Narcos: ¿qué sigue?
La Jornada / Adolfo Sánchez Rebolledo
Hay un aspecto de la lucha contra el narcotráfico que pesa como un fardo a la hora de los resultados. Me refiero a esa difusa complacencia que suele identificarse muy de prisa con la cultura popular, la “cultura del narco”, cuya influencia traspasa su indiscutible peso mediático. Si se revisan con cuidado los diarios sinaloenses tras la captura de Alfredo Beltrán Leyva, alias El Mochomo, más que sensación de alivio predomina la sorpresa, cierta inclinación por la glorificación instantánea del personaje local por antonomasia fijado por sus corridos.
En las páginas del foro abierto por El Debate de Culiacán, un lector lamenta (con su propia ortografía): “ni pedo, ya agarraron a un pesado, pero todavia queda su hermano el h q es el perron, al igual que el chapo, el mayo y el azul, solo quitaron un eslabon en la gran cadena de la mafia sinaloense, y lo lamento en serio porque a pesar de que andan en malos pasos, siempre han sabido ayudar a la gente pobre, por mas risa que les de, es la verdad, ademas solo el que la debe la paga..”. jc patron · 22/1/08
Otras opiniones son aún más radicales: “y asi kieren que haya mas dinero en mexico que no entienden que los narcos son los que tienen vivo al pais de ellos vive mucha gente atrapen a los rateros y violadores no a los que nos dan de comer no sean tan idiotas ojale y se escape pronto el ‘mochomo’ como se escapo el ‘chapo’ barbie (Sic)· 22/1/2008”.
Una más: “... solo a los malditos gringos que son quienes manejan a calderon, ya que antes mexico solo era un pais de paso, y por todo este desmadre la droga se esta quedando aqui, lo que deberia de hacerlo, dejarlos trabajar, que los que se verian perjudicados serian los gringos, aqui habria dinero y no habria necesidad de que se dediquen a otros ilicitos. los narcos solo dañan a quien se meten con ellos, y saludos a la sra sandra siempre seguira siendo la reyna”. (Sic)
Imposible tomar al pie de la letra estos comentarios, en su mayoría anónimos, pero al menos indican cuán difícil les resultará a las autoridades superar la distancia que hoy separa esos sentimientos, gestados por goteo durante años de corrupción e impunidad, del triunfalismo oficialista tan acostumbrado a negar la realidad.
Ni siquiera golpes tan efectivos como la detención de la pandilla de Beltrán Leyva logran devolver plena credibilidad a las fuerzas del orden, pues tras años de servidumbre a la delincuencia, hay pocas razones –salvo las estrictas de sobrevivencia– para aceptar no sin condicionamientos el discurso que hoy nos proponen desde Los Pinos. Digo discurso y no un plan hecho y derecho porque éste no acaba de prefigurarse, menos si con ello se alude al ya tristemente famoso Plan Mérida.
Después de un año de guerra sobre el terreno, no sabemos si avanzamos –¿cuánto y en qué?– o si seguimos estancados en el mismo pantano. La detención de los jefes del narcotráfico es una buena noticia, pero no es suficiente. Los mayores pendientes se hallan en la formación de los cuerpos de seguridad y en la acción del Ministerio Público y los jueces, pues sin ellos no hay ejército que sea capaz de crear seguridad sin coartar las libertades de los ciudadanos. Y sin una justicia eficaz ni soñar con un cambio de mentalidad.
Mientras, al extenderse la guerra entre bandas rivales, la violencia aumenta y se teatraliza para obtener el efecto aterrorizador buscado: las decapitaciones rituales son mensajes instantáneos, recordatorios que nadie puede eludir. El empleo de armas de alto poder cada vez más peligrosas introduce un riesgo a la seguridad nacional que no se puede subestimar. Pese a todas las declaraciones en sentido opuesto, da la impresión de que el crimen va más rápido que la fuerza pública, aprovechando como siempre la impunidad, esa suerte de velo invisible que lo protege. El riesgo es definitivo. Pero no es nuevo.
Por eso, tal vez, El Noroeste de Culiacán se muestra cauteloso ante el posible efecto de la detención de Beltrán Leyva y desliza algunas preguntas inquietantes, como la de por qué “durante el sexenio de Vicente Fox, el cártel de Sinaloa prácticamente estuvo a salvo (...) Esto generó una mala percepción sobre el foxismo y hasta se especuló que lo protegía”. O el hecho de que, según el editorial, “seis horas después de la detención, el mandatario (Jesús Salazar Padilla) estatal todavía desconocía lo que sucedió en la capital del estado que gobierna” y la certeza de que “Beltrán Leyva tiene demasiada información que podría involucrar a personajes importantes del crimen, de la policía y hasta de la política”.
No se trata, desde luego, de lanzar acusaciones al viento, pero es evidente que la lucha contra la delincuencia organizada estará incompleta sin descubrir sus nexos con otras esferas, comenzando por la administración pública. Desmontar ese entramado de complicidades es una necesidad vital, si queremos salvar al país, por supuesto.
Hay un aspecto de la lucha contra el narcotráfico que pesa como un fardo a la hora de los resultados. Me refiero a esa difusa complacencia que suele identificarse muy de prisa con la cultura popular, la “cultura del narco”, cuya influencia traspasa su indiscutible peso mediático. Si se revisan con cuidado los diarios sinaloenses tras la captura de Alfredo Beltrán Leyva, alias El Mochomo, más que sensación de alivio predomina la sorpresa, cierta inclinación por la glorificación instantánea del personaje local por antonomasia fijado por sus corridos.
En las páginas del foro abierto por El Debate de Culiacán, un lector lamenta (con su propia ortografía): “ni pedo, ya agarraron a un pesado, pero todavia queda su hermano el h q es el perron, al igual que el chapo, el mayo y el azul, solo quitaron un eslabon en la gran cadena de la mafia sinaloense, y lo lamento en serio porque a pesar de que andan en malos pasos, siempre han sabido ayudar a la gente pobre, por mas risa que les de, es la verdad, ademas solo el que la debe la paga..”. jc patron · 22/1/08
Otras opiniones son aún más radicales: “y asi kieren que haya mas dinero en mexico que no entienden que los narcos son los que tienen vivo al pais de ellos vive mucha gente atrapen a los rateros y violadores no a los que nos dan de comer no sean tan idiotas ojale y se escape pronto el ‘mochomo’ como se escapo el ‘chapo’ barbie (Sic)· 22/1/2008”.
Una más: “... solo a los malditos gringos que son quienes manejan a calderon, ya que antes mexico solo era un pais de paso, y por todo este desmadre la droga se esta quedando aqui, lo que deberia de hacerlo, dejarlos trabajar, que los que se verian perjudicados serian los gringos, aqui habria dinero y no habria necesidad de que se dediquen a otros ilicitos. los narcos solo dañan a quien se meten con ellos, y saludos a la sra sandra siempre seguira siendo la reyna”. (Sic)
Imposible tomar al pie de la letra estos comentarios, en su mayoría anónimos, pero al menos indican cuán difícil les resultará a las autoridades superar la distancia que hoy separa esos sentimientos, gestados por goteo durante años de corrupción e impunidad, del triunfalismo oficialista tan acostumbrado a negar la realidad.
Ni siquiera golpes tan efectivos como la detención de la pandilla de Beltrán Leyva logran devolver plena credibilidad a las fuerzas del orden, pues tras años de servidumbre a la delincuencia, hay pocas razones –salvo las estrictas de sobrevivencia– para aceptar no sin condicionamientos el discurso que hoy nos proponen desde Los Pinos. Digo discurso y no un plan hecho y derecho porque éste no acaba de prefigurarse, menos si con ello se alude al ya tristemente famoso Plan Mérida.
Después de un año de guerra sobre el terreno, no sabemos si avanzamos –¿cuánto y en qué?– o si seguimos estancados en el mismo pantano. La detención de los jefes del narcotráfico es una buena noticia, pero no es suficiente. Los mayores pendientes se hallan en la formación de los cuerpos de seguridad y en la acción del Ministerio Público y los jueces, pues sin ellos no hay ejército que sea capaz de crear seguridad sin coartar las libertades de los ciudadanos. Y sin una justicia eficaz ni soñar con un cambio de mentalidad.
Mientras, al extenderse la guerra entre bandas rivales, la violencia aumenta y se teatraliza para obtener el efecto aterrorizador buscado: las decapitaciones rituales son mensajes instantáneos, recordatorios que nadie puede eludir. El empleo de armas de alto poder cada vez más peligrosas introduce un riesgo a la seguridad nacional que no se puede subestimar. Pese a todas las declaraciones en sentido opuesto, da la impresión de que el crimen va más rápido que la fuerza pública, aprovechando como siempre la impunidad, esa suerte de velo invisible que lo protege. El riesgo es definitivo. Pero no es nuevo.
Por eso, tal vez, El Noroeste de Culiacán se muestra cauteloso ante el posible efecto de la detención de Beltrán Leyva y desliza algunas preguntas inquietantes, como la de por qué “durante el sexenio de Vicente Fox, el cártel de Sinaloa prácticamente estuvo a salvo (...) Esto generó una mala percepción sobre el foxismo y hasta se especuló que lo protegía”. O el hecho de que, según el editorial, “seis horas después de la detención, el mandatario (Jesús Salazar Padilla) estatal todavía desconocía lo que sucedió en la capital del estado que gobierna” y la certeza de que “Beltrán Leyva tiene demasiada información que podría involucrar a personajes importantes del crimen, de la policía y hasta de la política”.
No se trata, desde luego, de lanzar acusaciones al viento, pero es evidente que la lucha contra la delincuencia organizada estará incompleta sin descubrir sus nexos con otras esferas, comenzando por la administración pública. Desmontar ese entramado de complicidades es una necesidad vital, si queremos salvar al país, por supuesto.