¿México puede desaparecer?
La Jornada / Jorge Camil
¿Adónde vamos, alguien lo sabe? Lo que finalmente quedó claro es que el sátrapa que gobierna Jalisco saca del fondo de una botella el valor (o la desfachatez) para invertir o comprometer decenas de millones del erario en la construcción de iglesias y obras de caridad del cardenal Juan Sandoval Íñiguez. Pretende ganarse el cielo con el dinero de los contribuyentes. Antes había publicado, también con fondos públicos, la biografía de su tío, el maestro Anacleto González Flores, líder espiritual de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM) en tiempos de la cristiada. “La gente votó por mí y me vale madre la crítica”, gritó el energúmeno micrófono en mano. “Yo sé lo que se tiene que hacer en Jalisco.” Y con esta visión etílica del principio democrático les mentó la madre a los críticos y blandió frente a los comensales, entre los que se encontraba el complaciente y polémico cardenal, un cheque por 15 millones de pesos para una obra piadosa. “Perdón, señor cardenal”, se disculpó el borracho, solicitando absolución eclesiástica por el “desmadre” que había ocasionado su discurso. (Los 15 millones incrementaron los 90 previamente entregados al cardenal para la construcción del santuario cristero en Tlaquepaque.) Sin embargo, este cardenal que juega golf y acepta macrolimosnas de un mandatario mocho y abusón hoy cita a San Agustín para declarar que “todo rico es ladrón o hijo de ladrones”. Cientos de manifestantes protestaron en Guadalajara con una enorme manta que le devolvió las mentadas al gobernador y lo calificaba de “pinche cristero vulgar”. Al día siguiente del cuete (así calificó el convite el propio gobernador), Fox News reportó, tras la reunión de jefes de Estado del TLC, que Rafael Quintero Curiel, subdirector de comunicación social de la Presidencia y avanzada de logística de Los Pinos, fue detenido en Nueva Orleáns por el servicio secreto acusado de robar celulares y Blackberries de los miembros de la delegación estadunidense. (El individuo fue filmado in fraganti por una cámara oculta de circuito cerrado.)
Si no supiéramos la respuesta nos atreveríamos a preguntar: ¿quién asume la responsabilidad por estos personajes de historieta cómica? (¡El borracho!, ¡el ladrón!) ¿México puede desaparecer? ¡Por supuesto! No me refiero al territorio ni a la geografía, ¡por Dios!, en eso aún estamos seguros. Tenemos patria para rato. ¿Cómo negar la ciudadanía, la historia y la fuerza de las costumbres? La patria, dice Saramago, “es pertenecer a un lugar, a una historia, a un idioma”. Pero si eso es todo lo que nos une estamos fritos; tenemos serios problemas para subsistir como nación. Por otra parte, la lista de lo que “no tenemos” es interminable y muy preocupante: democracia, gobernantes, estado de derecho, seguridad, instituciones, partidos políticos, comunidad de metas, solidaridad; firmes deseos de combatir la pobreza, mejorar la educación y erradicar la corrupción que impide el desarrollo.
Estamos irremediablemente divididos, pero no por claras diferencias ideológicas. Nos separan la riqueza abismal y la pobreza abyecta; intereses económicos, ambiciones y prejuicios religiosos ancestrales que de alguna manera nos arreglamos para disfrazar solemnemente de diferencias ideológicas. Nos separan, como dijo magistralmente Juan Gelman al recibir el Cervantes la semana pasada, “la corrupción arriba y la impotencia abajo”. Estamos llenos de políticos de todos los partidos que buscan satisfacer ambiciones e intereses personales por encima del bien común. A los poderosos no les importa, mientras los dejen vivir en paz, y los ciudadanos de a pie somos impotentes. Clausuramos el Congreso, destruimos en unos cuantos días al principal partido político de izquierda, y sacamos al aire espots que constituyen verdaderas declaraciones de guerra. Vivimos en un ambiente que parece prepararnos para un inminente golpe de Estado de la derecha recalcitrante, o una toma del poder por las huestes del “presidente legítimo”. Así comenzó la represión en Chile. Y así han comenzado también innumerables conflictos que han polarizado la política y destruido la fibra social.
No quito el dedo del renglón: alguien debería arbitrar de una vez por todas el conflicto electoral de 2006. No podemos continuar así. Porque en el fondo no es el petróleo, ni la soberanía, ni la proliferación de “reformas legislativas” a medias, ni las elecciones del PRD, ni los espots que sacó al aire el fascismo mexicano (¡ellos saben cómo hacerlo!). La piedra en el zapato son las elecciones que arrojaron a un candidato que recibió la investidura oficial, y a otro que se proclamó “presidente legítimo” y continúa ganando terreno en su lucha abierta contra la administración. Muchos analistas aseguran que Andrés Manuel López Obrador sólo busca posicionarse para las elecciones de 2012. Pero la fuerza del río revuelto que nos arrastra, y la euforia por los resultados obtenidos, podrían infundir en él la tentación de terminar el periodo como presidente sustituto. Eso sí sería la desaparición del México que hemos conocido hasta hoy.
¿Adónde vamos, alguien lo sabe? Lo que finalmente quedó claro es que el sátrapa que gobierna Jalisco saca del fondo de una botella el valor (o la desfachatez) para invertir o comprometer decenas de millones del erario en la construcción de iglesias y obras de caridad del cardenal Juan Sandoval Íñiguez. Pretende ganarse el cielo con el dinero de los contribuyentes. Antes había publicado, también con fondos públicos, la biografía de su tío, el maestro Anacleto González Flores, líder espiritual de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM) en tiempos de la cristiada. “La gente votó por mí y me vale madre la crítica”, gritó el energúmeno micrófono en mano. “Yo sé lo que se tiene que hacer en Jalisco.” Y con esta visión etílica del principio democrático les mentó la madre a los críticos y blandió frente a los comensales, entre los que se encontraba el complaciente y polémico cardenal, un cheque por 15 millones de pesos para una obra piadosa. “Perdón, señor cardenal”, se disculpó el borracho, solicitando absolución eclesiástica por el “desmadre” que había ocasionado su discurso. (Los 15 millones incrementaron los 90 previamente entregados al cardenal para la construcción del santuario cristero en Tlaquepaque.) Sin embargo, este cardenal que juega golf y acepta macrolimosnas de un mandatario mocho y abusón hoy cita a San Agustín para declarar que “todo rico es ladrón o hijo de ladrones”. Cientos de manifestantes protestaron en Guadalajara con una enorme manta que le devolvió las mentadas al gobernador y lo calificaba de “pinche cristero vulgar”. Al día siguiente del cuete (así calificó el convite el propio gobernador), Fox News reportó, tras la reunión de jefes de Estado del TLC, que Rafael Quintero Curiel, subdirector de comunicación social de la Presidencia y avanzada de logística de Los Pinos, fue detenido en Nueva Orleáns por el servicio secreto acusado de robar celulares y Blackberries de los miembros de la delegación estadunidense. (El individuo fue filmado in fraganti por una cámara oculta de circuito cerrado.)
Si no supiéramos la respuesta nos atreveríamos a preguntar: ¿quién asume la responsabilidad por estos personajes de historieta cómica? (¡El borracho!, ¡el ladrón!) ¿México puede desaparecer? ¡Por supuesto! No me refiero al territorio ni a la geografía, ¡por Dios!, en eso aún estamos seguros. Tenemos patria para rato. ¿Cómo negar la ciudadanía, la historia y la fuerza de las costumbres? La patria, dice Saramago, “es pertenecer a un lugar, a una historia, a un idioma”. Pero si eso es todo lo que nos une estamos fritos; tenemos serios problemas para subsistir como nación. Por otra parte, la lista de lo que “no tenemos” es interminable y muy preocupante: democracia, gobernantes, estado de derecho, seguridad, instituciones, partidos políticos, comunidad de metas, solidaridad; firmes deseos de combatir la pobreza, mejorar la educación y erradicar la corrupción que impide el desarrollo.
Estamos irremediablemente divididos, pero no por claras diferencias ideológicas. Nos separan la riqueza abismal y la pobreza abyecta; intereses económicos, ambiciones y prejuicios religiosos ancestrales que de alguna manera nos arreglamos para disfrazar solemnemente de diferencias ideológicas. Nos separan, como dijo magistralmente Juan Gelman al recibir el Cervantes la semana pasada, “la corrupción arriba y la impotencia abajo”. Estamos llenos de políticos de todos los partidos que buscan satisfacer ambiciones e intereses personales por encima del bien común. A los poderosos no les importa, mientras los dejen vivir en paz, y los ciudadanos de a pie somos impotentes. Clausuramos el Congreso, destruimos en unos cuantos días al principal partido político de izquierda, y sacamos al aire espots que constituyen verdaderas declaraciones de guerra. Vivimos en un ambiente que parece prepararnos para un inminente golpe de Estado de la derecha recalcitrante, o una toma del poder por las huestes del “presidente legítimo”. Así comenzó la represión en Chile. Y así han comenzado también innumerables conflictos que han polarizado la política y destruido la fibra social.
No quito el dedo del renglón: alguien debería arbitrar de una vez por todas el conflicto electoral de 2006. No podemos continuar así. Porque en el fondo no es el petróleo, ni la soberanía, ni la proliferación de “reformas legislativas” a medias, ni las elecciones del PRD, ni los espots que sacó al aire el fascismo mexicano (¡ellos saben cómo hacerlo!). La piedra en el zapato son las elecciones que arrojaron a un candidato que recibió la investidura oficial, y a otro que se proclamó “presidente legítimo” y continúa ganando terreno en su lucha abierta contra la administración. Muchos analistas aseguran que Andrés Manuel López Obrador sólo busca posicionarse para las elecciones de 2012. Pero la fuerza del río revuelto que nos arrastra, y la euforia por los resultados obtenidos, podrían infundir en él la tentación de terminar el periodo como presidente sustituto. Eso sí sería la desaparición del México que hemos conocido hasta hoy.