Juan R. Menéndez Rodríguez
martes, 10 de julio de 2007
Más que resiliencia
El concepto de resiliencia se define como la cualidad de las personas para resistir y rehacerse ante situaciones traumáticas o de pérdida. Es la capacidad para seguir proyectándose en el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves (Manciaux, 2001).
La reacción ante una experiencia traumática puede manifestarse de diferentes formas, pudiendo provocar en las personas un trastorno, un trastorno retardado, un proceso de recuperación, uno de resiliencia o bien, otro de crecimiento.
En el caso de la resiliencia, lo que se observa es cómo personas normales no experimentan síntomas disfuncionales ni ven interrumpido su funcionamiento estándar ante un suceso traumático, por el contrario, consiguen mantener un equilibrio estable sin que afecte a su rendimiento y a su vida cotidiana (Masten, 2001).
Víctor Frankl --sobreviviente de un campo de concentración-- dijo que es precisamente una situación excepcionalmente difícil lo que da al hombre la oportunidad de crecer de manera espiritual.
"El hombre que se levanta es aún más fuerte que el que no ha caído", señala.
Al revisar la historia de nuestro país podríamos pensar que los mexicanos tenemos una gran capacidad de resiliencia porque a pesar de tanta adversidad todavía se tienen fe en los demás y hemos seguido adelante. Sin embargo, no cabe duda que se ha modificado nuestra esencia y después de tantos agravios y saqueos, nos hemos convertido en un pueblo apático, sometido y displicente. Un pueblo de agachones que no ha sabido defender lo que por justicia le pertenece.
Primero padecimos más de 300 años la conquista española; los mexicas y demás pueblos fueron ultrajados y despojados para siempre de su cultura e identidad. Después se vivió la catástrofe demográfica causada por las enfermedades (viruela y sarampión) que prácticamente exterminó al 80 por ciento de la población. Para dar fin al imperio del virreinato hubo que enfrentarse a la guerra de Independencia. Después de ésta, se padeció la dictadura del Porfiriato para desembocar en una Revolución en la que sólo unos cuantos salieron enriquecidos y triunfantes.
Las vicisitudes del México de la posguerra y los 70 años de dominación de un solo partido político que se consideró el "padre guiador" de nuestro futuro, terminaron por esfumar nuestras agallas de tal forma, que hemos soportado las decisiones autocráticas de quienes abusan del poder y pasan por encima de nosotros.
Quizá la resiliencia nos ha ayudado a salir delante de tantas traiciones, pero la bravura de nuestros guerreros y la firmeza de nuestros antepasados se ha transformado en un espíritu temeroso y pasivo que no nos ayudará a defendernos de los modernos atacantes.
La siguiente guerra a desafiar ahora es la de la delincuencia, la violencia y la muerte. No podemos seguir con los brazos cruzados mientras los transgresores avanzan cada día hacia mayores radios de acción y con más descaro irrumpen y violan nuestra tranquilidad despojándonos de ésta, que es lo único que nos queda, y de lo poco ganado con tanto esfuerzo y trabajo.
No debemos acostumbrarnos a cohabitar con delincuentes en nuestra ciudad, ni tampoco esperar a vivir una situación traumática en carne propia para demostrar nuestra resiliencia. Al ver lo que está sucediendo en calles y espacios de nuestras ciudades, deberíamos sacudir de forma radical las concepciones e ideas sobre las que hemos construido nuestra forma de ver el mundo. Eliminemos esa tendencia victimista que se sigue tras sucesos negativos y que ha contribuido a desarrollar una "cultura de la victimología" (Gillham, 1999; Seligman y Csikszentmihalyi, 2000) y busquemos acciones radicales para evitar que se presenten más sucesos traumáticos.
No basta tener la capacidad de recuperación, el uso de nuestra inteligencia incluye o debe incluir el anticipar los sucesos negativos e intentar contrarrestarlos. Más allá de la resiliencia, amable y estimado lector, anticipémonos a los embates de la vida con un aumento en la confianza de las capacidades de cada uno para que evitemos que, una vez más, los que tengan el poder nos estampen la adversidad en el rostro y alma con sus decisiones.
martes, 10 de julio de 2007
El concepto de resiliencia se define como la cualidad de las personas para resistir y rehacerse ante situaciones traumáticas o de pérdida. Es la capacidad para seguir proyectándose en el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves (Manciaux, 2001).
La reacción ante una experiencia traumática puede manifestarse de diferentes formas, pudiendo provocar en las personas un trastorno, un trastorno retardado, un proceso de recuperación, uno de resiliencia o bien, otro de crecimiento.
En el caso de la resiliencia, lo que se observa es cómo personas normales no experimentan síntomas disfuncionales ni ven interrumpido su funcionamiento estándar ante un suceso traumático, por el contrario, consiguen mantener un equilibrio estable sin que afecte a su rendimiento y a su vida cotidiana (Masten, 2001).
Víctor Frankl --sobreviviente de un campo de concentración-- dijo que es precisamente una situación excepcionalmente difícil lo que da al hombre la oportunidad de crecer de manera espiritual.
"El hombre que se levanta es aún más fuerte que el que no ha caído", señala.
Al revisar la historia de nuestro país podríamos pensar que los mexicanos tenemos una gran capacidad de resiliencia porque a pesar de tanta adversidad todavía se tienen fe en los demás y hemos seguido adelante. Sin embargo, no cabe duda que se ha modificado nuestra esencia y después de tantos agravios y saqueos, nos hemos convertido en un pueblo apático, sometido y displicente. Un pueblo de agachones que no ha sabido defender lo que por justicia le pertenece.
Primero padecimos más de 300 años la conquista española; los mexicas y demás pueblos fueron ultrajados y despojados para siempre de su cultura e identidad. Después se vivió la catástrofe demográfica causada por las enfermedades (viruela y sarampión) que prácticamente exterminó al 80 por ciento de la población. Para dar fin al imperio del virreinato hubo que enfrentarse a la guerra de Independencia. Después de ésta, se padeció la dictadura del Porfiriato para desembocar en una Revolución en la que sólo unos cuantos salieron enriquecidos y triunfantes.
Las vicisitudes del México de la posguerra y los 70 años de dominación de un solo partido político que se consideró el "padre guiador" de nuestro futuro, terminaron por esfumar nuestras agallas de tal forma, que hemos soportado las decisiones autocráticas de quienes abusan del poder y pasan por encima de nosotros.
Quizá la resiliencia nos ha ayudado a salir delante de tantas traiciones, pero la bravura de nuestros guerreros y la firmeza de nuestros antepasados se ha transformado en un espíritu temeroso y pasivo que no nos ayudará a defendernos de los modernos atacantes.
La siguiente guerra a desafiar ahora es la de la delincuencia, la violencia y la muerte. No podemos seguir con los brazos cruzados mientras los transgresores avanzan cada día hacia mayores radios de acción y con más descaro irrumpen y violan nuestra tranquilidad despojándonos de ésta, que es lo único que nos queda, y de lo poco ganado con tanto esfuerzo y trabajo.
No debemos acostumbrarnos a cohabitar con delincuentes en nuestra ciudad, ni tampoco esperar a vivir una situación traumática en carne propia para demostrar nuestra resiliencia. Al ver lo que está sucediendo en calles y espacios de nuestras ciudades, deberíamos sacudir de forma radical las concepciones e ideas sobre las que hemos construido nuestra forma de ver el mundo. Eliminemos esa tendencia victimista que se sigue tras sucesos negativos y que ha contribuido a desarrollar una "cultura de la victimología" (Gillham, 1999; Seligman y Csikszentmihalyi, 2000) y busquemos acciones radicales para evitar que se presenten más sucesos traumáticos.
No basta tener la capacidad de recuperación, el uso de nuestra inteligencia incluye o debe incluir el anticipar los sucesos negativos e intentar contrarrestarlos. Más allá de la resiliencia, amable y estimado lector, anticipémonos a los embates de la vida con un aumento en la confianza de las capacidades de cada uno para que evitemos que, una vez más, los que tengan el poder nos estampen la adversidad en el rostro y alma con sus decisiones.