ASIMETRIAS
Fausto Fernández Ponte
Imagine Usted...
I
Imagine usted, caro leyente, que agentes policiacos federales o soldados --y hasta marinos-- allanan armados su morada una medianoche y se lo llevan posiblemente a rastras a algún lugar desconocido.
Usted no sabe a dónde fue llevado. Tampoco lo saben sus familiares. Tampoco sabe usted de qué se le acusa. En su arresto --en realidad, un secuestro-- ignora de qué se le acusa o por qué se le ha secuestrado.
Durante su secuestro --incomunicado-- alguien lo va a ver y le dice que se le hallaron estupefacientes o sustancias psicotrópicas en su casa y que, incluso, hasta armas de uso exclusivo del Ejército.
Transcurren así varios días. En su secuestro se le mantiene despierto todo el tiempo --o con mucha luz artificial o con total obscuridad--, sin alimentos ni líquidos. Se le insulta. Y veja.
No hay interrogatorios. Un individuo de mal talante y probablemente de perversa laya trata de inducirlo a que usted acepte y confiese haber incurrido en la comisión de delitos que se le imputan.
Usted piensa y piensa. "¿Qué hice?", se inquiere repetidamente... "¿Por qué me hacen ésto?, se pregunta obsesivamente. "¿A quién he perjudicado con mi conducta o mi trabajo?", vuelve a inquirirse.
"¿Y quién me acusan y de qué y por qué?", insiste usted en su inquisitoria interior. Pero nadie le dice nada. Su visitante --el que trata de inducirlo a confesar un delito-- ignora sus preguntas.
Mientras tanto, su esposa, sus hijos, otros familiares y sus amigos, angustiados todos, pesquisan y pesquisan acerca de su paradero. Nadie sabe dónde está usted ni por qué se lo llevaron.
II
¿Imposible? ¡Imposible! Esa sería, predeciblemente, su respuesta. Ello --añadiría usted-- no es posible en un estado de derecho como el que, nos dice el Presidente de la República, existe en nuestro país.
Eso sólo ocurre en la España de Fransciso Franco o en Chile --el de Augusto Pinochet--, a quienes la historia ya situó en el infierno por su crueldad extrema y su sadismo sin límite. Ellos mataron a miles.
Y mataron por placer, como los dictadores milicos argentinos --precedidos por la civil patética Isabelita Perón-- mediante guisas infames: secuestrar, desaparecer, torturar. Matar por gusto, pues.
Su mente se resiste a admitir eso. "No me dedico a nada ilícito: no soy narco ni delincuente de cuello blanco, pago mis impuestos, voto, cumplo mis deberes...", se dice usted a sí mismo. "A menos que..."
"A menos que alguien en el poder formal --en el aparato del Estado y el Gobierno-- o algún poder fáctico se haya irritado por lo que hago, que es escrbir y criticar cómo se ejercen potestades.
Y, de súbito, cae usted en la cuenta de los móviles de secuestro, los delitos que se le imputan al abducido y el tratamiento que se le da en su confinamiento. "¡No puede ser!, rechaza usted, leyente, ello.
Secuestrar, desaparecer, torturar --matar, pues, retiérese-- para reprimir la disidencia o, lo que es peor, reprimir a aquellos sospechosos de ser disidentes. Sólo sospechosos. Sin pruebas.
En México ello no es sólo posible, sino probable, pues en los hechos ya está ocurriendo. En la práctica, ha ocurrido --ya ocurrió-- desde hace muchos sexenios. Factualmente, es un sucedido objetivo.
III
En México, no huelga subrayarlo, muchos ciudadanos han sido secuestrados, desapaerecidos, torturados --asesinados-- por el Estado. Han habido, incluso, matanzas de espeluzno cometidas por el Estado.
Han habido sexenios manchados de sangre --los de Luis Echeverría y Carlos Salinas-- por secuestrar, desaparecer, torturar y asesinar a quienes disentían en la lid política-social o en los medios difusores.
Y eso ha ocurrido hasta nuestros días, los del nuevo sexenio --en Oaxaca, 20 muertos, casi 500 heridos y otros tantos encarcelados y, así, vejados por policías, custodios y alcaides y paramilitares.
Usted, leyente, bien pudiere razonar con arreglo a su propia cosmovisióòn: "¡Qué bueno que Felipe Calderón saca a los narcos de las cárceles y se los manda a George W. Bush, para que los castigue!".
Sí, qué bueno. Problema resuelto. "Ya aprenderán, así, los delincuentes a no reincidir. Y los criminales que todavía siguen libres, ya están avisados, advertidos", diría usted.
Mas no es así. La extradición al estilo calderonista no es extradición en términos legales. No fueron entregados a EU como desenlace de un juicio de extradición. Se violó la Carta Magna.
Y es que hasta los delincuentes más dañinos y peligrosos tienen derechos constitucionales. Garantías. Ser juzgados conforme a derecho. Combatir su conducta antisocial con la legalidad.
Y es que enfrentar lo ilegal con lo ilegal acelera la descomposición del tejido político, social y cultural. Desacredita al poder formal. Y, por añadidura, sienta precedentes peligrosísimos.
Hoy son los narcos, pero siempre han sido los disidentes de buena fe y creyentes fervorosos en su derecho constitucional a disentir, opinar y criticar cómo se abusa del poder en México.
Glosario:
Milicos: Coloquialismo usual en Argentina para referirse a los militares.
Veja: Del verbo vejar. Maltratar, molestar, perseguir a uno, perjudicarle o hacerle padecer.
Imagine Usted...
I
Imagine usted, caro leyente, que agentes policiacos federales o soldados --y hasta marinos-- allanan armados su morada una medianoche y se lo llevan posiblemente a rastras a algún lugar desconocido.
Usted no sabe a dónde fue llevado. Tampoco lo saben sus familiares. Tampoco sabe usted de qué se le acusa. En su arresto --en realidad, un secuestro-- ignora de qué se le acusa o por qué se le ha secuestrado.
Durante su secuestro --incomunicado-- alguien lo va a ver y le dice que se le hallaron estupefacientes o sustancias psicotrópicas en su casa y que, incluso, hasta armas de uso exclusivo del Ejército.
Transcurren así varios días. En su secuestro se le mantiene despierto todo el tiempo --o con mucha luz artificial o con total obscuridad--, sin alimentos ni líquidos. Se le insulta. Y veja.
No hay interrogatorios. Un individuo de mal talante y probablemente de perversa laya trata de inducirlo a que usted acepte y confiese haber incurrido en la comisión de delitos que se le imputan.
Usted piensa y piensa. "¿Qué hice?", se inquiere repetidamente... "¿Por qué me hacen ésto?, se pregunta obsesivamente. "¿A quién he perjudicado con mi conducta o mi trabajo?", vuelve a inquirirse.
"¿Y quién me acusan y de qué y por qué?", insiste usted en su inquisitoria interior. Pero nadie le dice nada. Su visitante --el que trata de inducirlo a confesar un delito-- ignora sus preguntas.
Mientras tanto, su esposa, sus hijos, otros familiares y sus amigos, angustiados todos, pesquisan y pesquisan acerca de su paradero. Nadie sabe dónde está usted ni por qué se lo llevaron.
II
¿Imposible? ¡Imposible! Esa sería, predeciblemente, su respuesta. Ello --añadiría usted-- no es posible en un estado de derecho como el que, nos dice el Presidente de la República, existe en nuestro país.
Eso sólo ocurre en la España de Fransciso Franco o en Chile --el de Augusto Pinochet--, a quienes la historia ya situó en el infierno por su crueldad extrema y su sadismo sin límite. Ellos mataron a miles.
Y mataron por placer, como los dictadores milicos argentinos --precedidos por la civil patética Isabelita Perón-- mediante guisas infames: secuestrar, desaparecer, torturar. Matar por gusto, pues.
Su mente se resiste a admitir eso. "No me dedico a nada ilícito: no soy narco ni delincuente de cuello blanco, pago mis impuestos, voto, cumplo mis deberes...", se dice usted a sí mismo. "A menos que..."
"A menos que alguien en el poder formal --en el aparato del Estado y el Gobierno-- o algún poder fáctico se haya irritado por lo que hago, que es escrbir y criticar cómo se ejercen potestades.
Y, de súbito, cae usted en la cuenta de los móviles de secuestro, los delitos que se le imputan al abducido y el tratamiento que se le da en su confinamiento. "¡No puede ser!, rechaza usted, leyente, ello.
Secuestrar, desaparecer, torturar --matar, pues, retiérese-- para reprimir la disidencia o, lo que es peor, reprimir a aquellos sospechosos de ser disidentes. Sólo sospechosos. Sin pruebas.
En México ello no es sólo posible, sino probable, pues en los hechos ya está ocurriendo. En la práctica, ha ocurrido --ya ocurrió-- desde hace muchos sexenios. Factualmente, es un sucedido objetivo.
III
En México, no huelga subrayarlo, muchos ciudadanos han sido secuestrados, desapaerecidos, torturados --asesinados-- por el Estado. Han habido, incluso, matanzas de espeluzno cometidas por el Estado.
Han habido sexenios manchados de sangre --los de Luis Echeverría y Carlos Salinas-- por secuestrar, desaparecer, torturar y asesinar a quienes disentían en la lid política-social o en los medios difusores.
Y eso ha ocurrido hasta nuestros días, los del nuevo sexenio --en Oaxaca, 20 muertos, casi 500 heridos y otros tantos encarcelados y, así, vejados por policías, custodios y alcaides y paramilitares.
Usted, leyente, bien pudiere razonar con arreglo a su propia cosmovisióòn: "¡Qué bueno que Felipe Calderón saca a los narcos de las cárceles y se los manda a George W. Bush, para que los castigue!".
Sí, qué bueno. Problema resuelto. "Ya aprenderán, así, los delincuentes a no reincidir. Y los criminales que todavía siguen libres, ya están avisados, advertidos", diría usted.
Mas no es así. La extradición al estilo calderonista no es extradición en términos legales. No fueron entregados a EU como desenlace de un juicio de extradición. Se violó la Carta Magna.
Y es que hasta los delincuentes más dañinos y peligrosos tienen derechos constitucionales. Garantías. Ser juzgados conforme a derecho. Combatir su conducta antisocial con la legalidad.
Y es que enfrentar lo ilegal con lo ilegal acelera la descomposición del tejido político, social y cultural. Desacredita al poder formal. Y, por añadidura, sienta precedentes peligrosísimos.
Hoy son los narcos, pero siempre han sido los disidentes de buena fe y creyentes fervorosos en su derecho constitucional a disentir, opinar y criticar cómo se abusa del poder en México.
Glosario:
Milicos: Coloquialismo usual en Argentina para referirse a los militares.
Veja: Del verbo vejar. Maltratar, molestar, perseguir a uno, perjudicarle o hacerle padecer.