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miércoles, 10 de octubre de 2007

DESDE ESTE OSCURO RINCON

El rinoceronte de Marta

Guillermo Merelo

Somos una sociedad de pertenencias. Son pocos los seres humanos que encuentran placer en la antigua costumbre del aislamiento, nos movemos en tropel, a él respondemos, en torno a él construimos "lealtades" e incluso por él podemos morir. Al mismo tiempo somos naturalmente ambiciosos e inconformes. Quien atribuya a la curiosidad la clave de la evolución humana, tal vez pase por alto las herramientas que somos capaces de crear o desplegar para ubicarnos en una situación que consideramos mejor a la actual. Como seres ambiciosos, la movilidad de nuestra realidad no puede darse sin el reconocimiento de quienes ya pertenecen.

Aún no he podido leer completo el famoso artículo del rancho de los Fox, pero las reacciones generadas en la prensa y en la sociedad naturalmente han despertado mi curiosidad.

Imagino a doña Marta, impecablemente vestida, disculpándose ante el reportero por las fachas en que la encontraban los fotógrafos. "Perdón, es lo primerito que encontré". Supongo que, arregladita, usará tiara y cetro para ir golpeando a los empleados del rancho, no por limpiar mal los libros que nunca ha leído, sino por la sencilla razón de que puede hacerlo.

Para los Fox la pertenencia a las elites se da a través de la exhibición de lo material, la acumulación de lo chabacano como muestra de progreso. En un país caracterizado por la pobreza, esta exhibición conlleva el levantamiento de un sentimiento de indignación pública. Ante este sentimiento no cabe la sorpresa. Si eres retratado al lado de tus bienes en una revista, es porque hubo un consentimiento de por medio. Si te la juegas para que te acepten en el club de los ricos, no te quejes de que los pobres te pinten cremas.

Lo curioso es que su exhibición de "buen gusto" les conlleva al mismo tiempo el desprecio del círculo al que quieren pertenecer. Así, las pertenencias no los acercan a la pertenencia. Nuestros grupos son cerrados, impermeables y, sobre todo, menos verticales de lo que se cree. Los cortes transversales abundan en la diversidad, los idiotas y los cultos existen en todos los estratos económicos, creando lazos de identidad que van más allá de lo material. Quien encuentre un gusto genuino en la lectura tendrá elementos de relación con alguien similar, sin importar el número de salarios mínimos que perciba.

Tal vez por eso nuestra Hillary mexicana, ante el desprecio de quienes cree pertenecer y de quienes realmente pertenece, tenga que anteponer el título de "Presidente" al señor Fox. Tal vez, a Marta, Vicente ya no le es suficiente; ante ella quedan las ruinas del imperio que gobernó y en el que se asumía superior a todos.

Pero en el fondo, el sueño de los Fox, esta ilusión vana, ¿no es acaso la aspiración de muchos de nuestros compatriotas? Habría que diseccionar el fenómeno de los medios de comunicación para encontrar las raíces de estas aspiraciones. ¿Cuándo cambiaron los valores de nuestros héroes? ¿Cuándo vaciaron sus contenidos para dejarles exclusivamente un pantomímico gusto por el glamour?

La frivolidad de la derecha no encuentra contrapeso en las acciones de la izquierda. La aspiración de nuestros políticos no es el incremento del saber como herramienta para dirigir una justicia social, es exclusivamente la necesidad de pertenecer a su muy particular concepción de un mundo onírico, hedonista y epicúreo, muestra de la frivolidad de nuestros días. Hoy las huelgas de hambre se hacen, en el mejor de los casos, con bebidas hidratantes en la mano y, en el peor, con ayunos simbólicos de cuatro o cinco horas. Hasta la tan nombrada "resistencia civil pacífica" no es sino una serie de actos más cercanos a los payasitos de cualquier semáforo que al compromiso con una lucha social genuina.

Hoy este rincón es cada vez más oscuro. Quienes debían representar los incentivos para la movilidad social, nuestros mejores hombres y mujeres, quienes a la luz pública guían el destino de nuestro país, han dejado de encontrar deseables las cualidades de antaño. Se han transformado en lindos empaques vacíos de lo que ellos consideran un hedonismo propio de su categoría "intelectual".

Estos personajes llevan décadas mutando, pero esta mutación se ha salido de control. En mi paso por la administración pública he conocido decenas de seudoservidores públicos más interesados en mostrar la marca de sus zapatos o cinturones que en resolver los problemas que nos aquejan. Como prueba de su "éxito" exhiben no sólo bienes materiales, sino actitudes, la mayor parte de las ocasiones autoritarias, para dejar clara su elevada posición. El antiguo charolazo ahora se acompaña de lentes Prada.

Con orgullo hablan de zapatos Ferragamo, bolsos Gucci y cinturones Fendi, intentando desesperadamente demostrar que forman parte de ellos desde la cuna. Menús de siete tiempos y estancias en hoteles de precios exorbitantes para la mayoría de los mexicanos, les confieren un aire no solo de "respetabilidad" sino de igualdad con un sueño de glamour, emulando desesperadamente el arquetipo del millonario de la telenovela nocturna que conocieron en sus años mozos.

Nuestros intereses varían en relación con nuestro bagaje cultural, por lo que nuestra idea de lo que es "mejor" puede tener tantos matices como pulgas un perro. Aun así, hasta hace relativamente pocas décadas, en nuestro país la búsqueda de movilidad social, claramente asociada con nuestras ambiciones, se daba desde el terreno del crecimiento intelectual, el cual eventualmente conllevaría un crecimiento en diversos aspectos; el más importante, no podemos negarlo, era el económico. Pero inclusive en esa ambición económica no podemos sino encontrar un justificable deseo de bienestar para nuestras familias, un deseo de que la carencia no los alcance, una tranquilidad que permita el desarrollo de sus capacidades. Así nació la clase media. A través del esfuerzo de miles de padres de familia que contaron con las condiciones necesarias y con la voluntad de apostar por la educación de su prole, confiando en que en ésta encontrarían un cambio en su calidad de vida.

Por lo visto, los gestores de este sueño están más preocupados en posar junto a su rinoceronte disecado que por ayudar a traer esa estabilidad a los más necesitados. ¡Vamos México!


Érase una vez, en el gobierno de Fox...

Todos hemos disfrutado de algún cuento de hadas, príncipes, vampiros, madrastras o, al menos, de la telenovela de moda del canal de las estrellas. Las características comunes a tan entretenido material radican en la construcción de personajes que, mediante sus hazañas, nos roban minutos, horas o días enteros al ponernos a adivinar el desenlace, generalmente feliz, de sus aventuras.

Todos escuchamos, al menos en una ocasión, alguno de los múltiples y repetidos promocionales con los que "el gobierno del cambio" nos bombardeó constantemente y cuya conclusión siempre refería: "en el gobierno del Presidente Fox tenemos" más oportunidades, viviendas o, inclusive, democracia.

¿Cuándo comenzó el denominado "gobierno del cambio" a personalizar tan descaradamente la política? ¿Cómo fue que el terreno de lo público pudo ser reclamado en nombre de un individuo y no de una institución? ¿Era el gobierno realmente del presidente Fox? ¿No era acaso de todos los ciudadanos que decidimos democráticamente que actuara en nuestro nombre? Y lo más importante: ¿Por qué las críticas se centraron exclusivamente en el uso de recursos públicos y no en el fondo del discurso?

¿Será que hemos perdido la capacidad de crítica? ¿Será que el bombardeo mediático de los últimos meses, ese que proviene desde el ámbito público, nos condujo a la indiferencia respecto a los contenidos? ¿Cuándo dejaron de interesarnos? ¿Será que los políticos realmente se han convertido en seres tan lejanos como los personajes de los cuentos de nuestra niñez, pero sin el componente de suspenso que despiertan sus acciones?

Tal vez a estas interrogantes correspondan respuestas en sentido positivo; después de todo por nuestras radios, televisores, periódicos y revistas hemos visto circular, pagados con recursos públicos, mensajes cuya diversidad transita de la ciudad de la esperanza a la felicitación navideña de Arturo Montiel y su familia --¡hace ya casi un año!-- o hasta de su región 4 --el señor que vive hoy en París algo tiene de región 2--, es decir, de la familia del presidente municipal de algún lejano lugar en el estado de México consideró dentro de sus prioridades el extendernos un fuerte abrazo a todos los mexicanos en tan destacadas fechas. Todos ellos apropiándose del espacio público para hacernos ver sus méritos o buenas intenciones, pero siempre desde el terreno de lo que ellos consideran como propio.

Esta expropiación del ámbito público relativamente reciente inició con la transición a la democracia y rápidamente se transformó en la única opción de Comunicación Social para nuestros confundidos gobernantes. Desde sus oficinas deben instruir a sus empleados de comunicación social: ¡Háblenles de nuestros meritos! ¡Vuélvanos carismáticos! ¡Tiren su dinero para decirles cuan orgullosos tienen que estar de nosotros, de mí, de mi gobierno, de este pedazo que me corresponde democráticamente y que prometí limitar en mis promesas de campaña! ¡Díganles que pensamos en ellos, que pienso en ellos, que los quiero, que me interesan! ¡Díganles que en eso radica la rendición de cuentas!

Versan unas líneas populares: al buen entendedor, pocas palabras. Hoy no entiendo pero tampoco deseo más palabras, y aún menos cuando se financian con mis impuestos y no sirven sino para decirme únicamente lo que los dueños de México, del gobierno, de la política quieren que escuche. Lo único que me queda esperar es que los próximos seis años el proyecto de construir una mejor sociedad sea de todos y no, ahora, del presidente Calderón.