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sábado, 31 de mayo de 2008

El factor militar de Felipe Calderón

Carlos Presuel Salazar

Por 18 meses el factor militar ha sostenido al gobierno; sin embargo, los errores de Felipe Calderón han creado un ambiente de tensión y escepticismo en el interior del instituto armado. No hay deslealtad del Ejército, pero sí malestar por la extendida corrupción de los cuerpos estatales y municipales. Y es que en la percepción social se instala la idea de que el gobierno y el Ejército pierden la guerra contra el narcotráfico. Más aún, la opinión pública ha hecho suya la certeza de que la violencia ligada al crimen organizado se elevará en los próximos días a tal grado de poner en peligro la vida de la población civil. Para el Ejecutivo federal el riesgo mayor es que las Fuerzas Armadas caigan en una situación de escepticismo.

El problema radica en que Felipe Calderón no cuenta con estrategia de reemplazo. Si el Ejército se retira de las calles, colapsa el gobierno, pero si se mantiene, el conflicto y la violencia escalarán y se instalará, de hecho, la debacle del régimen.


Malestar en el Ejército

Es inconcebible el actual gobierno sin el respaldo de las Fuerzas Armadas, “…es impensable y no tiene más de quién echar mano que del Ejército…el Presidente debería de calcular muy bien que es el Ejército el que le está ayudando a gobernar; es el Ejército el que le está dando espacios; es el Ejército el que le está dando un poco de capital político y de capacidad de movimiento; y que, sin embargo, lo único que se está viendo simplemente son palabras” . ¿Tiene el Ejército el respaldo de los gobiernos civiles y del federal en la misma proporción en que éste se convierte en factor estructural de apoyo para el gobierno y para todo el régimen político? El problema es que al instituto armado el gobierno parece haberle cumplido sólo en el discurso.

A los riesgos naturales que supone el enfrentamiento directo, cuerpo a cuerpo, a nivel del suelo, de los militares contra los narcotraficantes, el Ejército suma la nada grata tarea de lidiar con estructuras al servicio del crimen organizado. El caso de Baja California es emblemático, pero no es el único. ¿Qué entidad puede estar hoy fuera de las redes del narcotráfico? Esta es la cuestión de fondo.

El factor militar ofrece certidumbre en momentos en que prácticamente ninguna institución abona a favor de la confianza en el gobierno. En más de un sentido, la conducción del gobierno genera desconfianza y temor en amplios sectores sociales y grupos económicos. La ausencia de liderazgo y el déficit de legitimidad política limitan el margen de acción del Ejecutivo.

A lo anterior se suman los efectos demoledores sobre la psicología social del fenómeno de la violencia ligada al narcotráfico y al crimen organizado. Un lamentable espectro de acontecimientos que sugiere que esa crisis ya se salió de control. Los grupos están sueltos y ajustan cuentas sin que ninguna autoridad fije límites o evite que se afecte la tranquilidad de las familias. Las plazas no se han recuperado, se pierden cada vez nuevos territorios. La realidad echa abajo el discurso gubernamental. En parte, esta es la razón por la que se registra una tendencia descendente en la popularidad y niveles de aceptación del primer mandatario.

La acción demoledora de los cárteles de la droga tiene en virtual estado de sitio a las entidades de la frontera Norte del país. La cuestión de fondo es que el único recurso del gobierno para hacer frente a esta crisis, que es el Ejército, deja ya de ser efectivo. El colapso puede venir por la ausencia de estrategia de reemplazo, a menos que esa estrategia descanse en la asistencia militar directa de Estados Unidos, en el marco de la Iniciativa “Mérida”.

El futuro inmediato no podía ser peor: con un Instituto Armado sometido al duro escrutinio de ONG´s y organismos internacionales de defensa de los derechos humanos; con gobiernos civiles incapaces de controlar la corrupción imperante en sus cuerpos de policía; con frentes abiertos como el de la reforma a Pemex; con complejas negociaciones para acordar nuevos términos de relación con el Congreso para desahogar sin mayores presiones el acto republicano del segundo informe presidencial.
Huelga decir que Felipe Calderón carece, objetivamente, de una estrategia que le permita dar congruencia y coherencia a la agenda del gobierno. En muchos sentidos, su administración sigue presa de la nota roja y del día a día.

La sociedad le tiene confianza a su instituto armado, pero la ausencia de estrategia de la actual administración para acompañar los operativos militares en las calles de otras acciones que reivindiquen la tarea del Ejército, lleva a instalar en la opinión pública la certeza de que Felipe Calderón erró en la estrategia militar y es el responsable directo del estado de cosas existente; es decir, es responsable del fracaso, algo que se traduciría ya en una tendencia negativa en los niveles de aceptación del presidente.

Lo de menos es que ahora el gobierno convoque a un Acuerdo Nacional en materia de Seguridad, lo verdaderamente grave es que esa convocatoria serviría para confirmar que el diseño unilateral de la estrategia por parte del presidente de la República no sirvió. ¿Por qué hasta ahora convocar a la sociedad? ¿A qué se debe que el gobierno federal esté pidiendo el respaldo de los gobiernos estatales? ¿Por qué todo esto no se hizo antes?

El problema del estilo personal de Felipe Calderón

Calderón asume la responsabilidad del Estado en medio de un déficit real de legitimidad política. Intenta remontarlo mediante una estrategia de militarizar la lucha contra el crimen organizado. Mediante una amplia cobertura mediática, en el inicio, esa manera de presentar al gobierno ante la opinión pública genera popularidad y aceptación social. Pero conforme avanza la gestión, la relación cambia y el efecto publicitario de la acción militar deja de estar presente.

A la par que se instrumenta la estrategia militar, Calderón centraliza las decisiones. Se acompaña de un gabinete sin estatura política: hombres que no crecen porque no tienen experiencia o porque el Ejecutivo no los deja. Para que Felipe Calderón brille, se rodea de colaboradores sin luz propia y los que la tienen son disciplinados. Ese ha sido el estilo personal de gobernar.

Durante 18 meses, Felipe Calderón acumula problemas; resuelve pocos expedientes abiertos, y queda atrapado en una suerte de caos nacional, en el que el de la seguridad es uno más de los frentes abiertos, pero sin duda el de mayor impacto. Así, “…el largo listado de acciones a emprender se extravía en la falta de claridad, orden y sentido de prioridad: cuando todo es igualmente importante. El resultado final es que nada lo es”.

Ese estilo personal coloca el tema del petróleo en el mismo nivel de prioridad que el del combate al narcotráfico. Calderón tiene además otros frentes abiertos: el del poderoso sindicato nacional de mineros bajo la dirigencia de facto de Napoleón Gómez Urrutia; el de la “revolución educativa” que de ser real trastocará su relación con el SNTE; el de la crisis alimentaria y la carestía de la vida; está también el escenario de recesión económica en Estados Unidos y la complicada agenda regional.

El estilo personal de Calderón no ayuda a darle claridad a la agenda del gobierno; su centralidad política lo lleva a un dinámico desgaste que plantea ya una estrepitosa caída en sus niveles de aceptación social y popularidad. Los datos originales del más reciente sondeo de opinión de Ulises Beltrán señalaban una caída de 28 puntos en sólo tres meses, al pasar de 34 a 6 por ciento. Un verdadero colapso. “…es perfectamente explicable que la gente en México esté alarmada con lo que está sucediendo en las calles, hechos de salvajismo que siente cada vez más cercanos a su cotidianeidad…” y que se traducen en una valoración descendente del gobierno federal y de Calderón.

En conclusión, algo no le funciona a Felipe Calderón. Su estilo personal de gobernar puede estar chocando con las formas y con el fondo de lo que representa una institución eminentemente republicana como lo es la Presidencia de la República.

Lo más grave del asunto es que ese estilo parece afectar ya su relación con las Fuerzas Armadas. “…el gobierno debe desechar de una vez por todas la idea muy arraigada en los civiles de que los soldados son desechables (…) En el Ejército hay disciplina, nacionalismo y liderazgo, todo lo que le hace falta al actual gobierno”