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jueves, 4 de enero de 2007

COMO CADA SEMANA: EL APORTE DEL PERIODISTA MARCO CASILLAS


Con Pena … (de Muerte)

Zongo le dio a Borondongo
Borondongo le dio a Bernabé
Bernabé le pegó a Muchilanga… etc. etc.


Por: MARCO CASILLAS



Si me han de matar mañana, que me maten de una vez”

(Canción popular mexicana)

El ahorcamiento del ex presidente irakí Sadam Hussein refresca la discusión sobre el grave tema de la pena de muerte. Durante miles de años, en todos los países, el castigo más severo, la “pena capital”, era esa.

Fue apenas en el siglo XX, en 1932 cuando España se convierte en la primera nación en abolirla –luego la reestableció en momentos de dictadura totalitaria - colgar los tenis, era el supremo castigo.

La historia de la pena de muerte es la historia del ser humano. En un principio, la venganza privada era un derecho y un deber de la familia de la víctima. Entonces, matar al que mató era un acto justo y moral.

Ah pero no sólo “al que mató”. el marido ofendido, el macho agraviado, la honra familiar manchada, también motivaban que el ofensor –a- muriesen acribillados.

Y mire usted, en México de esto supieron Rosita Alvirez –por no bailar con Hipólito, que era galán y cumplidor-, La Martina –por no estar “en su color”- y Simón Blanco –por no hacerle caso a su mamá que le recomendaba no ir a ese baile y le decía “son muchos hombres, no te vayan a matar”- , entre otros. Y si lo dicen los corridos mexicanos, yo les creo.

Luego la autoridad del poder central se afirmó. La venganza privada fue limitada y más tarde desapareció. La venganza pasó a la etapa de la represión y luego a una organización racional del procedimiento penal.

Hace más de cuatro mil años (2080 a.C.) el código de Mesopotamia muestra los pasos de la venganza privada hacia la justicia del Estado. El Código de Hammurabi (1700 a.C.) menciona la pena de muerte 34 veces: ahogar en agua, quemar con fuego, empalar, ahorcar con una soga. Homicidio, adulterio –sólo de la mujer-, incesto, brujería y robo eran algunos de los delitos por los que un ser humano era condenado a morir.

En el antiguo Egipto dominado por los sacerdotes, que eran verdaderamente tremendos y ladinotes, la pena de muerte se aplicaba fundamentalmente por ofensas hacia lo sagrado. Matar a un animal sagrado, un gato, por ejemplo era causa de muerte para el ofensor.
En Egipto, pero también entre los Griegos, Hebreos y Romanos, se aplicaba la pena de muerte a quien cometiera adulterio, pena reservada a las mujeres, que eran quemadas, ahogadas o apedreadas por su afición a “darle vuelo a la hilacha”.

Entre los romanos ocurre una evolución. Pese a la ejemplar constancia romana para organizar todo tipo de amenas orgías y divertidas francachelas sexuales, a la hora del castigo divino no dudaban en utilizar el hacha, el castigo de la bolsa o por lo menos la flagelación para quien cometiera adulterio (la pena seguía reservada a las inquietas damitas).

Ya en ese plan, en el año 450 a.C. se promulgó la Ley de las Doce Tablas, que permitió el paso del derecho sacro al derecho laico. Pero el asunto se puso violento y espeso. El ladrón primerizo es castigado con la pérdida de un ojo, si roba por segunda vez, pierde una mano, y si roba por tercera ocasión, es ejecutado. El que comía carne en cuaresma, era castigado con la muerte. Que fijados.

Los argumentos a favor de la pena de muerte se centran en su ejemplaridad “los buenos evitan pecar por virtud, y los malos por temor al castigo”. Reyes y Papas condenaban por mandato divino a todo aquel que no estuviera en su gracia y que, por ende no estaban “en la gracia del altísimo”. Mucho después, en 1764, aparece en Italia un movimiento abolicionista.


El marqués de Beccaria que además de iluminado era poeta y filantrópico redactó velozmente su enjundioso ensayo “De lo delitos y las penas”, en el que señalaba que la pena de muerte es un espectáculo para los incultos, que esta pena es un ejemplo de crueldad, que no repara el delito cometido por el sentenciado, y que no es digna de una sociedad civilizada.


Pero nadie le hizo caso al luminoso marqués. Apenas en el siglo pasado, en Uganda el presidente Idi Amín Dada ordenaba que su cena estuviera compuesta de aquellos humanos que hubiesen delinquido recientemente en su país.

Por orden del “morenazo de fuego” , primero los mataban y luego el señor Amín Dada se los echaba al plato con presidencial entusiasmo. Canibalismo de Estado y salvajismo puro de este negrito sandía.

Ya picados, la Unión Soviética extendería la pena capital a los niños de 12 a 17 años, en México se aplicaba hasta hace algunos años a quienes cometieran “traición a la patria”, en la Alemania nazi ser judío era motivo suficiente para merecer morir de acuerdo al Tercer Reich de Adolfo Hittler. En China, la India, Pakistán y Japón el adulterio era castigado con la muerte – sólo para las mujeres inquietas, salidoras y coscolinas, ni modo - .

La pena de muerte aplicada contra Sadam Hussein ha abierto peligrosas rendijas sobre el tema. ¿Porqué nadie enjuicia a los señores Reagan, Bush padre, Carter, Ford +, Clinton y Bush hijo, sus feroces y múltiples crímenes cometidos igual en África que en Asia o América Latina? ¿Qué pensarán de Bush los padres de niños y niñas muertos por los misiles, bombas y ráfagas de metralleta?
¿Qué pensarán de esta condena los padres de miles de soldados latinos y negros enviados por el gobierno estadounidense como carne de cañón a Irak? ¿Es la pena de muerte un acto de justicia o es el reflejo de que estamos aún en los suburbios de la Ley del Talión?

Si Sadam “merecía morir”, George Bush ¿no? Entren a www.cuevalobo.com para conocernos mejor. ¿Qué más? Nada.


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