La diferencia
Plaza Pública
Con el título La diferencia. Radiografía de un sexenio, autoreputados como los intelectuales orgánicos del que encabezó Vicente Fox, Rubén Aguilar V. y Jorge G. Castañeda han escrito un libro que entrega menos de lo que ofrece. Y eso que ya desde su concepción era una obra que no ameritaba el subtítulo de “radiografía” pues no en todos los temas que aborda permite ver lo que había más allá de la apariencia. Y hay asuntos enteros escamoteados a los lectores. Los autores no explican el motivo de que temas cruciales del gobierno anterior fueran dejados al margen de su relato, como “la lucha contra el narcotráfico, por ejemplo, o el conjunto de temas relacionados con la energía, o la negociación migratoria con Estados Unidos”.
El libro incluye, en cambio, ocho capítulos cuyos temas fueron escogidos con libertad por los autores y otro escrito a fuerza, “bajo protesta”, sobre la pareja presidencial. Los autores, que todo el tiempo (durante su desempeño gubernamental y durante la escritura) procuran ver a casi todos los demás por encima del hombro, situados fuera del alcance de la opinión que no coincide con la suya, hubieran “deseado evitar una concesión a la comentocracia”, pues creen que “un libro serio sobre el sexenio de Fox…no debería caer en la frivolidad sobre la frivolidad.” En su opinión, “los temas preferidos de los editorialistas y reporteros sobre y durante el sexenio carecen por completo de pertinencia, importancia o consecuencia” al menos hasta que el derecho sea dicho “y no sólo lo interpreten los miles de opinadores para-legales que pululan en nuestro país”.
Algunos capítulos son enteramente prescindibles, pues su descripción es plana o incompleta. La formación del gabinete, por ejemplo, informa que en algunos casos se consideraron tales o cuales nombres para ser secretarios de Estado pero no se explican las causas de la inclusión o la exclusión. En otros se maneja información conocida en su momento, a la que sólo se añaden comentarios desdeñosos o simplones. En el caso del aeropuerto de Texcoco, por ejemplo, se recuerda que la Secretaría del Medio Ambiente exigió aplicar la ley, de donde se derivaba que el sesenta por ciento de los predios expropiados sirvieran de compensación ecológica y el resto para construir la terminal aérea propiamente dicho. Pero las ineptas “opinión pública y la comentocracia nunca asimilaron que gran parte del conflicto se libró en tierras destinadas a satisfacer demandas ‘verdes’. Las dichosas hectáreas habrían podido ubicarse en otra parte del país”. A los autores, que no estaban involucrados en el dilema ni son expertos en el tema les parece que hubiera podido compensarse el deterioro del antiguo vaso lacustre dedicando terrenos en, digamos, Baja California Sur, a la preservación del medio ambiente.
Puesto que Aguilar y Castañeda formaron parte del equipo de Fox se sintieron obligados a advertir que no pretendían escupir al cielo, es decir contribuir al descrédito del ex presidente. Es probable que por eso edulcoren o maquillen no pocas de las actitudes y acciones presidenciales. Al hacerlo, sin embargo, incurren en contradicciones, aunque no se sabe si lo son del relato o de su contenido.
Por ejemplo, Castañeda y Aguilar sostienen que Fox nunca supo o supuso que violaba la ley al intervenir directamente en el proceso del que emergió Felipe Calderón como su sucesor. Y en ese punto lo muestran como un firme ejercedor de sus convicciones: “Los medios atacaban cada vez con mayor fuerza a Fox. Había que parar la andanada. Un miembro cercano del equipo le planteó la conveniencia de cambiar de estrategia. Fox se negó y le aclaró a sus colaboradores que no se trataba sólo de una estrategia electoral, sino que era también un asunto de principios. No iba a renunciar a lo que creía sólo por la presión de los medios”.
De realmente existir, esa gallardía no era permanente. De hecho en el libro se reconoce que la presión de un poderoso concesionario de medios contó de modo relevante para que el propio Castañeda saliera del gabinete: “En agosto de 2002, al término de un acuerdo en Los Pinos, Castañeda fue advertido por el Presidente: ‘Tengo problemas con el gabinete, muchas divisiones, y mucho las atribuyen a tus ambiciones presidenciales, sobre todo los empresarios y en particular Ricardo Salinas Pliego. O dejas de moverte o te tienes que ir’ Castañeda con algo de inocencia y con algo de malicia le respondió a su jefe con una pregunta (sic): ‘Dime qué estoy haciendo para que deje de hacerlo’. Fox se quedó callado. Castañeda pasó a ver a Ramón Muñoz a quejarse, no tanto por el regaño, sino porque estaba seguro de que sólo iba dirigido a él, y no a Creel, que un día, y otro también, se encontraba en plena campaña”.
Castañeda renunció en enero siguiente. Entre los varios motivos para retirarse, y para que Fox aceptara su renuncia aunque no dejaron nunca de frecuentarse, es posible que haya contado la presión del propietario de TV Azteca, inexplicablemente adverso a Castañeda (salvo por el principio filosófico que se expresa diciendo que dos tamaleras no se pueden ver).
Fox había mostrado en la etapa de formación de su gobierno excesiva ductilidad ante la presión empresarial, sobre todo cuando provenía de quienes financiaron su campaña. Por ejemplo, Castañeda dice haber propuesto a Lourdes Arizpe y Sabina Berman para dirigir el Conaculta: “Alfonso Romo, el empresario de Monterrey, manifestó su oposición…Ambas le parecían muy liberales y heterodoxas”.
Con el título La diferencia. Radiografía de un sexenio, autoreputados como los intelectuales orgánicos del que encabezó Vicente Fox, Rubén Aguilar V. y Jorge G. Castañeda han escrito un libro que entrega menos de lo que ofrece. Y eso que ya desde su concepción era una obra que no ameritaba el subtítulo de “radiografía” pues no en todos los temas que aborda permite ver lo que había más allá de la apariencia. Y hay asuntos enteros escamoteados a los lectores. Los autores no explican el motivo de que temas cruciales del gobierno anterior fueran dejados al margen de su relato, como “la lucha contra el narcotráfico, por ejemplo, o el conjunto de temas relacionados con la energía, o la negociación migratoria con Estados Unidos”.
El libro incluye, en cambio, ocho capítulos cuyos temas fueron escogidos con libertad por los autores y otro escrito a fuerza, “bajo protesta”, sobre la pareja presidencial. Los autores, que todo el tiempo (durante su desempeño gubernamental y durante la escritura) procuran ver a casi todos los demás por encima del hombro, situados fuera del alcance de la opinión que no coincide con la suya, hubieran “deseado evitar una concesión a la comentocracia”, pues creen que “un libro serio sobre el sexenio de Fox…no debería caer en la frivolidad sobre la frivolidad.” En su opinión, “los temas preferidos de los editorialistas y reporteros sobre y durante el sexenio carecen por completo de pertinencia, importancia o consecuencia” al menos hasta que el derecho sea dicho “y no sólo lo interpreten los miles de opinadores para-legales que pululan en nuestro país”.
Algunos capítulos son enteramente prescindibles, pues su descripción es plana o incompleta. La formación del gabinete, por ejemplo, informa que en algunos casos se consideraron tales o cuales nombres para ser secretarios de Estado pero no se explican las causas de la inclusión o la exclusión. En otros se maneja información conocida en su momento, a la que sólo se añaden comentarios desdeñosos o simplones. En el caso del aeropuerto de Texcoco, por ejemplo, se recuerda que la Secretaría del Medio Ambiente exigió aplicar la ley, de donde se derivaba que el sesenta por ciento de los predios expropiados sirvieran de compensación ecológica y el resto para construir la terminal aérea propiamente dicho. Pero las ineptas “opinión pública y la comentocracia nunca asimilaron que gran parte del conflicto se libró en tierras destinadas a satisfacer demandas ‘verdes’. Las dichosas hectáreas habrían podido ubicarse en otra parte del país”. A los autores, que no estaban involucrados en el dilema ni son expertos en el tema les parece que hubiera podido compensarse el deterioro del antiguo vaso lacustre dedicando terrenos en, digamos, Baja California Sur, a la preservación del medio ambiente.
Puesto que Aguilar y Castañeda formaron parte del equipo de Fox se sintieron obligados a advertir que no pretendían escupir al cielo, es decir contribuir al descrédito del ex presidente. Es probable que por eso edulcoren o maquillen no pocas de las actitudes y acciones presidenciales. Al hacerlo, sin embargo, incurren en contradicciones, aunque no se sabe si lo son del relato o de su contenido.
Por ejemplo, Castañeda y Aguilar sostienen que Fox nunca supo o supuso que violaba la ley al intervenir directamente en el proceso del que emergió Felipe Calderón como su sucesor. Y en ese punto lo muestran como un firme ejercedor de sus convicciones: “Los medios atacaban cada vez con mayor fuerza a Fox. Había que parar la andanada. Un miembro cercano del equipo le planteó la conveniencia de cambiar de estrategia. Fox se negó y le aclaró a sus colaboradores que no se trataba sólo de una estrategia electoral, sino que era también un asunto de principios. No iba a renunciar a lo que creía sólo por la presión de los medios”.
De realmente existir, esa gallardía no era permanente. De hecho en el libro se reconoce que la presión de un poderoso concesionario de medios contó de modo relevante para que el propio Castañeda saliera del gabinete: “En agosto de 2002, al término de un acuerdo en Los Pinos, Castañeda fue advertido por el Presidente: ‘Tengo problemas con el gabinete, muchas divisiones, y mucho las atribuyen a tus ambiciones presidenciales, sobre todo los empresarios y en particular Ricardo Salinas Pliego. O dejas de moverte o te tienes que ir’ Castañeda con algo de inocencia y con algo de malicia le respondió a su jefe con una pregunta (sic): ‘Dime qué estoy haciendo para que deje de hacerlo’. Fox se quedó callado. Castañeda pasó a ver a Ramón Muñoz a quejarse, no tanto por el regaño, sino porque estaba seguro de que sólo iba dirigido a él, y no a Creel, que un día, y otro también, se encontraba en plena campaña”.
Castañeda renunció en enero siguiente. Entre los varios motivos para retirarse, y para que Fox aceptara su renuncia aunque no dejaron nunca de frecuentarse, es posible que haya contado la presión del propietario de TV Azteca, inexplicablemente adverso a Castañeda (salvo por el principio filosófico que se expresa diciendo que dos tamaleras no se pueden ver).
Fox había mostrado en la etapa de formación de su gobierno excesiva ductilidad ante la presión empresarial, sobre todo cuando provenía de quienes financiaron su campaña. Por ejemplo, Castañeda dice haber propuesto a Lourdes Arizpe y Sabina Berman para dirigir el Conaculta: “Alfonso Romo, el empresario de Monterrey, manifestó su oposición…Ambas le parecían muy liberales y heterodoxas”.