El retoño
Germán Martínez Cázares se comportó —él sí—, como un auténtico retoño. Al protestar como nuevo dirigente del Partido Acción Nacional (PAN), tuvo la oportunidad de darle en las narices a sus más severos críticos, pero en lugar de hacerlo cayó en la misma retórica fanática y ultraconservadora de su antecesor, Manuel Espino.
La democracia mexicana ha comenzado a dar la vuelta. Ya no necesita partidos políticos extremistas que centren el debate en la descalificación vulgar del adversario. Así lo hizo Andrés Manuel López Obrador y le costó la Presidencia de la República. Entre decirle a Vicente Fox: “Ya cállate, chachalaca”, llamar a los priístas “retoños porque sueñan en ser bosques de impunidad” y calificar como pedestres a los perredistas, no hay mucha diferencia. A final de cuentas, se privilegia en cada caso la virulencia, la bilis, por encima de las ideas.
El tema más delicado e importante para el PAN y su nuevo líder es, sin duda, la relación con el gobierno. Martínez Cázares, además de abordar el tema con pobreza, cayó durante el discurso que pronunció en varias contradicciones. Se nota que los panistas no saben cómo resolver eso que Ernesto Zedillo llamó “sana distancia” respecto al PRI y que algunos panistas han preferido llamar “sano acercamiento”.
Las constantes acusaciones en contra del PRI, por haberse comportado como partido de Estado durante más de setenta años, obligan al PAN a predicar con el ejemplo. Martínez Cázares ha dicho que el PAN no necesita un propietario sexenal. Sin embargo, la forma como llegó a la dirigencia de su partido indica todo lo contrario.
No vaya a ser que la relación entre Los Pinos y la dirigencia panista se convierta en la fusión mitológica entre la luna y el sol. De tal forma que mientras el presidente Felipe Calderón muestra el lado amable de su gobierno, Martínez Cázares afila la lengua —como lo hizo ya— para decir lo que realmente piensa el jefe del Ejecutivo de sus adversarios.
Hacerlo de esa forma tiene un nombre y se le llama simulación. Una forma de hacer política que nada tiene que ver con el reconocido maestro Maquiavelo. La estrategia es torpe, porque en nada ayudaría para seguir construyendo reformas y acuerdos de gobernabilidad. Martínez Cázares llama retoños a los priístas cuando gracias a esos priístas no se rompió el 1 de diciembre de 2006 el orden constitucional y Calderón pudo protestar como presidente de México.
La impunidad, por cierto, no sólo ha sido un vicio en el PRI. Fox y Marta Sahagún viven no en un bosque, sino en un océano de impunidad.
La democracia mexicana ha comenzado a dar la vuelta. Ya no necesita partidos políticos extremistas que centren el debate en la descalificación vulgar del adversario. Así lo hizo Andrés Manuel López Obrador y le costó la Presidencia de la República. Entre decirle a Vicente Fox: “Ya cállate, chachalaca”, llamar a los priístas “retoños porque sueñan en ser bosques de impunidad” y calificar como pedestres a los perredistas, no hay mucha diferencia. A final de cuentas, se privilegia en cada caso la virulencia, la bilis, por encima de las ideas.
El tema más delicado e importante para el PAN y su nuevo líder es, sin duda, la relación con el gobierno. Martínez Cázares, además de abordar el tema con pobreza, cayó durante el discurso que pronunció en varias contradicciones. Se nota que los panistas no saben cómo resolver eso que Ernesto Zedillo llamó “sana distancia” respecto al PRI y que algunos panistas han preferido llamar “sano acercamiento”.
Las constantes acusaciones en contra del PRI, por haberse comportado como partido de Estado durante más de setenta años, obligan al PAN a predicar con el ejemplo. Martínez Cázares ha dicho que el PAN no necesita un propietario sexenal. Sin embargo, la forma como llegó a la dirigencia de su partido indica todo lo contrario.
No vaya a ser que la relación entre Los Pinos y la dirigencia panista se convierta en la fusión mitológica entre la luna y el sol. De tal forma que mientras el presidente Felipe Calderón muestra el lado amable de su gobierno, Martínez Cázares afila la lengua —como lo hizo ya— para decir lo que realmente piensa el jefe del Ejecutivo de sus adversarios.
Hacerlo de esa forma tiene un nombre y se le llama simulación. Una forma de hacer política que nada tiene que ver con el reconocido maestro Maquiavelo. La estrategia es torpe, porque en nada ayudaría para seguir construyendo reformas y acuerdos de gobernabilidad. Martínez Cázares llama retoños a los priístas cuando gracias a esos priístas no se rompió el 1 de diciembre de 2006 el orden constitucional y Calderón pudo protestar como presidente de México.
La impunidad, por cierto, no sólo ha sido un vicio en el PRI. Fox y Marta Sahagún viven no en un bosque, sino en un océano de impunidad.