Informe de la realidad
Francisco Rodríguez
CUANDO MENOS MEDIA docena de secretarios del despacho del señor Felipe Calderón mantienen entre ellos una pugna a veces nada soterrada. Otro par insistentemente ha presentado renuncia a la posición encomendada en diciembre del 2006. Uno más, quizá el más cercano, ha bajado la actividad hasta el nivel del desánimo total. El resto de los encargados de las carteras gubernamentales no asoma la cara. Y así es como que la Administración Pública --de un país en crisis económica, política, social y, sobre todo, moral-- hace como que camina.
La realidad de México no se lee en los titulares de los diarios matutinos, menos aún en los documentos que –nueva modalidad— el Ejecutivo envía al Congreso. La realidad del país se lee en las caras de las amas de casa frente a las cajas de los supermercados o ante los surcos y sus magras cosechas. La realidad de la Nación se observa en las preocupadas manos de las madres que bendicen a sus hijos antes de que estos salgan a las calles. La realidad de la Patria es la mediocridad de sus dirigentes políticos, económicos y sociales.
La apariencia es lo que importa a los grises "funcionarios". Los administradores de este caos sólo invierten sus energías –y nuestros recursos-- en intentar persuadir a todos de que las cosas "van por buen camino"… "aunque no lo parezca". Los indicadores señalan impalpables mejoras en la economía… "aunque no lo parezca". Van ganando la guerra contra la inseguridad… "aunque no lo parezca". Por tal es que el discurso oficial, hasta con jactancia, desborda optimismo.
Tanto han peleado el usufructo del poder que, ya cansados o hartos, no saben qué hacer con él. Peor aún: creyeron que el poder era la propina que los priístas dejaron sobre la mesa y nada más con ella fue que se engolosinaron: contratismo, tráfico de influencias, nepotismo, asalto a los recursos presupuestales… Hasta ahí han llegado. Se hicieron de la propina, y nada más.
En vía hacia la anarquía, en México se vive hoy el desgobierno producto del abandono paulatino y sostenido del estado de Derecho.
Lo peor es que ni siquiera se trata de un desgobierno sin intencionalidad: por mal gobierno debido a políticas erróneas, pues ni siquiera hay atisbo de que estas políticas existan. No es tampoco un desgobierno intencionado para mantenerse en el poder, con la complicidad de los beneficiarios de la patrimonialización, corrupción y manipulación del poder, pues hasta los antiguos aliados están ya desertando.
Y ante ello, dos son los temas del presente:
1) La revocación del mandato o, para ganar tiempo,
2) un golpe sobre la mesa que se escuche y observe cual espectacular: deshacerse de los colaboradores en pugna, aceptar la renuncia a quienes la han presentado, relevar a aquellos de cuyo nombre ni siquiera nos acordamos.
Pero la situación del país no está para shows mediáticos...
México se encuentra hoy en una encrucijada muy similar a aquellas que en su momento vivieron Benito Juárez y Lázaro Cárdenas. Tenían todo en contra. Hicieron su tarea de estadistas. Hoy permanecen indelebles en la Historia.
Juárez, empero, yace bajo los mármoles. Y Cárdenas, sepultado bajo toneladas de granito.
Tal es el informe de nuestra realidad.
CUANDO MENOS MEDIA docena de secretarios del despacho del señor Felipe Calderón mantienen entre ellos una pugna a veces nada soterrada. Otro par insistentemente ha presentado renuncia a la posición encomendada en diciembre del 2006. Uno más, quizá el más cercano, ha bajado la actividad hasta el nivel del desánimo total. El resto de los encargados de las carteras gubernamentales no asoma la cara. Y así es como que la Administración Pública --de un país en crisis económica, política, social y, sobre todo, moral-- hace como que camina.
La realidad de México no se lee en los titulares de los diarios matutinos, menos aún en los documentos que –nueva modalidad— el Ejecutivo envía al Congreso. La realidad del país se lee en las caras de las amas de casa frente a las cajas de los supermercados o ante los surcos y sus magras cosechas. La realidad de la Nación se observa en las preocupadas manos de las madres que bendicen a sus hijos antes de que estos salgan a las calles. La realidad de la Patria es la mediocridad de sus dirigentes políticos, económicos y sociales.
La apariencia es lo que importa a los grises "funcionarios". Los administradores de este caos sólo invierten sus energías –y nuestros recursos-- en intentar persuadir a todos de que las cosas "van por buen camino"… "aunque no lo parezca". Los indicadores señalan impalpables mejoras en la economía… "aunque no lo parezca". Van ganando la guerra contra la inseguridad… "aunque no lo parezca". Por tal es que el discurso oficial, hasta con jactancia, desborda optimismo.
Tanto han peleado el usufructo del poder que, ya cansados o hartos, no saben qué hacer con él. Peor aún: creyeron que el poder era la propina que los priístas dejaron sobre la mesa y nada más con ella fue que se engolosinaron: contratismo, tráfico de influencias, nepotismo, asalto a los recursos presupuestales… Hasta ahí han llegado. Se hicieron de la propina, y nada más.
En vía hacia la anarquía, en México se vive hoy el desgobierno producto del abandono paulatino y sostenido del estado de Derecho.
Lo peor es que ni siquiera se trata de un desgobierno sin intencionalidad: por mal gobierno debido a políticas erróneas, pues ni siquiera hay atisbo de que estas políticas existan. No es tampoco un desgobierno intencionado para mantenerse en el poder, con la complicidad de los beneficiarios de la patrimonialización, corrupción y manipulación del poder, pues hasta los antiguos aliados están ya desertando.
Y ante ello, dos son los temas del presente:
1) La revocación del mandato o, para ganar tiempo,
2) un golpe sobre la mesa que se escuche y observe cual espectacular: deshacerse de los colaboradores en pugna, aceptar la renuncia a quienes la han presentado, relevar a aquellos de cuyo nombre ni siquiera nos acordamos.
Pero la situación del país no está para shows mediáticos...
México se encuentra hoy en una encrucijada muy similar a aquellas que en su momento vivieron Benito Juárez y Lázaro Cárdenas. Tenían todo en contra. Hicieron su tarea de estadistas. Hoy permanecen indelebles en la Historia.
Juárez, empero, yace bajo los mármoles. Y Cárdenas, sepultado bajo toneladas de granito.
Tal es el informe de nuestra realidad.