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viernes, 20 de agosto de 2010

Estado Caduco, Estado Fallido

Fausto Fernández Ponte

La afirmación del doctorado señor Borja, pensador de Nuestra América de enorme significancia e influencia intelectual, académica y política –fue Presidente de Ecuador—,dicha el martes pasado (17/VIII/2010) en México acusa verosimilitud demostrada.

Y nada menos que aquí, en México, en donde el doctor Borja –autor de la célebre y celebrada (y muy consultada) Enciclopedia de la Política, impartió una conferencia en el Instituto Nacional de Administración Pública, el aforismo se confirma a sí mismo.

Se confirma en la realidad insoslayable. La institución del Estado ha adquirido en México un atributo de minusvalidez equiparada, sin duda, a la de caducidad. El Estado mexicano exhibe síntomas inequívocos de haber caducado. Es, añadiríase, obsoleto.

Y es obsoleto por fallido, iniciándose ese fracaso cuando el poder político que es uno de sus elementos constitutivos— se degradó estructural y, ergo, funcionalmente al erigirse unilateralmente en una potestad aberrante, irresponsable y mendaz.

Cierto es, según lo fehaciente de la memoria histórica, la que abarca la fase civilista en el ejercicio del poder presidencial después del sexenio de Lázaro Cárdenas que dio origen al PRI bajo nueva guisa ideológica y retórica pseudorrevolucionaria, en 1946.

A partir de allí, el poder político mudó esencia y vocación social y en ese trance diseñó nuevas prácticas de simulación y control social y reorientó su naturaleza y en vez de servir al pueblo —el elemento constitutivo principal del Estado— se prostituyó.

Al así hacerlo –prostituirse— adquirió su actual carácter, el de un poder político plutócrata que ha convertido al Estado en un agente de la gran oligarquía mexicana, que en el sexenio de Miguel Alemán Valdés (1946-52) era de políticos devenidos en cresos.

¿Consecuencia? El desvanecimiento del contrato social que había legitimado al poder político del Estado creado por la Revolución Mexicana al otorgarle epresentatividad, y cederle a los cresos –otrora políticos, hoy oligarcas— la rectoría estatal misma.

En ese hito histórico empezó el poder político del Estado mexicano a adquirir su condición actual de fallido –definido dicho atributo al traicionar a los demás elementos constitutivos de éste: el pueblo, el territorio y la soberanía— y actuar en consecuencia.

El carácter fallido del poder político del Estado se extendió a éste, contagiándolo. El contagio ha convertido al Estado mismo en una institución caduca y, por tanto, fracasada para los fines para loscual la sociedad lo creo: servirle a ésta.

El indicador —dramáticamente trágico— del estatus fallido del poder político del Estado mexicano está a la vista: su rampante descomposición filosófico-deontológica, ideológica, política, orgánica incluso, y su eventual desintegración. ¿Es ésta inevitable?

Ello es debatible y, de hecho, es causal de intensos y preocupados debates, pero las tendencias, como lo señala bien el doctor Borja, apuntan hacia la caducidad del Estado, lo cual plantea a los mexicanos una oportunidad histórica de renovar innovando.