El “gober” piadoso: pecado, peculado y adulterio
Alvaro Cepeda Neri
La separación del Estado y el Gobierno, de las iglesias, es uno de los principios constitucionales que la hacen de cimientos del carácter laico de las instituciones públicas y de éstas, la principal es la educación, pública y privada, para no mezclarla con ninguna religión, lo que implica para todas las creencias, tolerancia y respeto para ejercerlas en sus templos y en sus casas.
El laicismo ha sido una conquista histórica de la humanidad, para evitar conflictos religiosos que en nuestro país culminaron con la rendición del movimiento cristero, que fue una rebelión guerrillera para con las armas desafiar al Estado laico, tratando de imponer una teocracia y una religión, proscribiendo las demás. Así que para su sostenimiento económico (a pesar y muy a pesar de que “no solamente de pan vive el hombre”), las iglesias recurren a lo que llaman limosnas, que jurídicamente son donaciones y constantes aportaciones en bienes muebles e inmuebles de sus fieles adinerados. De ellas, la católica, apostólica y romana es la que más dinero recibe y tiene, al grado de que existe un banco del Vaticano, donde se administran esos recursos. Pero, en el sistema laico mexicano, los gobernantes no deben hacer aportaciones oficiales, es decir, con cargo al erario, como lo acaba de hacer el “gober” piadoso de Jalisco: González Márquez, quien entregó 90 millones de pesos para construir un santuario para honrar a los cristeros.
Esos millones son el equivalente a las 30 monedas de los sinedrines de Judea, para recompensar la entrega de Jesús. De entrada, el “gober” es ya presunto responsable de peculado, al haber distraído dinero público para uso ajeno y privado. La sanción es de dos a catorce años de prisión, previa destitución del cargo. Calderón, que presume no ser cristero ni de El Yunque, estuvo por Guadalajara y nada dijo sobre el abuso del desgobernador, quien ha hecho alarde de su conducta. El cardenal Sandoval lo ha justificado, mientras han puesto el grito en el cielo los del Episcopado porque se despenalizó el adulterio, al que esa Iglesia considera pecado, aunque olvidan lo de Jesús ante la adúltera: que tire la primera piedra el que esté exento de pecado.
El “gober” piadoso (el mal ejemplo ya cundió, ahora el de Guanajuato anda haciendo lo mismo) para quedar bien y ganar indulgencias donó, pues, 90 millones de pesos para un monumento cristero, dentro de la embestida, desde el foxismo y lo que va del calderonismo, contra el laicismo, que está despertando el conflicto religioso. La investigadora Soledad Loaeza, en brillante análisis, acaba, también, de señalar que Calderón está utilizando a la Iglesia católica, a través de Mouriño, para atizar el debate petrolero (La Jornada: 2/V/08). Y entre pecado y peculado, los panistas pueden encender la pradera seca y crear un nuevo problema a los que ya tiene Calderón, amontonados y sin resolver que están en vías de una crisis política, económica, social... y ahora también religiosa.
La separación del Estado y el Gobierno, de las iglesias, es uno de los principios constitucionales que la hacen de cimientos del carácter laico de las instituciones públicas y de éstas, la principal es la educación, pública y privada, para no mezclarla con ninguna religión, lo que implica para todas las creencias, tolerancia y respeto para ejercerlas en sus templos y en sus casas.
El laicismo ha sido una conquista histórica de la humanidad, para evitar conflictos religiosos que en nuestro país culminaron con la rendición del movimiento cristero, que fue una rebelión guerrillera para con las armas desafiar al Estado laico, tratando de imponer una teocracia y una religión, proscribiendo las demás. Así que para su sostenimiento económico (a pesar y muy a pesar de que “no solamente de pan vive el hombre”), las iglesias recurren a lo que llaman limosnas, que jurídicamente son donaciones y constantes aportaciones en bienes muebles e inmuebles de sus fieles adinerados. De ellas, la católica, apostólica y romana es la que más dinero recibe y tiene, al grado de que existe un banco del Vaticano, donde se administran esos recursos. Pero, en el sistema laico mexicano, los gobernantes no deben hacer aportaciones oficiales, es decir, con cargo al erario, como lo acaba de hacer el “gober” piadoso de Jalisco: González Márquez, quien entregó 90 millones de pesos para construir un santuario para honrar a los cristeros.
Esos millones son el equivalente a las 30 monedas de los sinedrines de Judea, para recompensar la entrega de Jesús. De entrada, el “gober” es ya presunto responsable de peculado, al haber distraído dinero público para uso ajeno y privado. La sanción es de dos a catorce años de prisión, previa destitución del cargo. Calderón, que presume no ser cristero ni de El Yunque, estuvo por Guadalajara y nada dijo sobre el abuso del desgobernador, quien ha hecho alarde de su conducta. El cardenal Sandoval lo ha justificado, mientras han puesto el grito en el cielo los del Episcopado porque se despenalizó el adulterio, al que esa Iglesia considera pecado, aunque olvidan lo de Jesús ante la adúltera: que tire la primera piedra el que esté exento de pecado.
El “gober” piadoso (el mal ejemplo ya cundió, ahora el de Guanajuato anda haciendo lo mismo) para quedar bien y ganar indulgencias donó, pues, 90 millones de pesos para un monumento cristero, dentro de la embestida, desde el foxismo y lo que va del calderonismo, contra el laicismo, que está despertando el conflicto religioso. La investigadora Soledad Loaeza, en brillante análisis, acaba, también, de señalar que Calderón está utilizando a la Iglesia católica, a través de Mouriño, para atizar el debate petrolero (La Jornada: 2/V/08). Y entre pecado y peculado, los panistas pueden encender la pradera seca y crear un nuevo problema a los que ya tiene Calderón, amontonados y sin resolver que están en vías de una crisis política, económica, social... y ahora también religiosa.