EL DEPREDADOR DE BUSH NO DA PASO SIN HUARACHE
jenaro villamil
México, D.F., 13 de marzo (apro).- Siete años después de abandono hacia América Latina, ante el fracaso ostentoso de su guerra de “liberación” en Irak –que ha cobrado más de 3 mil vidas de sus propios soldados y le ha costado más de 200 mil millones de dólares al tesoro estadunidense-; con un índice de aprobación de apenas 30 por ciento, el mínimo histórico para un primer mandatario de ese país, George W. Bush llegó tarde y mal a México y a todo el continente para tratar de resarcir el distanciamiento.
Ni el adivino de Uxmal ni los aluxes de la hacienda Temozón, donde sostuvo el primer encuentro con su homólogo mexicano Felipe Calderón, podrán resarcir la mala impresión que la diplomacia de Bush ha dejado en toda América Latina. Mucho menos lo logrará con el despliegue ofensivo, ostentoso y soberbio de fuerzas policiacas que han convertido a Mérida en una ciudad sitiada para brindarle “seguridad” al mandatario estadunidense más belicoso en la historia moderna.
Los primeros discursos de la primera visita de Bush a México advierten que se trata de un presidente sin futuro político, sin el control de su Congreso y con un aire oportunista y anticarismático. Su gira no tiene como objetivo discutir el asunto migratorio –eso le corresponderá a la mayoría demócrata en el Congreso norteamericano--, ni a ofrecer ayuda ni inversiones a México –todo el presupuesto está orientado hacia Irak y el Oriente Medio--, sino a una puesta en escena mediática para restarle influencia a la emergencia del polo de centro-izquierda representado por Hugo Chávez y para abandonar la Casa Blanca, en medio de otro escándalo político, que involucra directamente a su vicepresidente Dick Cheney.
La gira es una estrategia-fuga para Bush y una aspirina para la región. El peso de la economía norteamericana y de la interdependencia entre México y Estados Unidos es demasiado importante para que el huésped de la Casa Blanca sólo ofrezca vaguedades y reitere obviedades.
En su primer discurso referente al tema migratorio, Bush simplemente le prometió a Calderón: “Vamos a progresar en este asunto tan importante”. Su compromiso, advirtió, es trabajar “tan intensamente como pueda” para que se apruebe una reforma migratoria amplia. “Respaldamos sus planes de mejorar la educación, cuidado médico y vivienda para sus ciudadanos”, afirmó.
Incluso, Bush tuvo la puntada de calificar el envío de 20 mil millones de dólares anuales de remesas a México como “una de las iniciativas privadas más grandes del mundo”. No condenó la ola de xenofobia que domina a varias entidades del sur de su país. Tampoco se comprometió a frenar el intento de construir nuevas barreras físicas, como el muro transfronterizo y, mucho menos, abrió la posibilidad de que el asunto migratorio formara parte de un paquete de negociaciones en el marco del Tratado de Libre Comercio.
América del Norte es sólo para los mercados y las inversiones. Ni los trabajadores migrantes, ni la protección ecológica, ni el necesario y elemental compromiso de protección a los derechos humanos de los mexicanos que cruzan todos los días la frontera, merecieron por parte de Bush un pronunciamiento claro.
George W. Bush finalmente es el cruzado de su propia guerra santa. Su identidad como gobernante la encontró en el momento que lanzó la iniciativa bélica contra el “eje del mal”, cuando invadió Afganistán, tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 y después Irak, bajo la gran mentira de presuntas “armas de destrucción masiva”, que nunca fueron encontradas.
Ahora, su pretensión es cerrarle a Irán cualquier alianza posible con Hugo Chávez, el mandatario venezolano que tiene reservas petroleras suficientes para articular una contradiplomacia energética.
En este contexto, México sólo forma parte de una geopolítica de hidrocarburos, de promoción de la idea belicista contra las “nuevas amenazas” (terrorismo y narcotráfico).
Lo realmente intenso, vigoroso y valioso de la relación bilateral –la creciente interdependencia humana, tecnológica y cultural entre México y Estados Unidos-- quedó fuera de la agenda binacional. Los mexicanos reclamamos menos asimetrías, más espíritu de cooperación y el fin de la política migratoria basada en la persecución policiaca. Y eso sólo será posible hasta que en 2008 llegue otro gobierno y quizá otro partido a la Casa Blanca.