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miércoles, 3 de septiembre de 2008

Autismo oficial

Carlos Santamaría Ochoa

Resulta decepcionante para cualquier ciudadano que se precie de tener derechos constitucionales el hecho de contar con autoridades que manejan un nivel de atención completamente nulo, deficiente, grosero, prepotente y poco adecuado para quien ha llegado, gracias a la llamada “voluntad popular” al cargo donde ha comenzado a realizar acciones fuera de la ley, que permiten en definitiva contar con un importante crecimiento de los bienes y fortuna familiares.

Una persona que se juega un cargo y gana, no puede olvidar que ha sido gracias a que muchos de nosotros decidimos que ocupara el cargo, y la responsabilidad principal es, sin duda alguna, elegir de entre sus conocidos, amigos y gente cercana a quienes serán sus colaboradores. Es como un entrenador que debe formar un equipo: si no cuenta con las piezas adecuadas, lo van a golear y va a perder, y los resultados serán nefastos, como sucede hoy en la política local.

Resulta incomprensible ver que un candidato llegue con todo, absolutamente todo el apoyo de quien manda en la entidad, y no tenga la capacidad para conformar un equipo eficiente, y termine rodeado de personas que buscan su bienestar personal antes que el comunitario, y que no tienen la más remota idea de lo que significa ser servidor público.

Hay casos en la alcaldía que debieran ser analizados y castigados, porque no es posible que exista en una administración tal apatía y falta de sensibilidad política. Imagine el lector, hay profesionistas con privilegios extraordinarios por la manera en que se refleja su trabajo, o porque la costumbre entre políticos ha sido así. El periodista es una persona que tiene algunos privilegios extras que le permiten llevar a cabo su labor sin las barreras naturales que una secretaria o un jefe de audiencias siempre pone a un ciudadano normal, que no tiene más fuero y “charola” que su credencial del IFE, que significó un voto, a favor o en contra, pero que contribuyó a una decisión electoral.

Imagine el lector que hay personas en el equipo que tienen la importante responsabilidad de dar a conocer a la ciudadanía lo que la administración en general realiza, pero una equivocada decisión ubica en ese sitio clave a quien goza de una dudosa fama en el medio en el que se desenvuelve, o al menos, que cree conocer, siempre pensando que todos los que integran ese ambiente son, obviamente, menos que quien, como dice la colega Jaramillo: “se siente bordado a mano”.

No hay cosa más nefasta para los periodistas que tener que tratar con funcionarios prepotentes, groseros y que sienten que Dios les debe algo; esos que ven hacia abajo a los demás, pero no tienen la capacidad de entender qué es la convivencia humana y el respeto al ser humano.

Esos que la gente aborrece, que creen que nos hacen el favor concediéndonos una audiencia, cuando de todos es sabido que cobran como servidores públicos y están obligados a atender al ciudadano. Esos que se pasean en los mejores y más distinguidos sitios de sociedad creyendo que son estimados por su posición económica, pero que realmente no tienen idea de lo que es la humildad, sencillez y obviamente, no saben tratar a nadie. Esos pobres individuos cuya equivocada idea de la labor del funcionario les acarrea problemas a sus jefes.

Decía una funcionaria que los de abajo están para sumar, para no llevar problemas a su jefe, y este caso es un vivo ejemplo: el individuo lleva problemas a todos los que se encuentran arriba de él muy a su pesar.

No es cierto que tenga ese roce social del que presume, dado que, si lo tuviera, mínimo, pero mínimo, sería educado con los demás, principio humano fundamental.

La soberbia de algunos acaba por perjudicar al equipo, y es por ello que muchos de los que somos ciudadanos comunes y corrientes, de los que no pedimos estacionamiento exclusivo frente a la presidencia, los que pensamos que debemos ser atendidos y que tenemos necesidades ciudadanos, esos que nos contamos por miles en el municipio, somos los que creemos que equivocamos el voto popular, y que nos están llevando, encabezados por alguien que no nos quiere escuchar, a ser parte de un municipio sin cabeza, sin sensibilidad. Sin políticos.

Ser político implica muchas cosas, no solamente sentarse de 11 a 2 y de 6 a 7 en la oficina, sin atender el teléfono y pensando que “concederemos audiencias” a quien nos interese. Solo Dios concede, y estos pobres personajes están muy lejos de la concepción divina.

Ellos, los que no saben gobernar, debieran tomar unas clases de “pueblo I y II”, “humildad”, “sencillez”, “entendimiento”, y sobre todo, como decían los abuelos: tener la educación mínima que les permita entender que todos somos igual de importantes, y que distinguir entre clases sociales, cuando se es gobernante, es una de las peores recomendaciones que se hacen al jefe, porque lo ponen contra la pared.

Muchos pensamos que hemos equivocado la decisión; están a más de dos años de demostrarnos que fue adecuada, pero para ello, habrá que sacudirse a los zánganos de la nómina, a los vividores que no cumplen, a los que no atienden, y formar equipo con verdaderas personas que no hagan sus “panchos”, como dice el pueblo.