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martes, 18 de noviembre de 2008

El Cid Campeador

Enrique Maza

No hay que disociar nunca los conceptos directores por los cuales nos es posible pensar en verdad sobre nuestra inserción en la historia y tener al mismo tiempo la oportunidad de intervenir de una manera creativa en la crisis de nuestra civilización y, sin ir tan lejos, en la crisis nunca resuelta de nuestro país.

La reflexión sobre los acontecimientos nos lleva a dar testimonio de la verdad de nuestra vida y de nuestra nación, de nuestra justicia y de nuestra concepción de país. El acontecimiento, si se tiene honradez intelectual y humana, nos lleva a buscar el significado de los hechos y su contenido, de manera que tengan un peso en nuestra palabra, en nuestro discurso y en nuestra actuación, de modo tal que el pensamiento y la vida, el dicho y el hecho, no caven un abismo que los separe.

Acontecimientos como la muerte del secretario de Estado Juan Camilo Mouriño y el discurso luctuoso de Calderón -si se puede llamar discurso a ese enchorizado de lugares comunes o de pretendidas alabanzas cuyo único resultado fue ocultar la verdad humana y creíble del difunto- hubieran debido darnos un ejemplo a emular y no un ser intangible, sumergido en loas afectivas. Se trataba de altos funcionarios de Estado, no de cuates de la escuela.

A continuación, una selección de loas entresacadas del panegírico fúnebre que Calderón le dedicó a su amigo Mouriño, el domingo 9 de noviembre. En otra ocasión le dedicó la recitación de las Bienaventuranzas, en su empeño panista de mezclar religión y política. (Las que siguen son citas textuales de la apología que Calderón le dedicó al difunto.)

"Mexicano y panista ejemplar. Dejó un enorme legado. Hombre de clara inteligencia e indomable voluntad. Hombre de convicciones que supo llevarlas hasta sus últimas consecuencias, en el terreno más incomprendido, difícil y necesario del servicio a los demás. Operador excepcional. Combinaba convicciones y principios con la acción en la realidad. Tenía la capacidad, el talento y el valor de llevar sus convicciones hasta sus últimas consecuencias en el terreno más incomprendido, difícil y necesario del servicio a los demás. Llevó la política con rectitud y con verdadero pragmatismo. Era un operador excepcional. Soñó en grande y combinaba sus sueños con la solidez de sus principios y sus valores. Amaba más que nunca la vida y vivió intensamente. Transmitía entusiasmo. Él hizo el proyecto y fue su arquitecto.

Supo delinear y articular una estrategia clara. Logró integrar un equipo, superar la adversidad, delinear la estrategia, conducirnos a la victoria. Siempre demostró inteligencia y talento. Siempre supo encontrar el aliento para los compañeros. Supo reunir el equipo y lanzarlo a la lucha. Siempre supo encontrar la estrategia, el punto fuerte nuestro y el punto vulnerable de los otros.

Articuló esfuerzos, sumó liderazgos, inyectó optimismo, tomó decisiones claves y difíciles. Puso siempre su capacidad al servicio de los demás. Siempre enfrentó la adversidad. Buscó el bien común a través del servicio público. Articuló la estrategia. Impulsó siempre el vigor y el ánimo de la sociedad. Tenía una capacidad admirable de organización y de atender problemas diversos de gran complejidad al mismo tiempo. Era un líder natural. Daba cohesión al equipo. Actuaba como promotor de esfuerzos colectivos, orquestador de tareas de conjunto. Fue hombre de palabra y acción. Supo coordinar un arranque sólido, contundente del gobierno. Coordinó una brillante campaña. Coordinador afable. Factor clave en el diseño e implementación de estrategias.

Impulsó reformas inéditas. Mantuvo siempre respeto, diálogo, comunicación y conciliación. Fue capaz de hacer a un lado diferencias políticas, ideológicas o partidistas. Buscó impulsar un federalismo moderno. Trabajó incansablemente por el bien del país. Promovió la interlocución con los poderes. Articuló la complejidad del problema de seguridad en México. Nunca dudó, nunca titubeó, nunca se permitió siquiera ser presa de temores y flaquezas. Amaba entrañablemente la vida. Sabía lo importante que era trascender. Fue capaz de hablar con todos, de articular y entender los argumentos de otros. Fue capaz de tomar la sensibilidad de la opinión pública. Llevaba un seguimiento puntual de qué opinaba la gente.

Sabía un rol heroico y vital para la transformación del país. Supo sumar con las áreas respectivas algo que parecía imposible. Supo dialogar cuando hubo que dialogar y ser firme cuando había que ser firme. Fue la expresión de una nueva generación de políticos, mucho más audaz, sólida y alegre. Fue una persona infinitamente generosa, infundía fuerza en todo momento. Leal entre los leales, amigo entre los amigos. Un hombre profundamente enamorado de México. Perseverante, invencible, inderrotable. No lo podían detener en vida y tampoco lo detendrán en la muerte, porque sus ideas y sus valores, y su ejemplo y su recuerdo, como el Cid Campeador, seguirán ganando batallas después de su muerte. Su plenitud nos inundará ahora con su ejemplo, porque se realizaba haciendo el bien."

Hasta aquí algunas citas, pero así sigue el ditirambo que Calderón, en su discurso fúnebre, le cantó a Mouriño. Se ve que fue el hombre al que Calderón amó.

Pero también deja ver su propio vacío, todo lo que él no es, pero quisiera haber sido. La plenitud que Calderón canta en Mouriño no es más que el anverso de su propio vacío.

Pero ni Calderón ni Mouriño fueron conscientes de que Estado es el centro de una concentración y transmutación de la violencia que, como fenómeno político, penetra en la zona del poder. Basta ver la Cámara de Diputados. Basta ver el fraude electoral, que no ha desaparecido ni siquiera de las elecciones a la presidencia. De hecho, el juego político, en su propia esencia, es el poder.

Y a nivel del Estado, se trata siempre de saber quién manda, quién se subordina, quién detenta la soberanía. De hecho, a juzgar por las palabras mismas de Calderón, quien sustentaba el poder era Mouriño. Pero Calderón tampoco dice a favor de quién, en provecho de quién y dentro de qué límites. La paz y el bienestar nacionales, la vida y la justicia de todos y cada uno están en juego, porque lo que se ventila en la política, en su sentido propio, es el poder. Se trata de saber quién manda, quién se subordina, quién detenta la soberanía, en provecho de quién y dentro de qué límites. Y el poder del Estado, en México, no tiene nada que ver con la soberanía del pueblo. El momento en que esto se ve claro es el momento de la turbiedad electoral, de la que no está exento Calderón y, en consecuencia, tampoco lo estuvo Mouriño.

Lo admirable -aunque no para todos- es que las profundidades de la conciencia pueden resurgir de pronto hasta lo más alto como un sentido de la terrible realidad de millones de mexicanos, como un sentido de lo que es meramente ideológico-partidista pero no es la verdad, como un sentido de lo que es injusto. De pronto, la justicia, el derecho, la verdad pueden resurgir hasta los niveles más claros de la conciencia.

Y por eso es necesario insistir en las formas sociales y políticas que puedan ver claro y aun destruir las formas sociales y las estructuras de lo terrible. Porque terrible es la vida de un número enorme de mexicanos. Se trata de tomar conciencia de esa parte terrible que envuelve a tantos conciudadanos. Se trata de tomar conciencia de la violencia interna que padece este país, no de un pacifismo pueril como el que nos endilgan tantos y tantos políticos distraídos en sus ambiciones o en sus broncas inmaduras de poder, olvidados de la verdadera tragedia humana que vive la mayoría. Todavía no llega al poder un presidente que tenga conciencia de la situación inhumana de su pueblo y se decida a ponerle remedio. Todos, Calderón y Mouriño incluidos, no han gobernado ni gobiernan para el pueblo de México. Sólo lo hacen para su propio poder y beneficio, y para provecho de ricos y magnates. Eso es lo que cuenta.