Contundente, legal e inobjetable
La Jornada / Julio Hernández López (Astillero)
■ Ni Izquierda madruga para “convalidar”
■ Heroico, el perredismo de Ulises Ruiz
■ Silencio faccioso en caso de asesinados
Más que dar a conocer los resultados numéricos formales que le favorecieran, a la Ni Izquierda le pareció urgente, apenas habiendo cerrado la recepción de votos, instalar anoche la tesis de que el multilateralmente sucio proceso electoral del sol azteca había sido válido y legal (Graco Ramírez anunció ayer tal milagro de la misma manera que la madrugada del 7 de julio de 1988 el entonces presidente del PRI, Jorge de la Vega Domínguez, había dicho que Carlos Salinas de Gortari había obtenido “un triunfo contundente, legal e inobjetable”). La necesidad chuchista de una convalidación exprés a título propio es a la vez una confesión de que los comicios perredistas estuvieron cargados de ingredientes que los descalifican y eventualmente anulan. Apresurarse a dar por limpio este proceso electoral es una reacción provocada por el cúmulo de evidencias de manipulación y fraude que se dieron en el día específico de las votaciones y en las vísperas, subrayado gráficamente ese ambiente con la presentación de un paquete de boletas electorales supuestamente destinadas al uso especializado de los mapaches correspondientes al chuchismo.
Y por si fuera poco, y por si hiciera falta enfatizar el papel jugado por gobernadores de todos los partidos que apoyaron la causa contraria a la dupla López Obrador-Encinas (apoyada a su vez por el gobierno capitalino, con un Marcelo Ebrard que juega entre el apoyo a sus aliados actuales y la necesidad de desmarcarse para construir su imagen presidencial propia), el coordinador de la campaña pluripartidista de Jesús Ortega, el mencionado Graco, que en su momento fue beneficiario de un préstamo amistoso de Carlos Ahumada, puso de ejemplo del heroísmo desplegado en estos comicios por la mencionada Ni Izquierda a los perredistas de Oaxaca, entidad ésta donde el gobernador del estado, el muy repudiado Ulises Ruiz, controla abierta y groseramente el membrete del sol azteca, utilizándolo sin pudor como instrumento de división, mediatización y envilecimiento de movimientos sociales.
Dado que esta columna fue escrita antes de que los participantes fijaran su postura oficial (estaba convocada una conferencia de prensa a las 10 de la noche), sólo ha de asentarse aquí que, tal como se preveía, el proceso electoral perredista fue una demostración de las muchas deformaciones y perversiones que han convertido a la izquierda electoral en un ente alejado de los movimientos sociales y de las aspiraciones cívicas de muchos mexicanos que, constatando las vergonzosas prácticas de todas las corrientes perredistas, esperan la construcción de un nuevo mecanismo de participación política, ajeno al mercantilismo y el oportunismo actuales.
Las elecciones internas de ayer permitieron al chuchismo calderónico hacerse de una mayoría formal que no dará legitimidad ni respetabilidad al presunto mando partidista y, en la capital del país, el factor Marcelo impulsó el triunfo de Alejandra Barrales. Ya se verá el costo de las adulteraciones de ayer, tanto en eventuales fracturas como en el uso propagandístico que los adversarios del perredismo realizarán para demostrar que López Obrador y sus candidatos aliados “no saben respetar resultados”. Habrá, desde luego, largos lamentos falsos de quienes encomian la “modernidad” y la “civilidad” de una izquierda colaboracionista, porque triunfando ésta consideran mejor servidos los intereses del declinante gobierno formal felipista y de sus voraces patrocinadores convertidos ahora en celosos cobradores de favores.
Astillas
El calderonismo ha sostenido un faccioso silencio respecto a los jóvenes mexicanos asesinados en días pasados en Ecuador, en el contexto de un asalto militar colombiano a un campamento de las FARC. El gobierno del perol (que mantiene a sus rehenes en una gran caldera en ebullición) pareciera haber decretado muerte cívica a quienes ya la padecieron físicamente o a quienes han sobrevivido pero no han recibido más que una atención protocolaria ínfima, apenas con ánimos simbólicos. Con ese silencio que se hace cómplice de la incursión criminal del gobierno de Álvaro Uribe, el felipato se confiesa dominado por consideraciones particulares y no generales, por una visión partidista y restringida del ejercicio público. El gobierno corriente de México (es decir, el actual, el que está corriendo) debería condenar y exigir castigo por los asesinatos y las heridas causadas a mexicanos asentados en un territorio cuya soberanía e integridad fue violentada por un ejército extranjero, más allá de las valoraciones partidistas, ideológicas o personales que sobre la actividad desarrollada por esos mexicanos tengan quienes ocupan en estos momentos el mando de las instituciones nacionales (haiga sido como haiga sido ese proceso de ocupación de mandos). De otra manera, la administración calderónica estará enviando a los mexicanos el mensaje de que ni siquiera en incidentes internacionales graves es capaz de asumir una postura unitaria e incluyente, víctima del mismo germen de división y encono que ese panismo fraudulento sembró desde las pasadas elecciones federales. Otra lectura del silencio calderónico lleva a los pasillos del Pentágono y la Casa Blanca, donde mucho aprecian que el vecino inmediato sureño se mantenga alineado a las políticas domesticadas del colombiano Uribe y que, al callar sobre mexicanos asesinados y heridos, convalide las doctrinas intervencionistas que consideran aceptable la agresión a países determinados si media el pretexto (así sea falaz) del combate al terrorismo o a ejes malignos como el que hoy Washington traza en Latinoamérica a partir de Caracas… Y, mientras se ha llegado a un acuerdo contractual en Luz y Fuerza del Centro, ¡hasta mañana, con la vista puesta en las ceremonias conmemorativas de la expropiación petrolera: una, con el privatizador contranatura, en Morelia; otra, con el privatizador por naturaleza, en un lugar que esté a salvo de protestas, y otra con el adversario natural de esas pretensiones privatizadoras, en el Zócalo de la ciudad de México!
■ Ni Izquierda madruga para “convalidar”
■ Heroico, el perredismo de Ulises Ruiz
■ Silencio faccioso en caso de asesinados
Más que dar a conocer los resultados numéricos formales que le favorecieran, a la Ni Izquierda le pareció urgente, apenas habiendo cerrado la recepción de votos, instalar anoche la tesis de que el multilateralmente sucio proceso electoral del sol azteca había sido válido y legal (Graco Ramírez anunció ayer tal milagro de la misma manera que la madrugada del 7 de julio de 1988 el entonces presidente del PRI, Jorge de la Vega Domínguez, había dicho que Carlos Salinas de Gortari había obtenido “un triunfo contundente, legal e inobjetable”). La necesidad chuchista de una convalidación exprés a título propio es a la vez una confesión de que los comicios perredistas estuvieron cargados de ingredientes que los descalifican y eventualmente anulan. Apresurarse a dar por limpio este proceso electoral es una reacción provocada por el cúmulo de evidencias de manipulación y fraude que se dieron en el día específico de las votaciones y en las vísperas, subrayado gráficamente ese ambiente con la presentación de un paquete de boletas electorales supuestamente destinadas al uso especializado de los mapaches correspondientes al chuchismo.
Y por si fuera poco, y por si hiciera falta enfatizar el papel jugado por gobernadores de todos los partidos que apoyaron la causa contraria a la dupla López Obrador-Encinas (apoyada a su vez por el gobierno capitalino, con un Marcelo Ebrard que juega entre el apoyo a sus aliados actuales y la necesidad de desmarcarse para construir su imagen presidencial propia), el coordinador de la campaña pluripartidista de Jesús Ortega, el mencionado Graco, que en su momento fue beneficiario de un préstamo amistoso de Carlos Ahumada, puso de ejemplo del heroísmo desplegado en estos comicios por la mencionada Ni Izquierda a los perredistas de Oaxaca, entidad ésta donde el gobernador del estado, el muy repudiado Ulises Ruiz, controla abierta y groseramente el membrete del sol azteca, utilizándolo sin pudor como instrumento de división, mediatización y envilecimiento de movimientos sociales.
Dado que esta columna fue escrita antes de que los participantes fijaran su postura oficial (estaba convocada una conferencia de prensa a las 10 de la noche), sólo ha de asentarse aquí que, tal como se preveía, el proceso electoral perredista fue una demostración de las muchas deformaciones y perversiones que han convertido a la izquierda electoral en un ente alejado de los movimientos sociales y de las aspiraciones cívicas de muchos mexicanos que, constatando las vergonzosas prácticas de todas las corrientes perredistas, esperan la construcción de un nuevo mecanismo de participación política, ajeno al mercantilismo y el oportunismo actuales.
Las elecciones internas de ayer permitieron al chuchismo calderónico hacerse de una mayoría formal que no dará legitimidad ni respetabilidad al presunto mando partidista y, en la capital del país, el factor Marcelo impulsó el triunfo de Alejandra Barrales. Ya se verá el costo de las adulteraciones de ayer, tanto en eventuales fracturas como en el uso propagandístico que los adversarios del perredismo realizarán para demostrar que López Obrador y sus candidatos aliados “no saben respetar resultados”. Habrá, desde luego, largos lamentos falsos de quienes encomian la “modernidad” y la “civilidad” de una izquierda colaboracionista, porque triunfando ésta consideran mejor servidos los intereses del declinante gobierno formal felipista y de sus voraces patrocinadores convertidos ahora en celosos cobradores de favores.
Astillas
El calderonismo ha sostenido un faccioso silencio respecto a los jóvenes mexicanos asesinados en días pasados en Ecuador, en el contexto de un asalto militar colombiano a un campamento de las FARC. El gobierno del perol (que mantiene a sus rehenes en una gran caldera en ebullición) pareciera haber decretado muerte cívica a quienes ya la padecieron físicamente o a quienes han sobrevivido pero no han recibido más que una atención protocolaria ínfima, apenas con ánimos simbólicos. Con ese silencio que se hace cómplice de la incursión criminal del gobierno de Álvaro Uribe, el felipato se confiesa dominado por consideraciones particulares y no generales, por una visión partidista y restringida del ejercicio público. El gobierno corriente de México (es decir, el actual, el que está corriendo) debería condenar y exigir castigo por los asesinatos y las heridas causadas a mexicanos asentados en un territorio cuya soberanía e integridad fue violentada por un ejército extranjero, más allá de las valoraciones partidistas, ideológicas o personales que sobre la actividad desarrollada por esos mexicanos tengan quienes ocupan en estos momentos el mando de las instituciones nacionales (haiga sido como haiga sido ese proceso de ocupación de mandos). De otra manera, la administración calderónica estará enviando a los mexicanos el mensaje de que ni siquiera en incidentes internacionales graves es capaz de asumir una postura unitaria e incluyente, víctima del mismo germen de división y encono que ese panismo fraudulento sembró desde las pasadas elecciones federales. Otra lectura del silencio calderónico lleva a los pasillos del Pentágono y la Casa Blanca, donde mucho aprecian que el vecino inmediato sureño se mantenga alineado a las políticas domesticadas del colombiano Uribe y que, al callar sobre mexicanos asesinados y heridos, convalide las doctrinas intervencionistas que consideran aceptable la agresión a países determinados si media el pretexto (así sea falaz) del combate al terrorismo o a ejes malignos como el que hoy Washington traza en Latinoamérica a partir de Caracas… Y, mientras se ha llegado a un acuerdo contractual en Luz y Fuerza del Centro, ¡hasta mañana, con la vista puesta en las ceremonias conmemorativas de la expropiación petrolera: una, con el privatizador contranatura, en Morelia; otra, con el privatizador por naturaleza, en un lugar que esté a salvo de protestas, y otra con el adversario natural de esas pretensiones privatizadoras, en el Zócalo de la ciudad de México!