Héroe nacional por capricho de la Presidencia
Fuente: Diario Libertad
■ ¿Quién rendirá homenaje a los otros muertos?
Los excesos y caprichos del inquilino de Los Pinos impusieron a Juan Camilo Mouriño al frente de la Secretaría de Gobernación, y con esa misma actitud ahora el michoacano pretende elevar a rango de “héroe nacional” a su cachorro. Ni al peor de los enemigos se le desea un final así, pero es necesario que Felipe Calderón, por mucho dolor que en él provoque, no confunda el trágico hecho del martes por la tarde (en el que no sólo perecieron el titular y los funcionarios de la Secretaría de Gobernación, sino muchas personas de a pie que, sin deberla ni temerla, terminaron en el Servicio Médico Forense, amén de las que fueron hospitalizadas) con sus querencias personales. En todo caso, héroes serían todos los fallecidos, no sólo uno, aunque ni así, porque finalmente –según la versión oficial– “fue un accidente” y en los accidentes no hay héroes.
Muchos lectores preguntan quién rendirá tributo a los mexicanos que murieron por la mera casualidad de estar en el lugar equivocado y en la hora menos indicada, es decir, en la zona en la que se desplomó el avión que transportaba a Mouriño y su equipo de trabajo. ¿Quién será el responsable de organizarles una ceremonia luctuosa, ya no en el Campo Marte, como a Mouriño, sino en el parque de la colonia? ¿Quién de echarles un lazo a los familiares, de darle aliento?
A golpe de excesos y caprichos se “mueve” el destartalado sexenio calderonista, y en este contexto difícilmente embonan el mítico funcionario descrito por Felipe Calderón el pasado martes por la noche (“inteligente, leal, comprometido con sus ideales y con el país; honesto y trabajador; con talento, tacto y capacidad estratégica y de diálogo”) con el inexperto Juan Camilo Mouriño de carne y hueso, más famoso por sus cuestionados cuan abundantes contratos familiares con Petróleos Mexicanos y otras dependencias públicas que por sus resultados al frente de la Secretaría Gobernación, y cuya única “virtud” fue ser el preferido del amigo.
Así, de nueva cuenta Felipe Calderón confunde intereses y sentimientos personales con los de la nación y la ciudadanía. La intrascendencia de Juan Camilo al frente de Gobernación fue más que obvia. Otra cosa muy distinta es que la caterva de cínicos que conforma la clase política mexicana hoy, a golpe de esquelas y “sentidas” declaraciones en los medios de comunicación, se muestre “conmovida y triste” por los sucesos del pasado martes y “enaltezca las virtudes, sabiduría, tamaño y gran contribución a la patria” de quien por capricho del inquilino de Los Pinos ocupó la silla principal en el Palacio de Covián. Que no simulen, porque desde las propias filas panistas salían los misiles, y ahora, en pleno “duelo”, los jaloneos para ocupar la plaza vacía están en su apogeo.
Y si de excesos se trata (más allá de los cometidos por las oficiosas televisoras, que en automático se convirtieron en una suerte de agencias funerarias en las que se recibían pésames y panegíricos de la clase política por el funcionario caído, crespón negro incluido) “la Secretaría de Gobernación izó la bandera (nacional) a media asta durante media hora, en homenaje a la muerte del titular de la dependencia, Juan Camilo Mouriño Terrazo, y cuatro colaboradores suyos” (nota de El Universal). Lo mejor del caso es que esta dependencia es la legalmente responsable de vigilar la correcta aplicación de la Ley Sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales, la cual establece (artículo 18) en qué fechas y conmemoraciones el lábaro patrio deberá izarse a media asta. Así, Juan Camilo Mouriño Terrazo –según la versión de Bucareli– tendría el tamaño y la trascendencia de, por ejemplo, Miguel Hidalgo y Costilla, José María Morelos y Pavón, Vicente Guerrero, los Niños Héroes de Chapultepec, Benito Juárez, Cuauhtémoc, Belisario Domínguez y/o Zapata, personajes todos ellos incluidos en la citada legislación cuando se trate de izar la bandera nacional a media asta. ¿En serio Felipe Calderón cree que ese era el tamaño real de su amigo?
Cierto es que el artículo 19 de la citada ley deja en claro que “en acontecimientos de excepcional importancia para el país, el Presidente de la República podrá acordar el izamiento de la Bandera Nacional en días distintos a los señalados (…). Igual facultad se establece para los gobernadores de la entidades federativas, en casos semejantes dentro de sus respectivas jurisdicciones”, pero en este sentido no se conoce acuerdo alguno por parte del inquilino de Los Pinos. Y aunque lo hubiera.
Para estos casos, el antecedente inmediato corresponde al sexenio del “cambio” –también pletórico de excesos y caprichos–, cuando Vicente Fox, como presidente de un Estado constitucionalmente laico, “acordó que, con motivo del funeral del Papa Juan Pablo II, y como testimonio del sentimiento que pesa en la gran mayoría del pueblo de México, el día 8 de abril de 2005 se izará la Bandera Nacional a media asta como señal de duelo nacional por el lamentable fallecimiento”.
Qué lamentable, en todos sentidos. Al de por sí endeble gobierno calderonista se le quiebra otra pata, así ésta fuera endeble. Probablemente se verá en la penosa necesidad de nombrar a un sustituto eficiente, aunque no sea de confianza ni de su círculo íntimo, mientras todo el aparato de gobierno se moviliza para organizar una suerte de funeral de Estado en el Campo Marte para despedir al mítico Mouriño descrito por el inquilino de Los Pinos, dejando en un muy lejano segundo plano a los “otros” fallecidos de la Secretaría de Gobernación, y prácticamente en el olvido a las víctimas de a pie.
Las rebanadas del pastel
Y en su papel de vocero oficial del trágico suceso del pasado martes, el secretario de Comunicaciones y Transportes, Luis Téllez, asegura que nada falló, todo estuvo bien, en ningún momento la nave reportó problemas, siguió el curso normal, el vuelo fue perfecto, las condiciones meteorológicas en ruta y en el Valle de México eran buenas, los sistemas de radar y procesamiento de la información eran las adecuadas, “la aeronave no explotó en el aire”, “hasta ahora no hay indicios que permitan formular hipótesis diferentes a las de un accidente” y etcétera, etcétera. Entonces, ¿qué pasó? Si todo fue perfecto, si nada estuvo fuera de la norma, algo debió suceder para que el avión estrepitosamente se fuera a tierra, y esa es la parte que no quieren decir. Un solidario abrazo a los familiares de todas las víctimas, pero ¿“accidente”?
■ ¿Quién rendirá homenaje a los otros muertos?
Los excesos y caprichos del inquilino de Los Pinos impusieron a Juan Camilo Mouriño al frente de la Secretaría de Gobernación, y con esa misma actitud ahora el michoacano pretende elevar a rango de “héroe nacional” a su cachorro. Ni al peor de los enemigos se le desea un final así, pero es necesario que Felipe Calderón, por mucho dolor que en él provoque, no confunda el trágico hecho del martes por la tarde (en el que no sólo perecieron el titular y los funcionarios de la Secretaría de Gobernación, sino muchas personas de a pie que, sin deberla ni temerla, terminaron en el Servicio Médico Forense, amén de las que fueron hospitalizadas) con sus querencias personales. En todo caso, héroes serían todos los fallecidos, no sólo uno, aunque ni así, porque finalmente –según la versión oficial– “fue un accidente” y en los accidentes no hay héroes.
Muchos lectores preguntan quién rendirá tributo a los mexicanos que murieron por la mera casualidad de estar en el lugar equivocado y en la hora menos indicada, es decir, en la zona en la que se desplomó el avión que transportaba a Mouriño y su equipo de trabajo. ¿Quién será el responsable de organizarles una ceremonia luctuosa, ya no en el Campo Marte, como a Mouriño, sino en el parque de la colonia? ¿Quién de echarles un lazo a los familiares, de darle aliento?
A golpe de excesos y caprichos se “mueve” el destartalado sexenio calderonista, y en este contexto difícilmente embonan el mítico funcionario descrito por Felipe Calderón el pasado martes por la noche (“inteligente, leal, comprometido con sus ideales y con el país; honesto y trabajador; con talento, tacto y capacidad estratégica y de diálogo”) con el inexperto Juan Camilo Mouriño de carne y hueso, más famoso por sus cuestionados cuan abundantes contratos familiares con Petróleos Mexicanos y otras dependencias públicas que por sus resultados al frente de la Secretaría Gobernación, y cuya única “virtud” fue ser el preferido del amigo.
Así, de nueva cuenta Felipe Calderón confunde intereses y sentimientos personales con los de la nación y la ciudadanía. La intrascendencia de Juan Camilo al frente de Gobernación fue más que obvia. Otra cosa muy distinta es que la caterva de cínicos que conforma la clase política mexicana hoy, a golpe de esquelas y “sentidas” declaraciones en los medios de comunicación, se muestre “conmovida y triste” por los sucesos del pasado martes y “enaltezca las virtudes, sabiduría, tamaño y gran contribución a la patria” de quien por capricho del inquilino de Los Pinos ocupó la silla principal en el Palacio de Covián. Que no simulen, porque desde las propias filas panistas salían los misiles, y ahora, en pleno “duelo”, los jaloneos para ocupar la plaza vacía están en su apogeo.
Y si de excesos se trata (más allá de los cometidos por las oficiosas televisoras, que en automático se convirtieron en una suerte de agencias funerarias en las que se recibían pésames y panegíricos de la clase política por el funcionario caído, crespón negro incluido) “la Secretaría de Gobernación izó la bandera (nacional) a media asta durante media hora, en homenaje a la muerte del titular de la dependencia, Juan Camilo Mouriño Terrazo, y cuatro colaboradores suyos” (nota de El Universal). Lo mejor del caso es que esta dependencia es la legalmente responsable de vigilar la correcta aplicación de la Ley Sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales, la cual establece (artículo 18) en qué fechas y conmemoraciones el lábaro patrio deberá izarse a media asta. Así, Juan Camilo Mouriño Terrazo –según la versión de Bucareli– tendría el tamaño y la trascendencia de, por ejemplo, Miguel Hidalgo y Costilla, José María Morelos y Pavón, Vicente Guerrero, los Niños Héroes de Chapultepec, Benito Juárez, Cuauhtémoc, Belisario Domínguez y/o Zapata, personajes todos ellos incluidos en la citada legislación cuando se trate de izar la bandera nacional a media asta. ¿En serio Felipe Calderón cree que ese era el tamaño real de su amigo?
Cierto es que el artículo 19 de la citada ley deja en claro que “en acontecimientos de excepcional importancia para el país, el Presidente de la República podrá acordar el izamiento de la Bandera Nacional en días distintos a los señalados (…). Igual facultad se establece para los gobernadores de la entidades federativas, en casos semejantes dentro de sus respectivas jurisdicciones”, pero en este sentido no se conoce acuerdo alguno por parte del inquilino de Los Pinos. Y aunque lo hubiera.
Para estos casos, el antecedente inmediato corresponde al sexenio del “cambio” –también pletórico de excesos y caprichos–, cuando Vicente Fox, como presidente de un Estado constitucionalmente laico, “acordó que, con motivo del funeral del Papa Juan Pablo II, y como testimonio del sentimiento que pesa en la gran mayoría del pueblo de México, el día 8 de abril de 2005 se izará la Bandera Nacional a media asta como señal de duelo nacional por el lamentable fallecimiento”.
Qué lamentable, en todos sentidos. Al de por sí endeble gobierno calderonista se le quiebra otra pata, así ésta fuera endeble. Probablemente se verá en la penosa necesidad de nombrar a un sustituto eficiente, aunque no sea de confianza ni de su círculo íntimo, mientras todo el aparato de gobierno se moviliza para organizar una suerte de funeral de Estado en el Campo Marte para despedir al mítico Mouriño descrito por el inquilino de Los Pinos, dejando en un muy lejano segundo plano a los “otros” fallecidos de la Secretaría de Gobernación, y prácticamente en el olvido a las víctimas de a pie.
Las rebanadas del pastel
Y en su papel de vocero oficial del trágico suceso del pasado martes, el secretario de Comunicaciones y Transportes, Luis Téllez, asegura que nada falló, todo estuvo bien, en ningún momento la nave reportó problemas, siguió el curso normal, el vuelo fue perfecto, las condiciones meteorológicas en ruta y en el Valle de México eran buenas, los sistemas de radar y procesamiento de la información eran las adecuadas, “la aeronave no explotó en el aire”, “hasta ahora no hay indicios que permitan formular hipótesis diferentes a las de un accidente” y etcétera, etcétera. Entonces, ¿qué pasó? Si todo fue perfecto, si nada estuvo fuera de la norma, algo debió suceder para que el avión estrepitosamente se fuera a tierra, y esa es la parte que no quieren decir. Un solidario abrazo a los familiares de todas las víctimas, pero ¿“accidente”?