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jueves, 21 de febrero de 2008

Fidel y el fin de siglo

Diario Libertad / Ricardo Rocha (Detras de la Noticia)

El siglo XX se está terminando apenas. Cómo podía acabar si ni se moría ni se iba. Se supone que estos lapsos de 100 años que nos inventamos los seres humanos son para que los ciclos se cierren y luego se abran renovados. Pero es que él se trajo arrastrando el escenario de la centuria que nomás no debía terminarse sin concluir su historia. Años de intensidades oscuras y luminosas, tan dolorosas como apoteósicas. Tiempos en los que un hombre llamado Fidel Castro inscribió su nombre y su imagen en la misma dimensión de los otros grandes carismáticos: Churchill, Roosevelt, Mao, Lenin, De Gaulle, Gandhi y pare usted de contar.

Fidel hizo historia cuando en los años 50, desde una nación minúscula, deslumbró al mundo con una revolución seductora en las montañas de Cuba y en contra del dictador pro estadounidense Fulgencio Batista.

Desde entonces, palabras etéreas como libertad y dignidad se representaron en las gorras y uniformes de campaña de los barbudos de Sierra Maestra y su líder, que así encabezó uno de lo giros históricos más drásticos del final del segundo milenio: la Revolución Cubana.

Cincuenta años de una larga batalla en los que Cuba pasó de ser una colonia monopolizada por Estados Unidos, un país de monocultivo azucarero y una población miserable en la que morían 79 de cada mil niños nacidos, a una nación sin analfabetismo, con un millón de graduados en sus universidades y una de las menores tasas de mortalidad infantil en todo el planeta.

La ONU clasifica a Cuba entre los países con desarrollo humano alto y el que con menos ingresos per cápita alcanza esta calificación, mientras que la Cepal reconoce a Cuba como el país que más recursos destina de su PIB a gasto social, triplicando al resto de la región. Datos que serían suficientes para ilustrar el espíritu y la honestidad con que se ha conducido el gobierno de Castro. Más aún, los mismos organismos internacionales aprecian la gigantesca aportación de los cubanos con la Operación Milagro, que ha devuelto la vista a más de un millón de seres humanos en esta zona del planeta, como muestra no sólo de generosidad sino de su avance científico y médico reconocido mundialmente. En paralelo, Cuba es también aclamada como una potencia mundial del deporte.

Pero lo más increíble es que todo ello lo ha logrado a pesar del más criminal de los bloqueos de que el mundo tenga memoria por parte de la nación más poderosa de la tierra, Estados Unidos, cuyas costas se alcanzan a ver casi a simple vista.

Por ello, la epopeya de Cuba es mucho más que estadísticas. Ha sido también la épica heroica de una nación que pudo permanecer de pie ante el garrote del gran patrón del mundo que a todos quiere de rodillas. Por eso mismo Fidel suscita tanta adoración como odios viscerales, sobre todo de aquellos mandatarios y presidentitos de aquí y de allá que instalados en la corrupción y la conveniencia ni siquiera han dejado huella en sus pueblos como no sea un tufo nauseabundo. De ahí las más feroces envidias por un hombre que hizo y dijo lo que ellos jamás se hubieran atrevido y que concentra las cámaras y la atención mediática de los grandes foros internacionales. Odiado y amado, sí. Pero nadie tan distante de la mediocridad como él.

Ahora, sin embargo, se impone el reposo del guerrero. En la crónica de un retiro anunciado, el viejo combatiente ha dicho que ha llegado el momento del relevo: “Mi deseo fue siempre cumplir el deber hasta el último aliento. Es lo que puedo ofrecer... no aspiraré ni aceptaré el cargo de presidente del Consejo de Estado y comandante en jefe”.

Es así que Fidel seguirá alimentando una novela histórica que empezó con el asalto al cuartel Moncada, el exilio en México y la planeación del regreso a Cuba en una mesa de San-borns del Prado junto con un fotógrafo que se ganaba la vida en la Alameda de enfrente y al que apodaban El Che. Luego la partida del Granma desde Tuxpan; el desembarco, el triunfo, el gobierno socialista, la cuasiholocáustica crisis de los misiles y los cientos de atentados en su contra. En suma, una saga legendaria.

Hoy, Cuba es una tarea inacabada. Las restricciones económicas y democráticas deben terminarse. Pero nadie ni dentro ni fuera puede negar la herencia enorme de Fidel Castro. Cuya hora final será la del siglo que arrastra con él y su leyenda.