El no diálogo
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El asunto inició mal. Todo mundo sabía que se elaboraba una iniciativa de reforma petrolera, que no energética. El gobierno, empero, lo negaba. Es más, insistió por medio de sus voceros abiertos o embozados, que eran unos locos quienes aseguraban existiera un proyecto. Incluso descalificó a los opositores de muy diversas maneras.
El PRI, por su parte, a través de Manlio Fabio Beltrones, negociaba una serie de acuerdos. Lo mismo quería para acceder a las peticiones de Felipe Calderón, que hubiera un jefe de gabinete y que la Secretaría de Desarrollo Social, no estuviera en manos del gobierno, sino la manejara un consejo plural y supuestamente apartidista.
Cuando vio que no era posible ninguna de las dos cuestiones, lanzó no sólo un ultimátum para que la iniciativa la presentara el mismísimo Felipe, sino incluso que no hubiera modificaciones al artículo 27 constitucional, asunto mal visto por la mayoría en diferentes encuestas de opinión. Logró éstos dos objetivos en el proyecto dado a conocer tanto por Calderón como por la señora Kessel.
Mientras tanto, con información privilegiada, Andrés Manuel presentó documentos en los cuales el secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, tenía una doble cachucha: de servidor público en la Secretaría de Energía y de contratista en la empresa Ivancar, la cual tiene negocios importantes con Pemex. Al mismo tiempo, preparaba la movilización ciudadana, alistando brigadas tanto femeninas como masculinas para, en la calle, protestar contra lo que califica de privatización de la empresa paraestatal más importante de Latinoamérica.
Frente a ese panorama, donde las negociaciones fueron, como desde la época de Carlos Salinas, entre PRI y PAN, aunque en la organización donde militó Colosio hay inconformidades por múltiples razones, no podría esperarse que el resultado llegara tranquilamente a buen puerto. Así pues, el asalto a las tribunas de las cámaras de Diputados y de Senadores del Frente Amplio Progresista (FAP), era algo que se esperaba no obstante lo que se dijera durante un buen tiempo.
Máxime que al anterior estado de crispación se añadieron dos elementos: uno, el discurso calderonista que dicha iniciativa, de aprobarse, reduciría al máximo la brecha entre ricos y pobres, daría pie a que todos los jóvenes pudieran estudiar sin problemas y se mejoraran los sistemas de salud, como si estuviéramos realmente ante el tesoro escondido que nos llevaría a la abundancia (López Portillo redivivo) y a que se quería hacer una discusión a las carreras para en un corto periodo dejar planchada, ahora sí, una propuesta que tiene graves problemas y muchas impugnaciones.
El panorama actual es preocupante. No sólo por el enfrentamiento en el Congreso, de por sí alarmante, sino que hay una serie de cuestiones que presagian mayores dificultades.
La Secretaría de Economía un día señala que en julio aumentará el pan blanco y otro desmiente sus propias declaraciones. La empresa Bimbo elevó de diciembre a la fecha, en dos ocasiones, sus precios. La retiquetación de productos en supermercados no para. La elevación en gas, electricidad y gasolina continúa. El IETU eriza los pelos de clasemedieros y profesionistas. El desempleo avanza mejor que una chalupa en Xochimilco. Y los conflictos sociales en muchos lugares están a la orden del día. En este último caso, véanse la muerte de dos periodistas en Oaxaca o las nuevas atrocidades de Mario Marín en Puebla, queriendo expropiar el Jardín del Arte para hacer condominios en un área verde, o la exoneración del Chapito Guzmán.
Ya no hablemos de cómo nos pegará la crisis de la recesión estadunidense, la cual organismos como el propio FMI, dicen que será muy severa en México ya que no hemos diversificado nuestra economía, la cual sigue muy ligada a nuestro vecino del norte.
Por lo que mientras países como Venezuela, muy criticado por los plumíferos de Calderón, crecerá casi al seis por ciento este año, nosotros únicamente podremos lograr, si acaso, dos por ciento de aumento. No obstante las prédicas de Agustín El flaco Carstens.
En esta complicada situación, viene el estiramiento de la liga entre los que están de acuerdo con las tramas calderonistas y quienes se guían por las sugerencias pejistas.
Lo que urge, entonces, es realmente una negociación seria y a fondo de los actores políticos para que el río no se desborde. Evitar las descalificaciones fáciles de uno u otro lado.
Los oficialistas dicen que López Obrador pretende dar un golpe de Estado, lo motejan de fascista y atacan incluso a sus seguidores con desprecio. Mientras que el perredismo, también ve enemigos por doquier y algunos quieren el inmovilismo total.
Respecto al famoso golpe de Estado, realmente uno encuentra una ignorancia supina en todos lo que invocan el asalto al poder. No sólo muestran que no han leído a Curzio Malaparte y su libro clásico, sino que esconden que nada de ello será posible sin la participación de las fuerzas armadas. Y si bien es cierto que hay enorme inconformidad en este sector (ver los artículos de Javier Ibarrola y Marcela Gómez Salce en Milenio diario para corroborarlo, amén de las mantas de Los Zetas para descubrir la impunidad, nadie en su sano juicio cree que los verdes apoyen una revuelta de López Obrador), lo que desean los agoreros de la nada es la represión contra Adelitas y Juanes.
Urge, por lo tanto, que haya cambios, por medio del debate a fondo, poniendo, en serio, el interés nacional y no sólo de los negociantes, quienes serán los beneficiarios de las enmiendas felipistas. Aunque los ricos, lejos de sentirse contentos están decepcionados porque desean comerse todo sin el menor esfuerzo. Algo que han podido hacer en este país con los gobiernos priístas y panistas.
¿No es hora de una transformación real ante el futuro incierto en todas partes?
El asunto inició mal. Todo mundo sabía que se elaboraba una iniciativa de reforma petrolera, que no energética. El gobierno, empero, lo negaba. Es más, insistió por medio de sus voceros abiertos o embozados, que eran unos locos quienes aseguraban existiera un proyecto. Incluso descalificó a los opositores de muy diversas maneras.
El PRI, por su parte, a través de Manlio Fabio Beltrones, negociaba una serie de acuerdos. Lo mismo quería para acceder a las peticiones de Felipe Calderón, que hubiera un jefe de gabinete y que la Secretaría de Desarrollo Social, no estuviera en manos del gobierno, sino la manejara un consejo plural y supuestamente apartidista.
Cuando vio que no era posible ninguna de las dos cuestiones, lanzó no sólo un ultimátum para que la iniciativa la presentara el mismísimo Felipe, sino incluso que no hubiera modificaciones al artículo 27 constitucional, asunto mal visto por la mayoría en diferentes encuestas de opinión. Logró éstos dos objetivos en el proyecto dado a conocer tanto por Calderón como por la señora Kessel.
Mientras tanto, con información privilegiada, Andrés Manuel presentó documentos en los cuales el secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, tenía una doble cachucha: de servidor público en la Secretaría de Energía y de contratista en la empresa Ivancar, la cual tiene negocios importantes con Pemex. Al mismo tiempo, preparaba la movilización ciudadana, alistando brigadas tanto femeninas como masculinas para, en la calle, protestar contra lo que califica de privatización de la empresa paraestatal más importante de Latinoamérica.
Frente a ese panorama, donde las negociaciones fueron, como desde la época de Carlos Salinas, entre PRI y PAN, aunque en la organización donde militó Colosio hay inconformidades por múltiples razones, no podría esperarse que el resultado llegara tranquilamente a buen puerto. Así pues, el asalto a las tribunas de las cámaras de Diputados y de Senadores del Frente Amplio Progresista (FAP), era algo que se esperaba no obstante lo que se dijera durante un buen tiempo.
Máxime que al anterior estado de crispación se añadieron dos elementos: uno, el discurso calderonista que dicha iniciativa, de aprobarse, reduciría al máximo la brecha entre ricos y pobres, daría pie a que todos los jóvenes pudieran estudiar sin problemas y se mejoraran los sistemas de salud, como si estuviéramos realmente ante el tesoro escondido que nos llevaría a la abundancia (López Portillo redivivo) y a que se quería hacer una discusión a las carreras para en un corto periodo dejar planchada, ahora sí, una propuesta que tiene graves problemas y muchas impugnaciones.
El panorama actual es preocupante. No sólo por el enfrentamiento en el Congreso, de por sí alarmante, sino que hay una serie de cuestiones que presagian mayores dificultades.
La Secretaría de Economía un día señala que en julio aumentará el pan blanco y otro desmiente sus propias declaraciones. La empresa Bimbo elevó de diciembre a la fecha, en dos ocasiones, sus precios. La retiquetación de productos en supermercados no para. La elevación en gas, electricidad y gasolina continúa. El IETU eriza los pelos de clasemedieros y profesionistas. El desempleo avanza mejor que una chalupa en Xochimilco. Y los conflictos sociales en muchos lugares están a la orden del día. En este último caso, véanse la muerte de dos periodistas en Oaxaca o las nuevas atrocidades de Mario Marín en Puebla, queriendo expropiar el Jardín del Arte para hacer condominios en un área verde, o la exoneración del Chapito Guzmán.
Ya no hablemos de cómo nos pegará la crisis de la recesión estadunidense, la cual organismos como el propio FMI, dicen que será muy severa en México ya que no hemos diversificado nuestra economía, la cual sigue muy ligada a nuestro vecino del norte.
Por lo que mientras países como Venezuela, muy criticado por los plumíferos de Calderón, crecerá casi al seis por ciento este año, nosotros únicamente podremos lograr, si acaso, dos por ciento de aumento. No obstante las prédicas de Agustín El flaco Carstens.
En esta complicada situación, viene el estiramiento de la liga entre los que están de acuerdo con las tramas calderonistas y quienes se guían por las sugerencias pejistas.
Lo que urge, entonces, es realmente una negociación seria y a fondo de los actores políticos para que el río no se desborde. Evitar las descalificaciones fáciles de uno u otro lado.
Los oficialistas dicen que López Obrador pretende dar un golpe de Estado, lo motejan de fascista y atacan incluso a sus seguidores con desprecio. Mientras que el perredismo, también ve enemigos por doquier y algunos quieren el inmovilismo total.
Respecto al famoso golpe de Estado, realmente uno encuentra una ignorancia supina en todos lo que invocan el asalto al poder. No sólo muestran que no han leído a Curzio Malaparte y su libro clásico, sino que esconden que nada de ello será posible sin la participación de las fuerzas armadas. Y si bien es cierto que hay enorme inconformidad en este sector (ver los artículos de Javier Ibarrola y Marcela Gómez Salce en Milenio diario para corroborarlo, amén de las mantas de Los Zetas para descubrir la impunidad, nadie en su sano juicio cree que los verdes apoyen una revuelta de López Obrador), lo que desean los agoreros de la nada es la represión contra Adelitas y Juanes.
Urge, por lo tanto, que haya cambios, por medio del debate a fondo, poniendo, en serio, el interés nacional y no sólo de los negociantes, quienes serán los beneficiarios de las enmiendas felipistas. Aunque los ricos, lejos de sentirse contentos están decepcionados porque desean comerse todo sin el menor esfuerzo. Algo que han podido hacer en este país con los gobiernos priístas y panistas.
¿No es hora de una transformación real ante el futuro incierto en todas partes?