A NADIE CONVENCE ESE FECAL, POBRE PENDEJO, MAS VALIA QUE SE FUERA A SIBERIA
Diferencias
Jorge Gómez Naredo
Los medios de comunicación declararon a los cuatro vientos: “Felipe Calderón es el presidente electo de México”. Se mostraron imágenes del discurso emitido por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y se repitió, hasta el hartazgo: “él es”, “véanlo, él será nuestro próximo presidente”. En las pantallas se veía una sonrisa nerviosa del supuesto triunfador en las pasadas elecciones del 2 de julio. Manuel Espino, presidente del PAN, antes de darle la palabra al “presidente electo”, habló de unidad y de la necesidad de gobernar para todos; reconciliar a los mexicanos era su consigna. Los televidentes y quienes se enteraban en los periódicos o en la radio de la designación, ¿olvidarán rápidamente la campaña sucia en contra de López Obrador? ¿Se borrará de sus mentes, por ejemplo, esa frase nefasta de “es un peligro para México”? ¿Se dejarán engañar por la hipocresía mostrada por el PAN, Vicente Fox y el mismo Felipe Calderón? Por supuesto que no.
Todos los días, a las diecinueve horas, en la plancha del Zócalo, una multitud se arremolina, grita consignas, se desgañita en muestras de apoyo; las personas alzan sus pancartas orgullosas y escuchan, observan, ponen atención. Nadie está ahí porque le paguen o le tomen lista. Hay de todo: ancianos con energías de jóvenes, señoras bien vestidas, personas de saco que parecen ejecutivos, obreros, padres de familia, niñas, niños, estudiantes que pasean por el centro y deciden ir a escuchar el discurso de AMLO; ahí se juntan todos y todos discuten entre sí. Es una fiesta, un lugar donde la alegría se desborda: “Es un honor, luchar por Obrador”; “no pasará / no pasará”; “presidente / presidente / presidente”; “no estás solo, no estás solo”.
López Obrador no tiene una constancia de mayoría ni los medios de comunicación lo siguen para todos lados; no ha recibido el reconocimiento de gobiernos extranjeros ni ha hablado con empresarios para “echar a andar el país”. Pero ahí, en el Zócalo, todos los días se llena de gente: gente que no se cansa y que está en pie de lucha, conciente del fraude y dispuesta a entregarlo todo por el mejoramiento del país, pero no de ese país de los de arriba, sino del país de todos. La consigna es clara y continua: “Por el bien de todos, primero los pobres”. Alguno, seguramente gritará: “ese apoyo sí se ve”.
Felipe Calderón recibe su constancia de mayoría. No puede llegar caminando al Tribunal Electoral y saludar a sus partidarios (que no hay y no se ven por ninguna parte). En cambio, hay inconformidad y simpatizantes de López Obrador (o personas anticalderón) bloquean la entrada. El supuesto ganador de las elecciones necesita un helicóptero para ingresar al Tribunal e, intentando burlar a los inconformes, llega con media hora de anticipación. Hay quien seguramente gritará: “Ese apoyo no se ve”.
López Obrador, a las siete y media, en la mítica plancha del Zócalo capitalino explica el mecanismo para realizar la Convención Nacional Democrática. La gente aplaude. Menciona algunos puntos a tratar, por ejemplo: “se abordará en la Convención si se elige un presidente o un jefe de la resistencia civil pacífica”. En las gargantas de todos los presentes nace un grito lleno de energía: “presidente, presidente, presidente”. Terminada la asamblea, López Obrador baja del estrado: atrás, una multitud de personas lo quiere ver de cerca, le aplaude, le manda besos. Es su presidente, sin duda. Hay quien seguramente dirá: “ese apoyo sí se ve”.
La ciudad de Morelia es un hervidero. Calderón es seguido por simpatizantes de López Obrador. No hay calma. Las medidas de seguridad impuestas por el Estado Mayor Presidencial y por el decadente grupo de los Cárdenas no sirven de mucho. Los gritos lo acompañan por todas partes. “Ahora vamos por acá; pero por acá ya hay manifestantes..., entonces por acá, pero también hay; y ¿si le damos por acá...?, siempre se preguntarán los encargados de llevar a Calderón a los actos programados. Lugares cerrados, con gente bien escogida, será la tónica en los discursos del supuesto ganador. Habrá quien se diga y se repita: “ese apoyo no se ve”.
Felipe Calderón es el presidente electo allá, arriba. Sin embargo, abajo, en la calle, en la plaza, en los talleres mecánicos y en las fábricas, en las escuelas públicas y en las universidades, el presidente es otro y su nombre es Andrés Manuel López Obrador. Allá, arriba, las instituciones son impolutas; acá, abajo, las instituciones no representan al pueblo. Allá, arriba, seguramente apuestan al desgaste, a la represión y a la disolución del movimiento; acá, abajo, la lucha sigue y día a día se fortalece. Tenemos dos países: uno, pequeño, lleno de lujo y de leyes que se aplican discrecionalmente, siempre en contra del enemigo; acá, abajo, un país inmenso, con energía y dispuesto a hacer historia, a cambiar el rumbo del país. Allá, arriba, tienen a su presidente; acá, abajo, no piensan en una silla, sino en un nuevo pacto social, más justo e igualitario. Son distintas las miras: el poder y el enriquecimiento de unos cuantos, o un país más equilibrado, sin tanta pobreza y más educado ¿Verdad que hay diferencias?
Jorge Gómez Naredo
Los medios de comunicación declararon a los cuatro vientos: “Felipe Calderón es el presidente electo de México”. Se mostraron imágenes del discurso emitido por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y se repitió, hasta el hartazgo: “él es”, “véanlo, él será nuestro próximo presidente”. En las pantallas se veía una sonrisa nerviosa del supuesto triunfador en las pasadas elecciones del 2 de julio. Manuel Espino, presidente del PAN, antes de darle la palabra al “presidente electo”, habló de unidad y de la necesidad de gobernar para todos; reconciliar a los mexicanos era su consigna. Los televidentes y quienes se enteraban en los periódicos o en la radio de la designación, ¿olvidarán rápidamente la campaña sucia en contra de López Obrador? ¿Se borrará de sus mentes, por ejemplo, esa frase nefasta de “es un peligro para México”? ¿Se dejarán engañar por la hipocresía mostrada por el PAN, Vicente Fox y el mismo Felipe Calderón? Por supuesto que no.
Todos los días, a las diecinueve horas, en la plancha del Zócalo, una multitud se arremolina, grita consignas, se desgañita en muestras de apoyo; las personas alzan sus pancartas orgullosas y escuchan, observan, ponen atención. Nadie está ahí porque le paguen o le tomen lista. Hay de todo: ancianos con energías de jóvenes, señoras bien vestidas, personas de saco que parecen ejecutivos, obreros, padres de familia, niñas, niños, estudiantes que pasean por el centro y deciden ir a escuchar el discurso de AMLO; ahí se juntan todos y todos discuten entre sí. Es una fiesta, un lugar donde la alegría se desborda: “Es un honor, luchar por Obrador”; “no pasará / no pasará”; “presidente / presidente / presidente”; “no estás solo, no estás solo”.
López Obrador no tiene una constancia de mayoría ni los medios de comunicación lo siguen para todos lados; no ha recibido el reconocimiento de gobiernos extranjeros ni ha hablado con empresarios para “echar a andar el país”. Pero ahí, en el Zócalo, todos los días se llena de gente: gente que no se cansa y que está en pie de lucha, conciente del fraude y dispuesta a entregarlo todo por el mejoramiento del país, pero no de ese país de los de arriba, sino del país de todos. La consigna es clara y continua: “Por el bien de todos, primero los pobres”. Alguno, seguramente gritará: “ese apoyo sí se ve”.
Felipe Calderón recibe su constancia de mayoría. No puede llegar caminando al Tribunal Electoral y saludar a sus partidarios (que no hay y no se ven por ninguna parte). En cambio, hay inconformidad y simpatizantes de López Obrador (o personas anticalderón) bloquean la entrada. El supuesto ganador de las elecciones necesita un helicóptero para ingresar al Tribunal e, intentando burlar a los inconformes, llega con media hora de anticipación. Hay quien seguramente gritará: “Ese apoyo no se ve”.
López Obrador, a las siete y media, en la mítica plancha del Zócalo capitalino explica el mecanismo para realizar la Convención Nacional Democrática. La gente aplaude. Menciona algunos puntos a tratar, por ejemplo: “se abordará en la Convención si se elige un presidente o un jefe de la resistencia civil pacífica”. En las gargantas de todos los presentes nace un grito lleno de energía: “presidente, presidente, presidente”. Terminada la asamblea, López Obrador baja del estrado: atrás, una multitud de personas lo quiere ver de cerca, le aplaude, le manda besos. Es su presidente, sin duda. Hay quien seguramente dirá: “ese apoyo sí se ve”.
La ciudad de Morelia es un hervidero. Calderón es seguido por simpatizantes de López Obrador. No hay calma. Las medidas de seguridad impuestas por el Estado Mayor Presidencial y por el decadente grupo de los Cárdenas no sirven de mucho. Los gritos lo acompañan por todas partes. “Ahora vamos por acá; pero por acá ya hay manifestantes..., entonces por acá, pero también hay; y ¿si le damos por acá...?, siempre se preguntarán los encargados de llevar a Calderón a los actos programados. Lugares cerrados, con gente bien escogida, será la tónica en los discursos del supuesto ganador. Habrá quien se diga y se repita: “ese apoyo no se ve”.
Felipe Calderón es el presidente electo allá, arriba. Sin embargo, abajo, en la calle, en la plaza, en los talleres mecánicos y en las fábricas, en las escuelas públicas y en las universidades, el presidente es otro y su nombre es Andrés Manuel López Obrador. Allá, arriba, las instituciones son impolutas; acá, abajo, las instituciones no representan al pueblo. Allá, arriba, seguramente apuestan al desgaste, a la represión y a la disolución del movimiento; acá, abajo, la lucha sigue y día a día se fortalece. Tenemos dos países: uno, pequeño, lleno de lujo y de leyes que se aplican discrecionalmente, siempre en contra del enemigo; acá, abajo, un país inmenso, con energía y dispuesto a hacer historia, a cambiar el rumbo del país. Allá, arriba, tienen a su presidente; acá, abajo, no piensan en una silla, sino en un nuevo pacto social, más justo e igualitario. Son distintas las miras: el poder y el enriquecimiento de unos cuantos, o un país más equilibrado, sin tanta pobreza y más educado ¿Verdad que hay diferencias?