Un “¡basta ya!”, pero de mentiritas

Ricardo Andrade Jardí

Ahora resulta que los medios son los responsables de ensalzar la delincuencia organizada, es decir son los responsables de la incapacidad del administrador usurpador que desgobierna México, gracias al fraude electoral avalado por jueces y medios, los mismos que hoy exaltan esa misma delincuencia que se apodera de la vida cotidiana de los mexicanos. Las declaraciones del espurio, no dejan de ser una paradoja, primero nos dice “que quien siembra odio cosecha tempestades”, voz de la propia experiencia, pero intenta colgar el santo en otros actores, luego nos dice que “el combate a la pobreza es un asunto de todos” y su desgobierno se lava las manos limpias, pero de honestidad, luego nos dice que “es la sociedad civil y los gobiernos locales los que deben detener a la delincuencia organizada”, al tiempo que el ejército toma las calles del país, sin que eso detenga las brutales ejecuciones que azotan a la nación entera; hasta hace unos días consideradas “ajustes de cuentas”, hoy nos desinforman diciéndonos que se trata del natural resultado de la lucha frontal a los carteles del narcotráfico, mientras el desgobierno federal y la telecracia montan estupendos melodramas alrededor de los oficiales ejecutados “caídos en cumplimiento del deber”, por lo que deberíamos, ingenuamente, suponer que a partir de ahora se hará una seria investigación de las miles de ejecuciones para esclarecer con certeza todos y cada uno de los homicidios hasta ayer considerados tan sólo como “purgas entre narcos”, es decir, ahora conoceremos quiénes están detrás de los asesinatos impunes de los líderes agrarios, universitarios, campesinos y obreros, de los periodistas independientes o de medios alternativos y de tantos otros que se desdibujan en las tinieblas del nefasto argumento del “ajuste de cuentas” para ser archivados en los cajones de la institucionalidad corrupta que hoy sostiene la sub-vida democrática del México usurpado, donde nada sucede y todo pasa.

Esas “buenas intenciones” parecerían ser los argumentos de Fecal, sin embargo la mentira demagógica es lo único que nos ha dado la usurpación telecrática desde el 1 de diciembre del 2006, cuando el caballerito se autonombró presidente de administración de los intereses narcoempresariales que lo impusieron en el desgobierno ilegítimo de México.

Muy responsable es la telecracia, por supuesto, de mucho de lo que hoy sucede en México y más aún lo es la corrupción y la impunidad que premian toda la vida institucional, desde donde presumiblemente se instituye la delincuencia organizada, que hoy pugna por el control político y económico del mega negocio de la prohibición (de la droga). Pero es muy probable que cuando el usurpador en turno arremete contra los medios, no se refiere a los de la telecracia, sino a su urgente necesidad de censurar a los pocos medios públicos que cuentan el otro lado de la realidad, que ayudan a impulsar subjetividades críticas, frente a las subjetividades del confort enajenante donde se gestan los mecanismos opresivos que favorecen la violencia y la represión de un estado que ha perdido el control de la nación, mientras se ocupa tan sólo de intentar “legalizar” la ilegalidad de la usura trasnacional interesada en saquear el país sin importar el costo y el deterioro social.

Una vez más el desgobierno de la usurpación fecalista anuncia, veladamente, la mano dura contra la libertad de expresión, al tiempo que el narcoestado toma sus posiciones estratégicas para no perder el control del negocio del siglo, al tiempo que nos distrae del problema de fondo, que es el hecho de haber presentado una propuesta de reforma energética que viola la Constitución (lo que en una democracia verdadera sería suficiente para iniciar un juicio político) y pretende acabar de una buena vez con las conquistas logradas en las luchas por defender nuestra soberanía.

Un ¡basta ya! de mentiritas, como lo es todo el desgobierno usurpador de Fecal, frente al ¡basta ya de tanta mierda! de un Despertar Ciudadano, que cada día es más fuerte frete a la mentira de una institucionalidad que se derrumba cada minuto en las patrañas de su impunidad corrupta.