Bajo la “influenza” de las drogas
Ramón Alberto Garza
No hay que darle muchas vueltas. Legalizar la posesión de drogas es legalizar su venta.
Y la sicosis desatada por la influenza fue la cortina de humo perfecta. Los senadores aprobaron el dictamen de la iniciativa de ley para combatir el narcomenudeo. Y con ello pretenden fijar las reglas del consumo de lo que hasta ahora es prohibido.
Cinco gramos de mariguana, 500 miligramos de cocaína, 50 miligramos de heroína, dos gramos de opio, 40 miligramos de cristal o 40 miligramos de metanfetaminas. De acuerdo con la iniciativa eso es lo “políticamente correcto”.
Bastará decir que se es adicto para que se respete la portación de la droga. Sin castigo. Después de todo la única reprimenda será recibir la invitación para acudir a un centro de rehabilitación.
Pero si el drogadicto mexicano ya tiene la autorización para portar su dosis, ¿quien se la surtirá?
En algunos países europeos, donde opera una legislación similar, existe un padrón de adictos. Y la droga es suministrada bajo supervisión del Estado, en un intento por controlar las ofertas de dosis. Y aun así, hay “mercado negro”.
¿Y en México? Si la demanda, aun en pequeñas dosis, estará legalizada, ¿quién será el que la oferte? Si hay consumo legal, debe haber venta legal. Lo contrario es un absurdo.
Pero el drama es más profundo. Lo que la nueva legislación hará, de facto, será despenalizar la venta indiscriminada de drogas.
Bastará que los operadores del narcomenudeo o pushers sean cuidadosos en que el “bufete de drogas” que ofrezcan esté dentro de los límites que marcará la nueva legislación. Si los agarran in fraganti, bastará con decir que son adictos. Y nadie les hará nada.
Cuando vendan una dosis de mariguana o de cocaína, será suficiente con ir al automóvil a sacar de la cajuela de guantes una dosis más. Y a vender de nuevo. Sin la amenaza de ir a la cárcel.
Y ya podemos imaginar las escenas. “Yo no le estaba vendiendo, yo le estaba pasando mi dosis legítima a mi carnal. Y es la dosis permitida, broddy. Verdá, mi buen”.
Ni qué decir de los antros donde conviven “los niños bien”. En una disco a la que asistan mil jóvenes, bajo las nuevas reglas se podrán consumir cinco kilogramos de mariguana, medio kilo de cocaína y mil tabletas de metanfetaminas. ¿Alguien quiere la concesión?
Ojalá que los legisladores todos rectifiquen. Y que el presidente Felipe Calderón le retire su absurdo apoyo a una iniciativa que, de aprobarse, incentivaría lo que ya hoy es una pandemia social: el consumo y el tráfico de drogas.
Si la iniciativa avanza, no dudemos que vendrán otras novedosas iniciativas. Como, por ejemplo, en qué momento inscribiremos los nombres de Joaquín Guzmán Loera, Ismael Zambada, Arturo Beltrán Leyva y Heriberto Lazcano no en las listas Forbes, sino en el muro de honor del Congreso… con sus letras de oro.
No hay que darle muchas vueltas. Legalizar la posesión de drogas es legalizar su venta.
Y la sicosis desatada por la influenza fue la cortina de humo perfecta. Los senadores aprobaron el dictamen de la iniciativa de ley para combatir el narcomenudeo. Y con ello pretenden fijar las reglas del consumo de lo que hasta ahora es prohibido.
Cinco gramos de mariguana, 500 miligramos de cocaína, 50 miligramos de heroína, dos gramos de opio, 40 miligramos de cristal o 40 miligramos de metanfetaminas. De acuerdo con la iniciativa eso es lo “políticamente correcto”.
Bastará decir que se es adicto para que se respete la portación de la droga. Sin castigo. Después de todo la única reprimenda será recibir la invitación para acudir a un centro de rehabilitación.
Pero si el drogadicto mexicano ya tiene la autorización para portar su dosis, ¿quien se la surtirá?
En algunos países europeos, donde opera una legislación similar, existe un padrón de adictos. Y la droga es suministrada bajo supervisión del Estado, en un intento por controlar las ofertas de dosis. Y aun así, hay “mercado negro”.
¿Y en México? Si la demanda, aun en pequeñas dosis, estará legalizada, ¿quién será el que la oferte? Si hay consumo legal, debe haber venta legal. Lo contrario es un absurdo.
Pero el drama es más profundo. Lo que la nueva legislación hará, de facto, será despenalizar la venta indiscriminada de drogas.
Bastará que los operadores del narcomenudeo o pushers sean cuidadosos en que el “bufete de drogas” que ofrezcan esté dentro de los límites que marcará la nueva legislación. Si los agarran in fraganti, bastará con decir que son adictos. Y nadie les hará nada.
Cuando vendan una dosis de mariguana o de cocaína, será suficiente con ir al automóvil a sacar de la cajuela de guantes una dosis más. Y a vender de nuevo. Sin la amenaza de ir a la cárcel.
Y ya podemos imaginar las escenas. “Yo no le estaba vendiendo, yo le estaba pasando mi dosis legítima a mi carnal. Y es la dosis permitida, broddy. Verdá, mi buen”.
Ni qué decir de los antros donde conviven “los niños bien”. En una disco a la que asistan mil jóvenes, bajo las nuevas reglas se podrán consumir cinco kilogramos de mariguana, medio kilo de cocaína y mil tabletas de metanfetaminas. ¿Alguien quiere la concesión?
Ojalá que los legisladores todos rectifiquen. Y que el presidente Felipe Calderón le retire su absurdo apoyo a una iniciativa que, de aprobarse, incentivaría lo que ya hoy es una pandemia social: el consumo y el tráfico de drogas.
Si la iniciativa avanza, no dudemos que vendrán otras novedosas iniciativas. Como, por ejemplo, en qué momento inscribiremos los nombres de Joaquín Guzmán Loera, Ismael Zambada, Arturo Beltrán Leyva y Heriberto Lazcano no en las listas Forbes, sino en el muro de honor del Congreso… con sus letras de oro.