Neoliberalismo, opción fracasada
NTRzacatecas.com
Privatizar, con el nombre que se le quiera dar, es despojo triple: a la gran herencia de la soberanía, a la nación de hoy y a las generaciones siguientes.
Comité de intelectuales en defensa del petróleo.
La intempestiva urgencia de Felipe Calderón por traer a los que "sí saben y tienen con qué" encontrar y sacar tesoros de las profundidades marinas y la férrea oposición que ha encontrado para que las trasnacionales decidan sobre la explotación y destino de nuestros recursos energéticos, ha desatado viejas y nuevas polémicas, particularmente respecto al papel del Estado en la vida nacional.
Los Estados liberales, predominantes desde el Siglo XIX, entraron en crisis al término de la Segunda Guerra Mundial y la gran depresión de los años 30. Para contener las grandes demandas sociales alentadas por el auge de los Estados socialistas en Europa del Este y China, los países de occidente adoptaron, en buena medida, los programas de la socialdemocracia y dieron paso a los Estados de bienestar.
En ese contexto se desarrolló la Guerra Fría con Estados Unidos a la cabeza de los países capitalistas versus el campo socialista liderado por la Unión Soviética. Con la caída del régimen soviético el capitalismo ganó la disputa.
Sin enemigo al frente, los gobiernos de Margaret Thatcher, en Gran Bretaña, y Ronald Reagan en Estados Unidos, encabezaron el movimiento por la restauración de las viejas ideas liberales y las impusieron a sangre y fuego, particularmente en Inglaterra, donde los sindicatos opusieron una férrea resistencia.
El Consenso de Washington hizo del modelo neoliberal un paradigma para los países en desarrollo y a través de organismos como el BID y el Banco Mundial los presionaron para reducir el Estado y trasladar sus funciones a la iniciativa privada. Recursos naturales, bancos, servicios de salud, pensiones, servicios públicos, etc., pasaron a manos del capital trasnacional y se convirtieron en negocios privados.
Dos décadas después los resultados son desastrosos. Bajo las banderas de la libertad individual, política y económica, un puñado de "empresarios" se ha enriquecido hasta la obscenidad a costa del empobrecimiento de las mayorías.
Desempleo, emigración masiva, salarios miserables, abusos bancarios y ausencia de créditos, servicios caros y malos, desprotección médica y medicinas a precios inaccesibles, aumento de la criminalidad y un sinfín de lacras son el resultado del ejercicio de la supuesta libertad.
Frente al Estado autoritario, burocrático, ineficiente y corrupto, el neoliberalismo como medicina resultó peor que la enfermedad. Incluso Estados Unidos está pagando el precio al hundirse en una crisis de pronóstico reservado. Los candidatos demócratas Hilary y Obama han denunciado a los "depredadores" que llevaron a la quiebra a millones de norteamericanos y paralizaron la economía del país.
Casi todos los países de Latinoamérica se revelaron contra la imposición de las políticas neoliberales y se aventuran a encontrar y construir sus propios caminos. Chile busca revertir el sistema privado de pensiones que sólo ha beneficiado a los bancos; en Brasil luchan por recuperar la propiedad de su petróleo ante el saqueo de las trasnacionales; Venezuela está ganando a la Exxon en los tribunales internacionales su derecho soberano sobre el petróleo. Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y otros más, están modificando sus viejas estructuras políticas y económicas hechas a la medida de las oligarquías y los monopolios.
En México se remataron bancos, carreteras, minas, ferrocarriles, puertos, líneas aéreas y aeropuertos. Los supuestos beneficios de la privatización nunca llegaron y el crecimiento del país se empantanó. Las cuantiosas nuevas inversiones, la creación de empleos, las ventajas del libre mercado y la competencia, la disminución de precios, el incremento de la productividad, el abatimiento de la corrupción, el bienestar de las familias, etc., fueron simples espejitos engañabobos.
No contentos con la bancarrota de nuestra suave patria, que sólo sobrevive gracias a los altos ingresos petroleros, los pirrurris neoliberales ahora "van por más" sobre lo único que queda del patrimonio nacional, los energéticos.
Con una impresionante campaña mediática de ablandamiento y confiando en que puede lograr una mayoría en el Congreso, aceitada por los cabilderos, el "sistema PAN" anuncia que va a enviar una iniciativa para "reformar" la industria energética.
Ninguna reforma que pretenda entregar una parte de la riqueza que esa industria produce, puede ser asunto exclusivo de los legisladores. Nadie los eligió para eso, nadie les firmó un cheque en blanco.
Por eso es legítimo que los ciudadanos que se oponen a que se siga desmantelando la soberanía nacional y no han sido consultados ni tomados en cuenta, se hagan sentir y oír por las vías que consideren más eficaces. Así ha sido históricamente y así seguirá siendo, aquí y en China.
Privatizar, con el nombre que se le quiera dar, es despojo triple: a la gran herencia de la soberanía, a la nación de hoy y a las generaciones siguientes.
Comité de intelectuales en defensa del petróleo.
La intempestiva urgencia de Felipe Calderón por traer a los que "sí saben y tienen con qué" encontrar y sacar tesoros de las profundidades marinas y la férrea oposición que ha encontrado para que las trasnacionales decidan sobre la explotación y destino de nuestros recursos energéticos, ha desatado viejas y nuevas polémicas, particularmente respecto al papel del Estado en la vida nacional.
Los Estados liberales, predominantes desde el Siglo XIX, entraron en crisis al término de la Segunda Guerra Mundial y la gran depresión de los años 30. Para contener las grandes demandas sociales alentadas por el auge de los Estados socialistas en Europa del Este y China, los países de occidente adoptaron, en buena medida, los programas de la socialdemocracia y dieron paso a los Estados de bienestar.
En ese contexto se desarrolló la Guerra Fría con Estados Unidos a la cabeza de los países capitalistas versus el campo socialista liderado por la Unión Soviética. Con la caída del régimen soviético el capitalismo ganó la disputa.
Sin enemigo al frente, los gobiernos de Margaret Thatcher, en Gran Bretaña, y Ronald Reagan en Estados Unidos, encabezaron el movimiento por la restauración de las viejas ideas liberales y las impusieron a sangre y fuego, particularmente en Inglaterra, donde los sindicatos opusieron una férrea resistencia.
El Consenso de Washington hizo del modelo neoliberal un paradigma para los países en desarrollo y a través de organismos como el BID y el Banco Mundial los presionaron para reducir el Estado y trasladar sus funciones a la iniciativa privada. Recursos naturales, bancos, servicios de salud, pensiones, servicios públicos, etc., pasaron a manos del capital trasnacional y se convirtieron en negocios privados.
Dos décadas después los resultados son desastrosos. Bajo las banderas de la libertad individual, política y económica, un puñado de "empresarios" se ha enriquecido hasta la obscenidad a costa del empobrecimiento de las mayorías.
Desempleo, emigración masiva, salarios miserables, abusos bancarios y ausencia de créditos, servicios caros y malos, desprotección médica y medicinas a precios inaccesibles, aumento de la criminalidad y un sinfín de lacras son el resultado del ejercicio de la supuesta libertad.
Frente al Estado autoritario, burocrático, ineficiente y corrupto, el neoliberalismo como medicina resultó peor que la enfermedad. Incluso Estados Unidos está pagando el precio al hundirse en una crisis de pronóstico reservado. Los candidatos demócratas Hilary y Obama han denunciado a los "depredadores" que llevaron a la quiebra a millones de norteamericanos y paralizaron la economía del país.
Casi todos los países de Latinoamérica se revelaron contra la imposición de las políticas neoliberales y se aventuran a encontrar y construir sus propios caminos. Chile busca revertir el sistema privado de pensiones que sólo ha beneficiado a los bancos; en Brasil luchan por recuperar la propiedad de su petróleo ante el saqueo de las trasnacionales; Venezuela está ganando a la Exxon en los tribunales internacionales su derecho soberano sobre el petróleo. Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y otros más, están modificando sus viejas estructuras políticas y económicas hechas a la medida de las oligarquías y los monopolios.
En México se remataron bancos, carreteras, minas, ferrocarriles, puertos, líneas aéreas y aeropuertos. Los supuestos beneficios de la privatización nunca llegaron y el crecimiento del país se empantanó. Las cuantiosas nuevas inversiones, la creación de empleos, las ventajas del libre mercado y la competencia, la disminución de precios, el incremento de la productividad, el abatimiento de la corrupción, el bienestar de las familias, etc., fueron simples espejitos engañabobos.
No contentos con la bancarrota de nuestra suave patria, que sólo sobrevive gracias a los altos ingresos petroleros, los pirrurris neoliberales ahora "van por más" sobre lo único que queda del patrimonio nacional, los energéticos.
Con una impresionante campaña mediática de ablandamiento y confiando en que puede lograr una mayoría en el Congreso, aceitada por los cabilderos, el "sistema PAN" anuncia que va a enviar una iniciativa para "reformar" la industria energética.
Ninguna reforma que pretenda entregar una parte de la riqueza que esa industria produce, puede ser asunto exclusivo de los legisladores. Nadie los eligió para eso, nadie les firmó un cheque en blanco.
Por eso es legítimo que los ciudadanos que se oponen a que se siga desmantelando la soberanía nacional y no han sido consultados ni tomados en cuenta, se hagan sentir y oír por las vías que consideren más eficaces. Así ha sido históricamente y así seguirá siendo, aquí y en China.