos pensamientos que conducen irremediablemente a la condenación de los menos.
El temible don Jelipe, en el Auditorio Nacional colmado con los sinfónicos balidos del acarreo, repitió el "Sí se pudo" con la retadora conjugación presente del "Sí se puede" en un eufemismo de "Yo sí las puedo", frente a una concurrencia similar a la que se le arrejuntaba al señor Salinas en los otros temporales de la usurpación, a don Carlos se le atribuía el ordenamiento a sus pastores de llevarle siempre "Indios bien vestidos, coloreados de mucho folclor" y prolijos en lanzar porras así fuese en idioma distinto a la castilla.
En los linderos hasta donde el ejército y los soldados disfrazados de policías lo permitieron, el de los retobos escuchaba por los radiecitos portátiles, las auditoriales amenazas del señor Calderón contra "La impunidad de los políticos que violentan la ley en su beneficio" para remachar por enésima ocasión el re-citar de aquella escritura mermelada con echeverriano dejo, en la "Superación personal de un México ganador que mira pa’delante" .
El retobador más que insomne parecía sonámbulo, por eso alquiló un cilindro de café no cargadísimo en el sabor aunque sí en los dorsales, y a sorbos de vampiro sediento de pasión se despabiló, para el reporte manuscrito de la fuente de aquel río que no chasqueaba cafeína sino maldiciones contra lo facho-fachoso del gabinete, contra los invitados de don Jelipe en la Cámara y el Auditorio, contra Bush padre y de refilón contra Bush jijo, contra Schwarznegger y Erika Buenfil que motivada le selló una besuqueadora fogatita en el perfil, contra el señor Velasco del Verde "Ecologista" quien a la usanza foxiana sentenció que "La Constitución no se negocía" , contra el anteayer troskista, ayer perredista, hoy foxista-calderonista para el que "La izquierda está jugando a ser reaccionaria"...
Y en tal contrariedad multitudinaria, versus la cicuta de turrón de conductores radiofónicos y televisivos quienes entre un imaginario chilladero de violines "evocaban" que don Jelipe enamoró a doña Margarita cuando ella iba por el PAN...
En el mismo contra flujo del tumulto, hacia los polichinelas de patrones de kilowats y de canales que en plena estereofonía demandaban más "Garrotes para los atencos" o "Cumplir la ley a pesar de las mantas"...
O en el anochecer televisado contra los coordinadores parlamentados del "Revolucionario" Institucional, Acción "Nacional" y de la Revolución "Democrática", los que sin una pizquita de colorete natural en las mejillas lúdicos proseguían el guiño-guiñol y el mano-manito-manazo.
La bebida quedó consumida y el retobador consumatun est, mas la muchedumbre continuaba en río en un desborde que se presagia en la profundidad que no se ancla por encimita.