La encarnación del mal
Porfirio Muñoz Ledo
Se ha vuelto axioma que el poder corrompe, pero se olvida que también confunde y marea; que cuando su titular carece de asideros intelectuales o de sustentos reales produce vértigo. Es regla que en los sistemas de tradición autoritaria el verdadero carácter del jefe se desnuda, amplifica y proyecta —de modo benéfico o catastrófico— sobre la sociedad.
La institucionalización de los regímenes, el talante democrático y, sobre todo, la rendición de cuentas sirven para frenar la pendiente despótica del mando sin controles. Un buen termómetro de las transiciones es la transparencia de los actos públicos y la aptitud para el diálogo de los gobernantes. La abolición del capricho como razón de Estado y el destierro del doble lenguaje como norma disolvente de los valores republicanos.
El ejercicio cotidiano de Calderón es un cultivo de patología política. Sostiene el sicoanalista Andrés Tovilla que la frase “haiga sido como haiga sido” revela un “alto nivel de ilegitimidad” y la prueba de que “pueden cometerse acciones ilícitas”, lo que conduce a una “identificación con el paradigma de la impunidad”. Parecería además una ruptura entre la “apreciación grandiosa de sí mismo y lo que observan los demás” que configura “una conducta narcisista guiada por percepciones paranoides”.
El mundo se convierte en “una vivencia antipática” y se agudiza “el desinterés por lo que sienten y piensan los otros”. Surge la combinación entre una “sensación de poder absoluto” y la expectativa de ser traicionado, “la suspicacia constante y la visión del adversario político como enemigo maligno”. La “idealización excesiva” de sí mismo “conlleva la devaluación de los objetos que la desmienten”. Ante el fracaso, “depresión y paranoia suelen unirse para amenazar al Yo”.
Según el autor, “el delirio de grandeza se origina cuando el narcisista se ve obligado a compensar un fuerte sentimiento de inferioridad”. Tal, el arribo a una responsabilidad desproporcionada con las capacidades del sujeto. Recordando a Freud: “Frente a la evidencia de la realidad responde con gestos de autoafirmación” y los mensajes de peligro que percibe son transformados en “la encarnación del mal”.
Botón de muestra fue la detención arbitraria del joven Andrés Leonardo Gómez por haber proclamado la ilegitimidad del Ejecutivo, a cuya conclusión llegó con base en los estudios que merecieron su premiación. Se trata de un talento matemático con pasión por la verdad. Ha escrito: “No quiero ser pasivo ante el acontecer social: el hecho de que no ha habido una sociedad equitativa, democrática y respetuosa de la diversidad humana no implica que no exista un modelo social que lo cumpla, sino que no se ha descubierto; la idea es descubrirlo”.
Perdió Calderón una oportunidad más para el diálogo inteligente y nos envió a todos un mensaje amenazante. Según Marcela Gómez Zalce: “Que cualquier manifestación en contra de la persona de Felipe será sancionada, corregida, castigada o censurada”. Lo que está ya ocurriendo en diversas direcciones: la represión en tanto vitamina sicológica para el habitante de Los Pinos.
En el contexto del grave aniversario del 2 de octubre varias han sido las advertencias. Miguel Ángel Granados Chapa afirmó —en presencia del Ejecutivo— que “como inexplicable hierba envenenada, crecen las tendencias al autoritarismo, a la criminalización de la protesta social, a la guerra sucia no enderezada sólo contra los opositores del régimen sino contra ciudadanos en reclamo de sus derechos”.
El editor internacional de Newsweek nos recuerda que “la legitimidad es la que da el poder y no a la inversa”. Aquélla es “el consenso social sobre los fundamentos de la autoridad” o “la aceptación general de la obediencia debida conforme a la ley”. Aunque el espurio se vista de caqui, espurio se queda.
En tiempos de derrumbe financiero y desenfrenada violencia criminal, templanza y grandeza son imprescindibles para la conducción política. Necesitamos encontrar quién las tenga y sepa dar prueba de ellas.
Se ha vuelto axioma que el poder corrompe, pero se olvida que también confunde y marea; que cuando su titular carece de asideros intelectuales o de sustentos reales produce vértigo. Es regla que en los sistemas de tradición autoritaria el verdadero carácter del jefe se desnuda, amplifica y proyecta —de modo benéfico o catastrófico— sobre la sociedad.
La institucionalización de los regímenes, el talante democrático y, sobre todo, la rendición de cuentas sirven para frenar la pendiente despótica del mando sin controles. Un buen termómetro de las transiciones es la transparencia de los actos públicos y la aptitud para el diálogo de los gobernantes. La abolición del capricho como razón de Estado y el destierro del doble lenguaje como norma disolvente de los valores republicanos.
El ejercicio cotidiano de Calderón es un cultivo de patología política. Sostiene el sicoanalista Andrés Tovilla que la frase “haiga sido como haiga sido” revela un “alto nivel de ilegitimidad” y la prueba de que “pueden cometerse acciones ilícitas”, lo que conduce a una “identificación con el paradigma de la impunidad”. Parecería además una ruptura entre la “apreciación grandiosa de sí mismo y lo que observan los demás” que configura “una conducta narcisista guiada por percepciones paranoides”.
El mundo se convierte en “una vivencia antipática” y se agudiza “el desinterés por lo que sienten y piensan los otros”. Surge la combinación entre una “sensación de poder absoluto” y la expectativa de ser traicionado, “la suspicacia constante y la visión del adversario político como enemigo maligno”. La “idealización excesiva” de sí mismo “conlleva la devaluación de los objetos que la desmienten”. Ante el fracaso, “depresión y paranoia suelen unirse para amenazar al Yo”.
Según el autor, “el delirio de grandeza se origina cuando el narcisista se ve obligado a compensar un fuerte sentimiento de inferioridad”. Tal, el arribo a una responsabilidad desproporcionada con las capacidades del sujeto. Recordando a Freud: “Frente a la evidencia de la realidad responde con gestos de autoafirmación” y los mensajes de peligro que percibe son transformados en “la encarnación del mal”.
Botón de muestra fue la detención arbitraria del joven Andrés Leonardo Gómez por haber proclamado la ilegitimidad del Ejecutivo, a cuya conclusión llegó con base en los estudios que merecieron su premiación. Se trata de un talento matemático con pasión por la verdad. Ha escrito: “No quiero ser pasivo ante el acontecer social: el hecho de que no ha habido una sociedad equitativa, democrática y respetuosa de la diversidad humana no implica que no exista un modelo social que lo cumpla, sino que no se ha descubierto; la idea es descubrirlo”.
Perdió Calderón una oportunidad más para el diálogo inteligente y nos envió a todos un mensaje amenazante. Según Marcela Gómez Zalce: “Que cualquier manifestación en contra de la persona de Felipe será sancionada, corregida, castigada o censurada”. Lo que está ya ocurriendo en diversas direcciones: la represión en tanto vitamina sicológica para el habitante de Los Pinos.
En el contexto del grave aniversario del 2 de octubre varias han sido las advertencias. Miguel Ángel Granados Chapa afirmó —en presencia del Ejecutivo— que “como inexplicable hierba envenenada, crecen las tendencias al autoritarismo, a la criminalización de la protesta social, a la guerra sucia no enderezada sólo contra los opositores del régimen sino contra ciudadanos en reclamo de sus derechos”.
El editor internacional de Newsweek nos recuerda que “la legitimidad es la que da el poder y no a la inversa”. Aquélla es “el consenso social sobre los fundamentos de la autoridad” o “la aceptación general de la obediencia debida conforme a la ley”. Aunque el espurio se vista de caqui, espurio se queda.
En tiempos de derrumbe financiero y desenfrenada violencia criminal, templanza y grandeza son imprescindibles para la conducción política. Necesitamos encontrar quién las tenga y sepa dar prueba de ellas.