El IFE que queremos
Detrás de la Noticia
Por supuesto que uno muy distinto al de 2006. Nada que tenga que ver con el engendro en que terminó convertido el IFE de Ugalde y sus secuaces. Y es que fue tal el desgaste y el desprestigio llegó a tales profundidades que ser consejero del IFE es hoy ser sujeto de sospecha y escarnio social.
Lejos quedaron los tiempos de aquellos precursores como Miguel Ángel Granados Chapa y José Agustín Ortiz Pinchetti o del IFE encabezado por José Woldenberg y en el que brillaron con luz propia Jesús Cantú, Jaime Cárdenas y Mauricio Merino, entre otros destacados consejeros. Un grupo colegiado que se caracterizó por su diversidad y pluralidad, pero al que distinguió el objetivo común de construir nuestra incipiente democracia con una enorme fuerza y pasión ciudadana. A diferencia enorme del IFE de hoy cuyos miembros de tan grises son irrecordables, a excepción de su presidente, célebre por otras razones.
Es en este día precisamente cuando el Congreso dará a conocer los nombres de los tres nuevos consejeros —incluido el nuevo presidente— que renovarán, aunque sea en sólo una tercera parte, el órgano electoral. Culmina así un proceso largo y confuso para el que se inscribieron originalmente 500 aspirantes, quienes se sometieron a una depuración y a interrogatorios con una extraña escala de calificación que redujo el elenco a 39 finalistas. Aunque nunca estuvieron claros los criterios de selección que llevaron a esta lista que se integró incluso con algunos de calificación reprobatoria pero con fuertes apoyos de los grandes partidos. Creo que los señores diputados nos deben una explicación.
Pero, con todo, habrá de reconocerse que la pasarela actual de evaluación pública es mucho mejor que la opacidad de 2003. Aunque nadie puede ser tan ingenuo como para ignorar que al final —y tal como establece la propia convocatoria— será necesariamente por el más amplio consenso entre PAN, PRI y PRD que se decida quiénes serán los tres nuevos consejeros entre los que deberá estar el nuevo presidente del IFE.
A propósito, y aunque la lista es todavía abundante, no parecen muchas las opciones para el máximo cargo. Y necesariamente destaca la figura de Genaro David Góngora Pimentel como la personalidad más completa para ser consejero presidente del IFE. Tiene una trayectoria que lo ha llevado a la presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación antes de su deterioro. Es ampliamente reconocido como tratadista del Derecho. Su fama pública es intachable. Y su hombría de bien —bueno de la palabra bueno, que diría Machado— no se discute. Baste decir que fue uno de los cuatro ministros que se opusieron con su voto a la irracional mayoría del fallo reciente de la Corta —perdón, la Corte— en contra de Lydia Cacho y a favor del góber Marín. De no ser él, las opciones serían los experimentados Jaime Cárdenas o Mauricio Merino que buscan regresar al instituto. En todo caso, se anticipa una feroz disputa entre partidos por aquello de las afinidades ideológicas y partidistas que pueden rayar en la paranoia. Desde luego que lo deseable sería un acuerdo sensato y unánime sobre los tres nuevos consejeros y, sobre todo, el nuevo presidente, y no la mecánica cuota de uno por partido.
De cualquier modo, lo que necesitamos urgentemente en este país es un IFE fuerte y confiable en la tarea cotidiana de la construcción de nuestra democracia. Pero sobre todo un IFE que recupere paulatinamente lo perdido en los tiempos recientes y que debería ser siempre patrimonio fundamental: su credibilidad.
Será una tarea extremadamente complicada por muy diversas razones: las recientes reformas al Cofipe nos dan como resultado un IFE más partidizado y menos ciudadanizado; la vigilancia desde San Lázaro a través de un contralor cuasiomnipotente será implacable; cargar con seis consejeros heredados representará un lastre muy pesado; las presiones de partidos y otros actores políticos se anticipan brutales; la injerencia del sector empresarial en asuntos electorales es y será cada vez más perruna.
Así que se requiere de algo más que funcionarios electorales. Lo que se necesita es de auténticos luchadores por la democracia que lo mismo disputen una complicada partida de ajedrez que sepan salir bien librados de la más feroz batalla campal.
Por supuesto que uno muy distinto al de 2006. Nada que tenga que ver con el engendro en que terminó convertido el IFE de Ugalde y sus secuaces. Y es que fue tal el desgaste y el desprestigio llegó a tales profundidades que ser consejero del IFE es hoy ser sujeto de sospecha y escarnio social.
Lejos quedaron los tiempos de aquellos precursores como Miguel Ángel Granados Chapa y José Agustín Ortiz Pinchetti o del IFE encabezado por José Woldenberg y en el que brillaron con luz propia Jesús Cantú, Jaime Cárdenas y Mauricio Merino, entre otros destacados consejeros. Un grupo colegiado que se caracterizó por su diversidad y pluralidad, pero al que distinguió el objetivo común de construir nuestra incipiente democracia con una enorme fuerza y pasión ciudadana. A diferencia enorme del IFE de hoy cuyos miembros de tan grises son irrecordables, a excepción de su presidente, célebre por otras razones.
Es en este día precisamente cuando el Congreso dará a conocer los nombres de los tres nuevos consejeros —incluido el nuevo presidente— que renovarán, aunque sea en sólo una tercera parte, el órgano electoral. Culmina así un proceso largo y confuso para el que se inscribieron originalmente 500 aspirantes, quienes se sometieron a una depuración y a interrogatorios con una extraña escala de calificación que redujo el elenco a 39 finalistas. Aunque nunca estuvieron claros los criterios de selección que llevaron a esta lista que se integró incluso con algunos de calificación reprobatoria pero con fuertes apoyos de los grandes partidos. Creo que los señores diputados nos deben una explicación.
Pero, con todo, habrá de reconocerse que la pasarela actual de evaluación pública es mucho mejor que la opacidad de 2003. Aunque nadie puede ser tan ingenuo como para ignorar que al final —y tal como establece la propia convocatoria— será necesariamente por el más amplio consenso entre PAN, PRI y PRD que se decida quiénes serán los tres nuevos consejeros entre los que deberá estar el nuevo presidente del IFE.
A propósito, y aunque la lista es todavía abundante, no parecen muchas las opciones para el máximo cargo. Y necesariamente destaca la figura de Genaro David Góngora Pimentel como la personalidad más completa para ser consejero presidente del IFE. Tiene una trayectoria que lo ha llevado a la presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación antes de su deterioro. Es ampliamente reconocido como tratadista del Derecho. Su fama pública es intachable. Y su hombría de bien —bueno de la palabra bueno, que diría Machado— no se discute. Baste decir que fue uno de los cuatro ministros que se opusieron con su voto a la irracional mayoría del fallo reciente de la Corta —perdón, la Corte— en contra de Lydia Cacho y a favor del góber Marín. De no ser él, las opciones serían los experimentados Jaime Cárdenas o Mauricio Merino que buscan regresar al instituto. En todo caso, se anticipa una feroz disputa entre partidos por aquello de las afinidades ideológicas y partidistas que pueden rayar en la paranoia. Desde luego que lo deseable sería un acuerdo sensato y unánime sobre los tres nuevos consejeros y, sobre todo, el nuevo presidente, y no la mecánica cuota de uno por partido.
De cualquier modo, lo que necesitamos urgentemente en este país es un IFE fuerte y confiable en la tarea cotidiana de la construcción de nuestra democracia. Pero sobre todo un IFE que recupere paulatinamente lo perdido en los tiempos recientes y que debería ser siempre patrimonio fundamental: su credibilidad.
Será una tarea extremadamente complicada por muy diversas razones: las recientes reformas al Cofipe nos dan como resultado un IFE más partidizado y menos ciudadanizado; la vigilancia desde San Lázaro a través de un contralor cuasiomnipotente será implacable; cargar con seis consejeros heredados representará un lastre muy pesado; las presiones de partidos y otros actores políticos se anticipan brutales; la injerencia del sector empresarial en asuntos electorales es y será cada vez más perruna.
Así que se requiere de algo más que funcionarios electorales. Lo que se necesita es de auténticos luchadores por la democracia que lo mismo disputen una complicada partida de ajedrez que sepan salir bien librados de la más feroz batalla campal.