NO HAY PEOR CIEGO QUE EL QUE NO QUIERE VER, Y ESTO VA PARA TODOS LOS CIUDADANOS MEXICANOS
Una famosa película de Ingmar Bergman, filmada en 1977 y ambientada en el Berlín de los años 20, es "El huevo de la serpiente". Trata del nacimiento del fascismo en Alemania. Un fenómeno de autoritarismo y genocidio político que nadie advirtió, a pesar de sus primeros síntomas tan transparentes como el huevo de una serpiente, donde se puede observar a simple vista la incubación del ofidio.
La estrategia en materia de seguridad pública seguida por el actual gobierno federal, basada en la militarización creciente, así como las iniciativas de ley que buscan apuntalarla, podrían ser comparadas no con el huevo de una serpiente precisamente, pero sí con la formación del nido de un halcón.
De entrada, afirmamos que existe un gravísimo problema de inseguridad en el país que amenaza por igual a la sociedad y al Estado. Que la principal expresión de este problema es el narcotráfico y el "narcomenudeo". Que el origen de este cáncer tiene que ver con causas sociales y económicas, como el desempleo y la falta de opciones productivas en el campo y la ciudad; así como factores institucionales, relacionados con la corrupción de algunos cuerpos policíacos y la impunidad en materia de impartición de justicia. Que lo peor que se puede hacer frente a este problema es permanecer cruzada de brazos, como lo hizo el gobierno de Vicente Fox.
Pero, con base en ese mismo diagnóstico, rechazamos que la solución sea el extremo opuesto de la baraja de opciones: la militarización de la seguridad pública y, peor aún, de la llamada "seguridad ciudadana", que tiene por objeto tutelar, respetar y garantizar a los ciudadanos un conjunto de libertades individuales y garantías sociales básicas.
A cinco meses de poner en práctica la estrategia de militarizar el combate al crimen organizado, tenemos sobre la mesa elementos para hacer un balance objetivo. De un lado, el saldo en vidas humanas. Más de mil muertos es el saldo rojo. Es la cifra más alta en los últimos cinco años, desde que se hace esta contabilidad macabra de ajusticiamientos en la vía pública. Más alta aún que en Colombia. Ciertamente, se nos advirtió que habría sangre. Pero no se precisó cuánta ni de quién. Hoy una pregunta recorre al país: "¿Cuántos muertos más, señor Calderón?". Si la respuesta es "los que sean necesarios", esa guerra está perdida para el gobierno, por la creciente baja de policías y servidores públicos, pero sobre todo para la sociedad, que verá cómo del nido del halcón salen aves diestras para cazar ratones, pero en cuanto éstos se reduzcan o escapen a otros territorios, se irán contra los moradores que los vieron crecer.
Si no se tiene claro el costo en vidas humanas, mucho menos se tendrá conciencia del costo en términos de los abusos y los límites que esta guerra implica. Y de esto tenemos ya varios indicadores ominosos. Uno, el reporte de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos sobre violación de menores y torturas durante los operativos policiaco-castrenses en el Estado de Michoacán. Dos, la creación por decreto de un cuerpo militar de élite, dependiente del Ejecutivo Federal, para combatir a la delincuencia organizada pero, también, para "contrarrestar actos de perturbación a la paz social". Tres, el nuevo artículo 139 del Código Penal Federal, que combate al terrorismo internacional, pero abre la puerta de par en para sancionar la protesta social. Cuatro, la sevicia judicial o crueldad extrema con la que se trata a dirigentes sociales como los líderes de Atenco, en el Estado de México, o los líderes de la APPO de Oaxaca, que si bien violaron la ley durante la expresión de sus protestas, no corresponde a la magnitud del delito la pena que se busca imponer.
¿Cómo opera una estrategia de militarización del poder público? Lo primero que se va al traste es la seguridad pública, que es absorbida por el concepto mayor de "seguridad nacional". El enemigo no está fuera, está aquí entre nosotros. Y el narcotráfico responde a esa visión. Basta con dimensionar el crecimiento del llamado "narcomenudeo" y de las adicciones entre nuestros jóvenes. Por ello, la decisión de sacar la tropa a las calles es "popular", sobre todo en una sociedad agraviada y golpeada severamente por la inseguridad. Pero al contabilizarse la ejecución número 1,000 en los primeros 133 días del año, la pregunta estratégica no es acerca de la simpatía o antipatía ciudadana, sino del ámbito de la eficacia y la responsabilidad del gobierno. Y aquí la guerra parece perdida.
Una vez subsumida la seguridad pública por la seguridad nacional, viene la segunda fase de la militarización, que es la supeditación de la "seguridad ciudadana" (la suma de libertades ciudadanas y garantías sociales fundamentales) a las prioridades de la seguridad nacional. Hacia allá apunta la condena de 67 años a los líderes de Atenco, la violación de personas y garantías individuales en los operativos paramilitares documentada por la CNDH y el decreto de la semana pasada por el cual se crea un cuerpo militar de élite, con el doble propósito de enfrentar al crimen organizado, por un lado, y "contrarrestar actos de perturbación de la paz social", por el otro. Un término que no se escuchaba en este país desde la época de Díaz Ordaz.
Equiparar el narcotráfico con la protesta social es una regresión autoritaria. Es un ejemplo concreto de la militarización en curso o del nido del halcón en formación. ¿De cuántos cuerpos paramilitares de élite están llenas las páginas más negras del autoritarismo mexicano? Guardias Blancas, Halcones, Jaguares, Federal de Seguridad, Gafes (que terminaron en "Zetas") y ahora el Cuerpo de Fuerzas de Apoyo Federal. Combatir eficazmente el narcotráfico es un clamor nacional y una acción que todos debemos apoyar. Criminalizar la protesta, en cambio, es un gol que el actual gobierno quiere propinar a la sociedad plural mexicana desde el extremo derecho de la plaza pública. Corresponde al Congreso, a las ONG's de derechos humanos y a la sociedad mexicana marcar tremendo penalty y vigilar el nido autoritario que pudiera estar formándose entre los pinos del bosque nacional.