LO QUE EL PROzac LE HEREDO AL ALCOHOLICO ESPURIO
El presidente Calderón ha heredado de su antecesor un pesado lastre del que, por salud intelectual y política, tiene el deber de desembarazarse más temprano que tarde: La erosionada relación poder presidencial-opinión pública.
Sin el ánimo de hacer leña del árbol caído, debe señalarse sin ambages, aquí y ahora, que el ex presidente Fox, motu proprio o erróneamente aconsejado, desvirtuó su condición de jefe de Estado y de Gobierno en el movedizo campo no sólo de la comunicación política, sino, sobre todo de la comunicación social, entendido el concepto comunicación como imperativo de "hacer común" los asuntos públicos. Dicho de otra manera, comunicación como vía de ida y vuelta, de suerte que, en determinado vértice, se construya el entendimiento entre gobernantes y gobernados.
El ambiguo y mutante temperamento del guanajuatense y su formación laboral en una empresa privada, cuya competitividad y éxito se fundan en la mercadotecnia, lo hizo asumir su relación con los medios informativos -es preciso subrayar informativos, para distinguirlos de los propagandísticos y publicitarios- de manera equívoca, pretendiendo "vender" su imagen personal, antes que acreditar su investidura institucional, con toda la carga de símbolos míticos y contenidos doctrinarios y programáticos que el alto cargo entraña.
Hubo un momento en el que el ex mandatario pareció comprender y aprehender el significado y el significante de lo que es el lato sentido de una comunicación eficaz: Aquél en el que reconoció que había perdido su primera batalla mediática en su confrontación con el Poder Legislativo. No obstante, en vez de optar por la rectificación, porfió en el error: intentó confinar la crítica en un imaginario "círculo rojo" y llevó su preferencia por una estrategia publicitaria intensiva y exhaustiva, aunque discriminatoria, en tiempos y espacios electrónicos, al extremo de recomendar a los mexicanos la no lectura de los medios impresos, como fórmula para encontrar la felicidad.
Ese es el denso y tenso marco en el que, durante el sexenio concluido, se fermentaron el desentendimiento y la hostilidad mutua entre el primer hombre público y no pocos agentes y líderes de opinión, cuyos lamentables saldos son un acotado ejercicio de la Libertad de Expresión, la incriminación y criminalización de algunos de sus oficiantes y, peor aún, la muerte o desaparición de más de veinte profesionales del periodismo.
En estricto rigor, no son imputables al gobierno saliente todos los agravios corporales, morales o subjetivos en contra de periodistas y comunicadores. Si lo son, en cambio, represalias que, en los márgenes de la discrecionalidad administrativa, se descargaron sobre ciertos profesionales y empresas editoriales –descalificados como "incómodos"- usando como ariete el método de premios y castigos, instrumentalizando para este efecto la gestión del presupuesto destinado a la publicidad gubernamental, o, en su caso, el régimen de concesiones públicas en el ámbito electrónico.
No es, esa, una percepción gratuita ni voluntarista: En la reciente entrega de reconocimientos a los más trascendentes trabajos participantes en el Certamen Nacional de Periodismo, que congregó en nuestra casa común a los valores más representativos de nuestra actividad, de la academia y de la política, resonaron los hechos hostiles como piedras sobre techo de cristal. La categórica denuncia del creador y conductor de Monitor, don José Gutiérrez Vivó, de la recurrente intimidación contra él, su empresa y sus colaboradores; el silenciamiento o la restricción de voces y presencias como las Ricardo Rocha y Carmen Aristegui, no fue las únicas, pero sí las expresadas con mayor vigor y valentía.
Tiempos de tormenta e incendio, como los que asuelan hoy a nuestra Patria, nos recuerdan que en el mundo zoológico, hasta las bestias pactan por mero instinto lo que algún humanista llamó " la tregua de Dios" frente a la amenaza común contra su supervivencia. Si somos humanos, debemos parecerlo: México nos hace lo que puede ser la última llamada, a los gobernantes, a los políticos, a los intelectuales, a los hombres del taller o del surco, a los padres de familia, a los periodistas, por supuesto, que al fin viajamos en el mismo barco, a evitar el naufragio, a condición de que el timonel asuma la conciencia del peligro. No esperemos con los brazos cruzados la hora fatal