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sábado, 17 de noviembre de 2007

Ninguna ayuda para el último rincón de Tabasco: pobladores de Oxolotán

* “Desde hace 20 días que vino la crecida, sólo nos han dado una despensa”, dicen

* Ni siquiera el presidente municipal ha acudido al confín del Edén, señalan

* Llegó un helicóptero al pueblo pero sólo traía científicos que analizan un posible desgajamiento


Alonso Urrutia y René Alberto López

Oxolotán, Tab., 15 de noviembre. “¿Será porque vivimos en el último rincón del estado que no nos dan nada?”, reniega Emilia Cruz. “Al pie del cerro comienza Tabasco”, o termina, según se vea. Por el olvido en que los tienen como damnificados sin duda están en el confín del Edén.

“Hace 20 días que se vino la crecida y sólo nos han dado un cartón de despensa. Ni el presidente (municipal) ha venido y el delegado se queda con lo poco que traen para sus gentes”.

Hoy llegó un helicóptero al pueblo, pero sólo trajo pura decepción, porque no era ayuda. Eran científicos –geólogos y vulcanólogos– que llegaron a analizar el extraño caso de la ranchería Francisco I. Madero, que ha resentido movimientos del suelo y está al borde de un desgajamiento, si las lluvias vuelven, según Protección Civil del estado.

El operativo está ya preparado: el Ejército entrará a desalojar toda la ranchería y ya no podrán regresar, por los riesgos inherentes. Las razones de la evacuación van desde el desgajamiento por las intensas lluvias, o bien, la posibilidad de un “supuesto volcán”, según dice un militar que resguarda el helicóptero.

Oxolotán ha sido elegido para albergar a los desalojados por los militares; quizá entonces les lleguen mayores apoyos aunque sus pobladores sólo los miren pasar, como hasta ahora.

Una mezcla de indignación y desilusión domina el ánimo colectivo por la ausencia de apoyos y el abuso del delegado municipal, René Méndez. Lo poco que ha llegado lo ha embodegado y no atiende a la necesidad del pueblo.

Esta comunidad tiene un problema para que se le reconozca como un poblado de damnificados: la crecida del río del mismo nombre fue el 28 de octubre y permaneció así ocho horas, hasta que con el amanecer se fueron de nuevo las aguas. Por eso no les creen, pero con esas aguas se fueron sus cosas igualmente y por eso están en la misma condición que medio estado, sin sus cosas y con la misma necesidad.

Casi lo pueden jurar y las marcas del agua están ahí para corroborarlo. Lázaro Rueda es quizá uno de los más vehementes detractores del delegado municipal y del edil, Polemar Calzada, por añadidura a quienes de lo que menos los acusa es de negligentes, por su displicencia para considerar el caso de Oxolotán como una emergencia.

Su problema es que después de aquella creciente del 28 se vinieron todas las aguas sobre Villahermosa y desde entonces nadie se acuerda de ellos. Miguel Caudillo es el vigilante comunitario de Oxolotán y cuenta que aquella noche anduvo sacando gentes de sus casas porque la crecida les llegó de noche y alcanzó más de dos metros.

Hace dos años que funge como vigilante, y en esta comunidad apartada, es el único que trae un aparato de radiocomunicación. Oxolotán es un pueblo peculiar, pues a pesar de estar apartado tener poca población, cuenta con preparatoria y hasta con una universidad. Sus límites con Chiapas, lo hacen un atractivo para los estudiantes chiapanecos, que carecen en esta región de planteles de educación media superior y superior.

El albergue de los estudiantes fue de lo primero que se fue al agua, pues está próximo al río, pero si la población en general tiene muy poco que esperar, menos aún quienes ni siquiera son del estado. El delegado municipal ya se lo dijo sin ambages: no habrá la más mínima ayuda para restituirles, ropa, libros, estufas… casi todo. Esa noche, dice Maribel, “salimos con el agua casi al pecho, sin luz y, obvio, sin nada”.

Si la pasividad de la autoridad municipal les incomoda, el “robo” –como aseguran algunos– de la poca ropa que les ha sido enviada a la localidad para reponer todo lo perdido, les molesta.

“Yo no soy damnificada”, dice una mujer regordeta de nombre Rosa María Pérez, “pero sí me dan lástima que no les den nada. Unas despensas que llegaron, algo de ropa y ya. Anoche mi marido fue a espiar en la bodega donde las tienen y vio a algunas mujeres robándosela y todavía le gritaron a mi esposo que no fuera puto, que diera la cara como hombre y que si ya se la habían robado, pues ya era de ellas”.

El convencimiento colectivo de sus necesidades por la inundación sólo tiene un reflejo oficial, la presencia de los militares que mantienen un cocina comunitaria, lo único que ha sostenido el gobierno federal, pues de la administración estatal, aseguran, no ha habido nada, o casi nada.