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domingo, 11 de noviembre de 2007

Los delincuentes que habitaron "Los Pinos"

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Está claro para todo aquel que quiera verlo, que el de Vicente Fox se quedó muy lejos del prometido “gobierno del cambio”, y del “gobierno honesto” que muchos soñaron. Están a la vista de todos evidencias de las pillerías y excesos —menores o mayores—, que habrían cometido el propio mandatario, su esposa, la ambiciosa parentela de ambos y, en extenso, la claque de la otrora “pareja presidencial”.

Por eso son muchos los que por decepción, enojo o hasta por un claro sentimiento de venganza —porque Fox es el símbolo del poder que le robó la Presidencia a la izquierda—, quieren ver a los Fox-Sahagún quemados en leña verde; son muchos los desmemoriados que les asignan el papel de modernos “villanos favoritos”, y no faltan quienes los colocan como “los más grandes ladrones de la historia política mexicana”. Ya en el extremo, los apellidos Fox y Sahagún quieren ser vistos como eficaces sinónimos de la corrupción pública y de todas las maldades del poder.


Y pudieran tener razón todos los que con argumentos o sin ellos cuestionan a la otrora “pareja presidencial”, porque en efecto, la dupla que formaron Vicente y Marta terminó por convertirse no sólo en el peor de los gobiernos en muchas décadas, sino que ese gobierno también es la mejor muestra del fracaso ciudadano —en colectivo—, en la primera experiencia democrática que vivimos en muchas décadas. Como sociedad y como votantes sólo fuimos capaces de cambiar al corrupto PRI por un político como Vicente Fox, que a pesar de su pequeñez intelectual enamoró incluso a una buena parte de los intelectuales mexicanos, aquellos que promovieron el voto útil a favor del “grandote de Guanajuato”.


Y hoy muchos se justifican con el argumento fácil de que “importaba sacar al PRI de Los Pinos”, que “no había otra alternativa”. Pero a la vuelta del tiempo son muy pocos los que reconocen que no, que lo importante no era sacar al PRI de Los Pinos, que lo verdaderamente importante era y es construir una legislación electoral capaz de garantizar la competencia democrática y, de manera prioritaria, estimular la cultura democrática como práctica cotidiana entre los ciudadanos.


Hoy el PRI ya no está en el poder presidencial, pero durante todo el gobierno de Vicente Fox siguieron viviendo en Los Pinos la corrupción, los excesos del poder, las pillerías y como antaño salieron “comaladas” de ricos sexenales y se inventaron fortunas al vapor. El problema no era el PRI y tampoco es el PAN o el PRD —en tanto doctrinas partidistas—, sino que el problema está en la cultura de la corrupción y en el estigma de impunidad; dos de los más nocivos enemigos de la democracia.



Revancha y presión

Y por eso proponemos aquí la hipótesis de que el corazón del conflicto que metió a Vicente Fox a un escándalo político, mediático y judicial no sólo está en las presuntas o reales pillerías cometidas por la otrora “pareja presidencial”, y tampoco en el tamaño de los excesos o en lo abultado de la corrupción. No, el verdadero origen del escándalo parece estar en el siempre rentable terreno de lo político. ¿Por qué?


Porque si bien existen evidencias claras de corrupción en la administración de Vicente Fox —las que debieran ser investigadas por las autoridades correspondientes y, en consecuencia, sancionados los responsables—, lo cierto es que cuando el escándalo fue arrastrado a la Cámara de Diputados, cuando se creó una comisión para investigar los presuntos hechos de corrupción de Fox —comisión sin carácter vinculante con el Ministerio Público, sino que en estricto es un tribunal político—, las fuerzas partidistas opositoras al régimen decidieron transitar por el camino de la revancha política, más que por el sendero de la justicia. ¿Por qué la revancha antes que la justicia?


Primero se debe recordar que un amplio sector del perredismo —y de ciudadanos que votaron por los amarillos—, ven en Vicente Fox al artífice del “fraude”. Para todos ellos e incluso para algunos grupos del PRI —en una interpretación lineal, de estricto blanco y negro, que supone que Fox es un moderno Maquiavelo—, el guanajuatense puso todo el peso del Estado a favor del aspirante presidencial de su partido y contra el pretenso de la izquierda. Ese supuesto o real agravio no se podía quedar sin castigo, como no se quedaron sin el castigo de la venganza el IFE y sus consejeros.


Y es que el de Vicente Fox no era y no es el primer caso de un ajuste de cuentas político luego de las elecciones de julio de 2006. Previamente, y mediante la negociación política con el gobierno de Calderón, el PRD y el PRI, convinieron en el Congreso una grosera decapitación del IFE y de su Consejo General, ofrenda con la que calmaron la ira de los dioses de la política. Así, cuando una revista “del corazón” exhibe la floreciente riqueza de los amorosos tórtolos —riqueza, corrupción y excesos que todos o casi todos conocían desde hace años—, los grupos políticos que se dicen agraviados por Fox encontraron el terreno fértil para sus venganzas contra la “pareja presidencial”.


Con argumentos discursivos harto vendibles —porque en efecto, son pocos los que creen en la justicia y muchos los que sospechan impunidad—, el PRD y el PRI privilegiaron al tribunal político que es la Cámara de Diputados por sobre los tribunales judiciales, para iniciar la persecución contra los Fox-Sahagún; todo ello a sabiendas de que las comisiones del Congreso han sido y son “piras políticas en las que de tanto en tanto se quema vivos a los sacrílegos del sistema político mexicano”, más que grupos de trabajo a los que se respete por la eficacia y calidad de su gestión.


Si es poco probable que la justicia del Estado sea capaz de investigar y sancionar a “la pareja”, es menos probable que lo haga una comisión de la Cámara de Diputados. Frente a esa contradicción real, se desprende la gran pregunta del caso. ¿Entonces para qué servirá la comisión de diputados? La respuesta es elemental. Esa comisión es una herramienta política de presión al gobierno de Calderón, en manos de sus opositores; PRD y PRI. Todos saben que de suyo, la comisión de diputados no servirá para “maldita la cosa”, pero también es cierto que ante los ojos de todos ya están echadas las cartas.




Calderón, el verdugo

Es decir, que desde la comisión de diputados que investiga las presuntas pillerías de “la pareja” —comisión que, vale decirlo, es un centro de resonancia política de primer orden—, se envió un mensaje político claro y contundente al gobierno de Felipe Calderón; por la buena o por la mala se deben entregar, en “charola de plata”, las cabezas de Vicente y Marta. El mensajero —cuyo mensaje, por supuesto, no se hizo público—, fue el diputado amarillo Juan Nicasio Guerra. “Que les quede claro”, dijo: “No vamos a permitir que en esta comisión no se encuentre nada contra los Fox”. Al poco entendedor…


Y es que así como ya se entregó a los amarillos y a los tricolores la ofrenda del IFE y de su Consejo General —que según PRD y PRI fue otro de los centros de poder responsables del fraude—, hoy se pretende que el propio Calderón lance a los leones a “la pareja”. No se trata, en estricto, de un acto de justicia, sino de una venganza más.


Por eso la otra gran pregunta, aún sin respuesta, resulta inevitable: ¿son negociables, para el gobierno de Calderón, las cabezas de Vicente y Marta? El Presidente ha dado muestras de un escalofriante pragmatismo, que asusta incluso a sus leales. Pero lo que no está claro es lo que el PRD y el PRI ofrecen a cambio, sobre todo los primeros, los amarillos, que sin duda bailarían de gusto al ver caer en la hoguera la cabeza de su odiado Vicente Fox. ¿Qué pueden dar el PRD y el PRI a cambio? La pregunta es pertinente porque se debe recordar que el escándalo en torno a “la pareja” se mueve más en el tribunal político —que es la Cámara de Diputados—, que en los tribunales judiciales.

Pero la respuesta tampoco admite muchas variantes. Resulta que el PRD y el PRI tienen en el Congreso sus principales cartas, las más valiosas y aquellas con carácter de monedas de cambio. El Congreso, se quiera o no, es una incuestionable fuente de poder en donde curiosamente se procesaron otras cuentas pendientes de la batalla de julio de 2006, como la ley Televisa y la decapitación del IFE. Se antoja difícil que el presidente Calderón decida sacrificar al ex presidente Fox, a “la pareja” y a su claque de nuevos ricos. Pero el asunto no se puede descartar a priori. ¿Por qué?


Porque el gobierno de Calderón vive apenas sus meses iniciales —y aún pueden pasar muchas cosas—; porque el propio Presidente ya dio muestras de que entiende que en el juego del poder todas las cartas cuentan y, por si fuera poco, porque ya dio muestras de que cumple sus acuerdos. Entregó al PRI el gobierno de Yucatán, hoy se podría confirmar que la de Michoacán fue una elección pactada con un sector del PRD; ya hizo su parte para descabezar al IFE y, en el impensable, no sólo contribuyó a echar abajo la ley Televisa, sino que convino con PRD y PRI en dejar fuera de los procesos electorales a los grandes poderes fácticos de televisión y radio. ¿Por qué no sacrificar a Vicente y a Marta?


Hay voces que suponen que el paso siguiente para los estrategas de la casa presidencial será la paciencia. Esperar que en el PRD se resuelva el relevo en su dirigencia y que una vez confirmada la hegemonía de Nueva Izquierda —al tiempo que en el PAN concluye el proceso para echados de su dirigencia nacional a los radicales de derecha que defienden a Fox— se podría abrir un proceso de negociaciones en donde las cabezas de Vicente y Marta serían una rentable moneda de cambio. ¿Cuánto valen esas cabezas? Está claro que valen tanto como una reforma. ¿Cuál? Por lo pronto nadie puede ignorar que Calderón ya dio muestras de que es capaz de sacrificar casi cualquier pieza del ajedrez político, con tal de seguir en el juego. Y hasta pudiera ser el verdugo de Fox, quien en sus tiempos de gloria presidencial trató de aplastar a Calderón. En política todo se paga.



Engaño colectivo

Lo que no queda claro aún es: ¿quién y por dónde van a pescar la punta de la hebra para hacer caer a los Fox? Y es que si está claro que Vicente y Marta incurrieron en excesos y que su claque participó en presuntas pillerías y hechos de corrupción, también es cierto que todas o casi todas las pillerías y excesos en los que habría incurrido “la pareja” eran del dominio público, mucho antes de que una revista “del corazón” exhibiera no sólo el amor de Vicente y Marta “en los tiempos del rancho”, sino los supuestos o reales “lujos” producto de la rapiña sexenal. ¿Por qué se armó el escándalo político, mediático y judicial contra los Fox, a partir de un “refrito” en una revista del corazón? ¿Por qué no antes, o después? ¿Por qué no crear una comisión de diputados o senadores cuando aparecieron por lo menos dos libros sobre esas pillerías y esa riqueza mal habida?


Porque en política, y en las luchas por el poder, hasta para cobrar venganza se debe esperar el momento oportuno. Y el momento llegó. Enderezar una lanzada contra “la pareja” en los tiempos en que aún eran huéspedes de Los Pinos era, por decir lo menos, “políticamente incorrecto”, ya que no reportaba votos y, en sentido contrario, alejaba preferencias. Ahí está el ejemplo del costoso “cállate chachalaca”. Esto sin tomar en cuenta que en tanto presidente, Fox contaba con amplios márgenes de popularidad al tiempo que gozaba del blindaje de impunidad oficial que le daba el cargo. Fox entró al gobierno y salió del mismo seis años después —a pesar de su desaseada y deplorable gestión—, con un nada despreciable bono de popularidad, ya que era visto como un hombre honesto. Pero esa imagen, sin duda alejada de la realidad, sobrevivió a pesar del escándalo del “fraude”, a pesar del propio Fox. Pero bastó un “refrito gráfico” en una revista del corazón —combinada con variables como su protagonismo transexenal, que los supuestos agraviados seguían sedientos de venganza y una pequeña dosis de cuerda mediática—, para que Fox se convirtiera en el monstruo de la corrupción. De pronto todos o casi todos descubrieron horrorizados lo que ya todos o casi todos sabían; Fox no es más que Fox.

Sí, pero falta probar con evidencias y testimonios contundentes, con papeles y documentos oficiales —más allá de fobias y filias, de chabacanas interpretaciones de la riqueza mal habida a partir de un reportaje gráfico, del catalizado rencor social contra la palabra “rico”—, que es cierto todo lo que se dice de Vicente Fox. Por eso es un despropósito que la persecución contra “la pareja” se haga a partir del dicho de un mitómano resentido como Lino Korrodi, que mediante toda clase de trampas legales hizo de Fox un candidato ganador, y que ahora con su sola “palabra” pretenda cobrar agravios. En efecto, Vicente Fox, su esposa, su ambiciosa parentela pueden ser responsables de múltiples pillerías, pero el ex presidente también pudiera ser culpable de muy graves decisiones de Estado que afectaron a las instituciones y a millones de ciudadanos. Esas fallas, más que el circo de las venganzas, serían suficientes para lograr un castigo ejemplar.