AL CARDENAL RIVERA LE LLUEVE EN SU MILPITA, ESO LE PASA POR ENTROMEDITO!!!
Por Carlos Pascual*
emeequis
Sr. Norberto Rivera Carrera,
arzobispo primado de México:
Quizá le extrañe, señor cardenal, que le escriba una carta abierta, pero es que me preocupa, a últimas fechas, el tono estridente e irrespetuoso de sus declaraciones. Esto, por muchos motivos, no me extraña, aunque, insisto, me preocupa. Sobre todo, su dicho en la homilía de Pascua acerca de que “pueden venir persecuciones contra la Iglesia”, lo cual me parece francamente absurdo, desproporcionado y paranoico.
¿Persecución contra la Iglesia, señor cardenal? ¡Persecución contra la Iglesia la que provocó la Guerra Cristera! ¡Ésa sí fue una persecución contra la Iglesia, la fe y los fieles! ¡Hubo fusilamientos de sacerdotes, asesinatos, cierre de templos! ¡Persecución a la Iglesia la que hicieron los gobernadores Adalberto Tejeda en Veracruz, Felipe Carrillo Puerto en Yucatán y mi tío Tomás Garrido Canabal, en Tabasco! (Por cierto, antes de continuar, le suplico que no tome en cuenta que mi tío tatarabuelo fue Garrido Canabal –primo hermano de mi tatarabuela doña María Luisa Maldonado Canabal– ni tampoco que mi tío bisabuelo fue don Santiago Hernández Maldonado, abogado y juez federal y Gran Maestre en grado 33 de la Masonería en el Valle de México. Le aseguro que hasta hoy no se ha descubierto ningún “gen anticlerical”.
Lo mío es fruto de la reflexión y no de la genética. Vaya como prueba de mi imparcialidad que, en mi infancia, fui monaguillo en la iglesia de Nuestra Señora de la Piedad de la colonia Narvarte y no, no se preocupe, ningún cura me hizo nada malo.) Pero continúo. Usted y sus cofrades se han solazado al hablar de sangre y de asesinatos: “Leyes de sangre”, “baños de sangre”... ¿Sangre, cardenal? Sangre la que derramaron los cristeros y sangre la que se le escapó a Álvaro Obregón cuando José de León Toral, miembro de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, le disparó a quemarropa en La Bombilla. No, cardenal. Al igual que sangre, mucha tinta se ha derramado para escribir espléndidos ensayos y novelas sobre la Guerra Cristera, como para que usted venga a gritonearnos su famosa “persecución”. Ahí están, nomás para enterarnos de lo que pasaba en uno y otro bando, El coraje cristero, de Jean Meyer; De los Altos, de Guillermo Chao; A salto de mata; de Alfredo Hernández y la estrujante Entre las patas de los caballos, de Luis Rivero del Val. Y están también, ultimadamente, El llano en llamas y Pedro Páramo de Juan Rulfo, que recogen todas las vivencias y todas las secuelas cristeras en Jalisco.
Me permito recordarle, cardenal, que lo suyo debería ser la prudencia y la tolerancia. Me permito recordarle que los civiles plebeyos republicanos como yo –que somos muchos–, no entendemos de “leyes divinas” ni de “designios de Dios”. También le recuerdo que habemos muchos creyentes que no requerimos de interlocutores para tratar con Dios, ni de anatemas, excomuniones o amenazas para procurar llevar una vida ética, responsable, consciente y respetable. Ya no grite tanto, pues. Nadie lo persigue.
A su predecesor sí, por ejemplo. El arzobispo José Mora y del Río, por andar soliviantando a los “buenos católicos”, fue consignado ante la Procuraduría General de Justicia en 1929 y para no someterlo a la vergüenza pública, mejor fue desterrado y murió en su exilio en Texas. ¿Ve usted, señor cardenal, cómo ésa sí fue una persecución real? ¿Usted cree que alguno de los politiquillos actuales se atrevería a consignarlo ante ninguna autoridad? ¿Por qué anda de amarranavajas, entonces? ¿Está esperando que surja otro Toral para que mate a Ebrard, a Álvarez Icaza o a algún diputado?
En El laberinto de la soledad, Octavio Paz escribe de los mexicanos: “Conocemos el delirio, la canción, el aullido y el monólogo, pero no el diálogo”. Ojalá cantara usted, pero su monólogo se acerca ya al delirio y al aullido. ¿Qué busca, cardenal? Como los caballos cristeros, ¿llevarnos a todos entre las patas?
*Escritor, actor y director de escena. Premio Nacional de Periodismo 2001. En enero de este año publicó El retablo rojo, su primera novela.