El maltrecho ego de Felipe
Encuestas a modo
Dicen desde Los Pinos que según las últimas encuestas, mandadas a hacer y pagadas por Los Pinos, Calderón ha mejorado su imagen pública. Pero si ya mueve a la sospecha que una encuesta afirme cosas al gusto del que paga la encuesta, es necesario, además, recordar el triste papel histórico de las encuestas.
Estas, como los medios de comunicación, pueden servir para informar o para desinformar. Pueden servir para orientar o para desorientar. Y pueden servir para hacer público un fenómeno o para ocultarlo. Dicho en otras palabras, las encuestas pueden servir para mentir, y casi siempre sirven para eso.
Por ello nada tiene de extraño que el ciudadano de a pie desconfíe de los resultados de las encuestas. Ya se sabe que suelen ser falsificaciones cuando no puras mentiras. Y máxime cuando ese ciudadano jamás ha tenido la experiencia de ser consultado por un encuestador. Cómo creer en los resultados de algo en lo que uno nunca ha sido testigo o participante.
Pero esto no es todo. Bien se sabe que las encuestas son un instrumento, un arma de la lucha política e ideológica. Que no son herramientas científicas objetivas e imparciales. Que, en realidad, se trata de mecanismos de manipulación perversa de la opinión pública, movidos por un interés igualmente perverso. ¿O alguien cree en la honradez de las encuestas?
Entendido todo esto, cabe preguntarse qué busca Calderón al ordenar hacer públicos los resultados de encuestas balines en las que aparece como la figura prestigiada, esperanzadora, con apoyo popular y legítima que no es.
Una primera respuesta, desde luego, es la vanidad, el ego. Que se diga, aunque sea mentira, que hay presencia magnífica. Una segunda respuesta tiene que ver con el síndrome López Obrador: hay que decir, aunque sea mentira, que Calderón es más popular, respetado y admirado que el jefe de la resistencia nacional al fraude y a la privatización del petróleo y la electricidad.
Y como tercera respuesta está la necesidad de Calderón de aparentar que cuenta con un apoyo que no tiene, en el propósito inconfeso de vender Pemex (y quedarse con una parte, a título de comisión) al capital privado nacional y extranjero. De modo que, vanidades calderonianas aparte, la encuesta de marras es señal de que los vendedores de Pemex quieren meter a fondo el acelerador.
Aquí está, sin desconocer la influencia del maltrecho ego de Felipe, la explicación básica de la nueva mentira. Se agradece el aviso. Habrá que prepararse para intensificar, aún más, la resistencia.
Dicen desde Los Pinos que según las últimas encuestas, mandadas a hacer y pagadas por Los Pinos, Calderón ha mejorado su imagen pública. Pero si ya mueve a la sospecha que una encuesta afirme cosas al gusto del que paga la encuesta, es necesario, además, recordar el triste papel histórico de las encuestas.
Estas, como los medios de comunicación, pueden servir para informar o para desinformar. Pueden servir para orientar o para desorientar. Y pueden servir para hacer público un fenómeno o para ocultarlo. Dicho en otras palabras, las encuestas pueden servir para mentir, y casi siempre sirven para eso.
Por ello nada tiene de extraño que el ciudadano de a pie desconfíe de los resultados de las encuestas. Ya se sabe que suelen ser falsificaciones cuando no puras mentiras. Y máxime cuando ese ciudadano jamás ha tenido la experiencia de ser consultado por un encuestador. Cómo creer en los resultados de algo en lo que uno nunca ha sido testigo o participante.
Pero esto no es todo. Bien se sabe que las encuestas son un instrumento, un arma de la lucha política e ideológica. Que no son herramientas científicas objetivas e imparciales. Que, en realidad, se trata de mecanismos de manipulación perversa de la opinión pública, movidos por un interés igualmente perverso. ¿O alguien cree en la honradez de las encuestas?
Entendido todo esto, cabe preguntarse qué busca Calderón al ordenar hacer públicos los resultados de encuestas balines en las que aparece como la figura prestigiada, esperanzadora, con apoyo popular y legítima que no es.
Una primera respuesta, desde luego, es la vanidad, el ego. Que se diga, aunque sea mentira, que hay presencia magnífica. Una segunda respuesta tiene que ver con el síndrome López Obrador: hay que decir, aunque sea mentira, que Calderón es más popular, respetado y admirado que el jefe de la resistencia nacional al fraude y a la privatización del petróleo y la electricidad.
Y como tercera respuesta está la necesidad de Calderón de aparentar que cuenta con un apoyo que no tiene, en el propósito inconfeso de vender Pemex (y quedarse con una parte, a título de comisión) al capital privado nacional y extranjero. De modo que, vanidades calderonianas aparte, la encuesta de marras es señal de que los vendedores de Pemex quieren meter a fondo el acelerador.
Aquí está, sin desconocer la influencia del maltrecho ego de Felipe, la explicación básica de la nueva mentira. Se agradece el aviso. Habrá que prepararse para intensificar, aún más, la resistencia.