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jueves, 24 de enero de 2008

Aeropuerto: ¿otro Atenco?

Diario Libetad / Ricardo Rocha

Cuidado, porque puede provocarse otro estallido social de grandes proporciones. El anuncio oficial de, siempre sí, construir el nuevo aeropuerto en Texcoco abre una vez más ese riesgo.

La memoria muy cercana nos remite a una de las etapas más infaustas del México contemporáneo. En su afán por construir —a como diera lugar— su gran obra del sexenio, el gobierno del remedo de faraón que fue Vicente Fox implementó una operación absolutamente desastrosa: compró a un presidente municipal —de cuyo nombre no vale la pena acordarse— que terminó repudiado por su comunidad; jamás se empolvó las botas para averiguar la realidad de Atenco, al que condenaba a la desaparición con la expropiación de 3 mil hectáreas, mientras a los otros municipios les quitaban unas cuantas; humilló a los lugareños con absurdos comparativos de producción agrícola, menospreciando su batalla cotidiana contra el salitre; ignoró que Atenco era un importante señorío desde la época precolombina y su ancestral apego a la tierra; intentó defraudarlos al ofrecer siete pesos por metro cuando tenían presupuestado 65; fue también Fox quien los empujó a salir de Atenco para tomar las calles de la ciudad de México y levantar sus machetes en el Zócalo, en imágenes que le dieron la vuelta al mundo. Y lo peor de todo es que, en su frustración, el gobierno foxista reprimió, golpeó, violó y torturó a los de Atenco en una demencial venganza que abrió una herida tan profunda que no sólo no ha cerrado, sino que sigue abierta y gangrenada.

Así que si alguien cree que será tan sencillo como alambrar el terreno y empezar las obras está muy equivocado. Aun tratándose de terrenos federales. Sobre esta historia de rencores y agravios todavía no se escribe el último capítulo. Ahí están los líderes de Atenco Ignacio del Valle, Felipe Álvarez y Héctor Galindo, condenados irracionalmente a 67 años de cárcel —más que una cadena perpetua— en un proceso plagado de inconsistencias jurídicas. Y en paralelo sometidos a un trato aberrante que ha pisoteado todos sus derechos humanos, aislándolos de sus familias y hasta de sus abogados; encerrados en una prisión diseñada para los criminales de más alta peligrosidad. Así que en este país, mientras los defraudadores de cuello blanco siguen adornando las páginas del jet set en todo tipo de eventos rimbombantes, los luchadores sociales están en la cárcel.

Me dicen que hay dudas sobre la consistencia del terreno para construir el nuevo aeropuerto. Yo más bien las tendría sobre la debilidad y explosividad del terreno social sobre el que pretende edificarse. Por lo pronto, hay un montón de interrogantes que los impulsores del aeropuerto debieran despejar: ¿por qué hace seis años nadie habló de la supuesta existencia de estas 9 mil hectáreas federales que hubieran hecho innecesario el conflicto por 4 mil hectáreas en Atenco? ¿Pues no que Atenco era el lugar ideal, algo así como la única oportunidad histórica de pasar al primer mundo, la última coca cola del desierto?

¿Y ahora por qué, siempre sí, hace falta un nuevo aeropuerto? ¿Pues no que la tan cacareada Terminal 2 era la nueva maravilla enmascarada? ¿De qué van a servir los 800 millones de dólares invertidos en ella, sumados a los otros gastos millonarios por la remodelación de la Terminal 1? ¿Qué lugar ocupa en las prioridades de la actual administración un nuevo aeropuerto internacional de la ciudad de México?

No sé de cierto cuáles sean las respuestas. Pero lo que sí me queda muy claro es que el gobierno de Felipe Calderón no debe —aunque pueda— cometer los mismos errores del gobierno de Vicente Fox. No obstante sean terrenos oficiales, deberá considerar —además de los agravios— que habrá necesariamente una severa afectación a vidas y destinos de cientos de miles de mexicanos que han habitado por siglos esa región antes lacustre y siempre entrañable de México.

Que es otra vez, aunque no se quiera, el enfrentamiento del México de los ricos, los de los muchos ceros, contra el México de los pobres que jamás han de subirse a un avión.

Me dice Trinidad Ramírez, la esposa de Ignacio del Valle, que ellos siempre estarán abiertos al diálogo: “Lo que no queremos es imposición, lo que no queremos es represión”. Ojalá la tomaran en cuenta.