La bomba vacía; las penas del imperio
Rafael Cardona
El 19 de mayo de 1962 Marilyn Monroe era la mujer más sensual y famosa del mundo. Envuelta o forrada en un vestido sedoso y cristalino (puesto a la venta más tarde con toda su pedrería fulgurante en más de un millón de dólares) llegó con un tapado de armiño al Madison Square Garden de Nueva York para festejar el cumpleaños 45 de John Kennedy, en ese momento, el hombre más célebre del planeta. Poco tiempo después ambos estarían muertos. Pero eso es otra cosa.
Tras la presentación de Peter Lawford, la rubia de platino cantó para el carismático bostoniano una patética versión exagerada, untuosa y alcoholizada del “happy birthday” y dejó para la posteridad una lección: no se mezclan en la política las mujeres, los tragos y los escenarios públicos. O no se debería hacer.
Lección al parecer incomprendida —en Nueva York o en Tláhuac— por aquellos capaces de compartir el ridículo con quien además dividen lecho y techo.
Lo peor es voltear la vista para no mirar los focos rojos.
Pero hoy, mientras las inundaciones tabasqueñas siguen ocupando las horas de la estéril discusión sobre la inmoralidad de “partidizar el auxilio” y la aun más grave de aprovechar esa conducta —real o manipulada—, para condenar a los adversarios (como hace el “golpeador designado” Javier Lozano), las malas artes de los políticos estadunidenses nos vuelven a herir.
Nos trae la prensa americana datos escalofriantes acerca de la postura de políticos en campaña, cuya oferta racista se arropa bajo el nuevo manto de todos los días: el combate a las drogas, trampa en la cual los mexicanos hemos caído pues en el nombre de esa cruzada nos sometemos a toda estrategia y disposición del imperio. Y no en materia política o financiera nada más, sino en la táctica ajena para seguir con el férreo control del gran negocio con la apariencia de su combate.
De entre todas las voces se hace notar la de Tom Tancredo quien dice con llaneza simplona y peligrosa: México es un cártel de la droga y el riesgo de la migración es de oculta gravedad lejana a los discursos de los políticos actuales, lo cual no hace sino encender los odios y apresurar los linchamientos.
Tancredo es un “nuca roja” (red neck) con mínimas posibilidades de saltar desde su asiento en el Congreso como representante del VI Distrito de Colorado a la Casa Blanca aun cuando se diga “próximo presidente de los Estados Unidos”. Pero más allá de sus reales posibilidades la propaganda de este caballero muestra el clima de persecución de los mexicanos indocumentados (para nosotros) e ilegales (para aquel gobierno) en Estados Unidos.
Los gringos presionan de muchas maneras y en algunos casos logran reacciones casi siempre encendidas pero imprácticas por parte de los mexicanos. En este caso reciente Don Felipe Calderón ha sacado la cara para defender a los nacionales foráneos con argumentos tan conmovedores como estériles.
“Sí tengo parientes en Estados Unidos”, le declaró a un periodista extranjero. “Lo que puedo decir es que son gente que trabaja y respeta a ese país, gente que paga impuestos a su gobierno, gente que cosecha las verduras que probablemente usted come, gente que sirve los platos en restaurantes, que contribuye a la prosperidad de esa nación”.
Ya días antes el Ejecutivo había expresado su compromiso de actuar en defensa de los derechos de nuestros paisanos (ahora les llaman connacionales, como invidentes a los ciegos), postura humanitaria y nacionalista ante la cual nadie podría oponerse pero frente a cuya aflicción práctica el lábaro patrio se atora.
“El 15 de septiembre las cadenas estadunidenses Univisión y Telemundo —dice el diario El Oaxaqueño emitido por “oaxacalifornia.com”—, transmitieron el spot que la Presidencia de la República elaboró (sic) a propósito de las celebraciones de la Independencia de México este mensaje se transmitió justo después de aplazar su gira por Estados Unidos, que incluía una agenda de reuniones con migrantes mexicanos.
“En el mensaje televisivo, Felipe Calderón Hinojosa prometió que pronto estará con ellos “personalmente”, hombro con hombro, y de paso insistió en sus críticas a la política migratoria de Washington.
“Calderón decidió aplazar su gira, que iba a realizar del 23 al 26 de septiembre a Nueva York y Chicago, con el argumento de que prefería mantenerse atento a las negociaciones de las reformas fiscal y electoral, además de supervisar las labores de auxilio a los habitantes afectados por las recientes inundaciones en Tamaulipas y Veracruz.
“Fuentes de la Presidencia de la República informaron que la visita del mexicano a Estados Unidos se efectuará a finales de octubre, y tendrá como tema central la situación de los migrantes... Dijo (FCH) que su gobierno defiende los derechos de los mexicanos que residen en Estados Unidos a través de su red consular que, “ha abierto cinco nuevas oficinas y ha aumentado significativamente su personal en los últimos nueve meses”.
“Calderón prometió que apoyará a los mexicanos a pesar de encontrarse lejos del país y cerró su mensaje diciendo: ‘¡Que vivan los mexicanos en todo el mundo! ¡Que viva México!’”.
Sin embargo, uno debe analizar cuáles son más allá de los consulares los derechos de los mexicanos. El trabajo, la salud, la educación, la seguridad y otros más cuya enumeración seria prolija. Derechos todos estos conculcados por la realidad nacional y cuya inobservancia es causa de migración obligada.
Más allá del simplismo foxista de atribuirle nada más condiciones culturales al anhelado cruce fronterizo, casi como exhibición machista de audacia (si así fuera no habrían tantas mujeres en el éxodo), la realidad es apabullante: los derechos por cuya defensa entonamos el grito nacionalista no se pueden garantizar en México; mucho menos fuera de las fronteras.
Lo demás es demagogia.
Tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos. Frase cuya paternidad se disputan los historiadores para Vicente Riva Palacio o Sebastián Lerdo de Tejada; El Nigromante o Guillermo Prieto, pero triste realidad de cada día. El potente imperio tiene demasiadas armas y una de ellas es la penetración calumniosa de sus medios.
Un ejemplo de esto es la ruin campaña de hace años en contra de Manlio Fabio Beltrones cuya primera edición se dio cuando era gobernador de Sonora y se repitió recientemente cuando Vicente Fox sacó un cadáver de la fosa: “Manlio está vinculado con la droga y la DEA le guarda gordo y jugoso expediente”. Mentiras, puras falsedades…
Con el auxilio de dos de sus corresponsales en México, Sam Dillon y Julia Preston, The New York Times se comportó como suele hacerlo: útil frente a las órdenes combinadas del Departamento de Estado alimentado a su vez por las agencias de inteligencia especializadas o no en cuestiones de narcotráfico.
La gran prensa americana se comporta como dice el reputado investigador social Roderic A. Camp desde el Claremont Collage de California: “…los medios contribuyen en forma positiva a la exploración de estos asuntos, (pero) puede haber casos en que las acusaciones de supuestos nexos con narcotraficantes o corrupción relacionada con el narcotráfico son difundidas en medios, manchando reputaciones.
“Muchas de éstas —sigue diciendo Camp—, provienen de fuentes no identificadas; en algunos casos de criminales que dan su testimonio ante los tribunales o agentes antidrogas de manera oficiosa o confidencial. Tales imputaciones pueden desprestigiar fácilmente y los funcionarios públicos parecen culpables por mera asociación. La sola mención de un nombre en un artículo donde se publican dichas acusaciones puede lesionar permanentemente la reputación de un individuo”.
Y eso se quiso hacer contra Beltrones con nulos resultados. El NYT se hizo para atrás, aun cuando de manera discreta; la Procuraduría General de la República indagó y nada halló.
“Informo a usted —le dice la PGR a Beltrones—, que hasta el día de hoy a más de 10 años de la investigación realizada en su momento, no cuenta con averiguación previa alguna o información de inteligencia de algún órgano auxiliar de la procuración de justicia nacional o extranjero; en especial respecto de la DEA, que lo relacione en forma alguna en actividades de narcotráfico”.
Todo esto nada más tendría importancia política si no fuera por su extensión en cuanto al periodismo y la actitud casi siempre idolátrica de los periodistas mexicanos ante el NYT. Ni a la guadalupana se le hincan tanto. Por una serie de ocho reportajes (uno de los cuales enlodaba a Beltrones y Carrillo Olea, ambos inocentes) les dieron el Premio Pulitzer en 1997.
A pesar de haberse probado la falsedad, nadie quiso retractarse de manera plena. Por eso Rosemblum escribe: “... la guerra declarada contra narcotraficantes, terroristas, conductores ebrios o peatones imprudentes, puede considerarse perdida de antemano si, con el afán de alcanzar la victoria, los derechos en que se sustenta la democracia son pisoteados en nombre de la conveniencia por la torpeza o el uso periodístico escandaloso”.
En relación con este caso valdría la pena leer el libro No hay acusador ni crimen; pero tú eres culpable, escrito por el periodista estadunidense Keith Rosemblum.
El 19 de mayo de 1962 Marilyn Monroe era la mujer más sensual y famosa del mundo. Envuelta o forrada en un vestido sedoso y cristalino (puesto a la venta más tarde con toda su pedrería fulgurante en más de un millón de dólares) llegó con un tapado de armiño al Madison Square Garden de Nueva York para festejar el cumpleaños 45 de John Kennedy, en ese momento, el hombre más célebre del planeta. Poco tiempo después ambos estarían muertos. Pero eso es otra cosa.
Tras la presentación de Peter Lawford, la rubia de platino cantó para el carismático bostoniano una patética versión exagerada, untuosa y alcoholizada del “happy birthday” y dejó para la posteridad una lección: no se mezclan en la política las mujeres, los tragos y los escenarios públicos. O no se debería hacer.
Lección al parecer incomprendida —en Nueva York o en Tláhuac— por aquellos capaces de compartir el ridículo con quien además dividen lecho y techo.
Lo peor es voltear la vista para no mirar los focos rojos.
Pero hoy, mientras las inundaciones tabasqueñas siguen ocupando las horas de la estéril discusión sobre la inmoralidad de “partidizar el auxilio” y la aun más grave de aprovechar esa conducta —real o manipulada—, para condenar a los adversarios (como hace el “golpeador designado” Javier Lozano), las malas artes de los políticos estadunidenses nos vuelven a herir.
Nos trae la prensa americana datos escalofriantes acerca de la postura de políticos en campaña, cuya oferta racista se arropa bajo el nuevo manto de todos los días: el combate a las drogas, trampa en la cual los mexicanos hemos caído pues en el nombre de esa cruzada nos sometemos a toda estrategia y disposición del imperio. Y no en materia política o financiera nada más, sino en la táctica ajena para seguir con el férreo control del gran negocio con la apariencia de su combate.
De entre todas las voces se hace notar la de Tom Tancredo quien dice con llaneza simplona y peligrosa: México es un cártel de la droga y el riesgo de la migración es de oculta gravedad lejana a los discursos de los políticos actuales, lo cual no hace sino encender los odios y apresurar los linchamientos.
Tancredo es un “nuca roja” (red neck) con mínimas posibilidades de saltar desde su asiento en el Congreso como representante del VI Distrito de Colorado a la Casa Blanca aun cuando se diga “próximo presidente de los Estados Unidos”. Pero más allá de sus reales posibilidades la propaganda de este caballero muestra el clima de persecución de los mexicanos indocumentados (para nosotros) e ilegales (para aquel gobierno) en Estados Unidos.
Los gringos presionan de muchas maneras y en algunos casos logran reacciones casi siempre encendidas pero imprácticas por parte de los mexicanos. En este caso reciente Don Felipe Calderón ha sacado la cara para defender a los nacionales foráneos con argumentos tan conmovedores como estériles.
“Sí tengo parientes en Estados Unidos”, le declaró a un periodista extranjero. “Lo que puedo decir es que son gente que trabaja y respeta a ese país, gente que paga impuestos a su gobierno, gente que cosecha las verduras que probablemente usted come, gente que sirve los platos en restaurantes, que contribuye a la prosperidad de esa nación”.
Ya días antes el Ejecutivo había expresado su compromiso de actuar en defensa de los derechos de nuestros paisanos (ahora les llaman connacionales, como invidentes a los ciegos), postura humanitaria y nacionalista ante la cual nadie podría oponerse pero frente a cuya aflicción práctica el lábaro patrio se atora.
“El 15 de septiembre las cadenas estadunidenses Univisión y Telemundo —dice el diario El Oaxaqueño emitido por “oaxacalifornia.com”—, transmitieron el spot que la Presidencia de la República elaboró (sic) a propósito de las celebraciones de la Independencia de México este mensaje se transmitió justo después de aplazar su gira por Estados Unidos, que incluía una agenda de reuniones con migrantes mexicanos.
“En el mensaje televisivo, Felipe Calderón Hinojosa prometió que pronto estará con ellos “personalmente”, hombro con hombro, y de paso insistió en sus críticas a la política migratoria de Washington.
“Calderón decidió aplazar su gira, que iba a realizar del 23 al 26 de septiembre a Nueva York y Chicago, con el argumento de que prefería mantenerse atento a las negociaciones de las reformas fiscal y electoral, además de supervisar las labores de auxilio a los habitantes afectados por las recientes inundaciones en Tamaulipas y Veracruz.
“Fuentes de la Presidencia de la República informaron que la visita del mexicano a Estados Unidos se efectuará a finales de octubre, y tendrá como tema central la situación de los migrantes... Dijo (FCH) que su gobierno defiende los derechos de los mexicanos que residen en Estados Unidos a través de su red consular que, “ha abierto cinco nuevas oficinas y ha aumentado significativamente su personal en los últimos nueve meses”.
“Calderón prometió que apoyará a los mexicanos a pesar de encontrarse lejos del país y cerró su mensaje diciendo: ‘¡Que vivan los mexicanos en todo el mundo! ¡Que viva México!’”.
Sin embargo, uno debe analizar cuáles son más allá de los consulares los derechos de los mexicanos. El trabajo, la salud, la educación, la seguridad y otros más cuya enumeración seria prolija. Derechos todos estos conculcados por la realidad nacional y cuya inobservancia es causa de migración obligada.
Más allá del simplismo foxista de atribuirle nada más condiciones culturales al anhelado cruce fronterizo, casi como exhibición machista de audacia (si así fuera no habrían tantas mujeres en el éxodo), la realidad es apabullante: los derechos por cuya defensa entonamos el grito nacionalista no se pueden garantizar en México; mucho menos fuera de las fronteras.
Lo demás es demagogia.
Tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos. Frase cuya paternidad se disputan los historiadores para Vicente Riva Palacio o Sebastián Lerdo de Tejada; El Nigromante o Guillermo Prieto, pero triste realidad de cada día. El potente imperio tiene demasiadas armas y una de ellas es la penetración calumniosa de sus medios.
Un ejemplo de esto es la ruin campaña de hace años en contra de Manlio Fabio Beltrones cuya primera edición se dio cuando era gobernador de Sonora y se repitió recientemente cuando Vicente Fox sacó un cadáver de la fosa: “Manlio está vinculado con la droga y la DEA le guarda gordo y jugoso expediente”. Mentiras, puras falsedades…
Con el auxilio de dos de sus corresponsales en México, Sam Dillon y Julia Preston, The New York Times se comportó como suele hacerlo: útil frente a las órdenes combinadas del Departamento de Estado alimentado a su vez por las agencias de inteligencia especializadas o no en cuestiones de narcotráfico.
La gran prensa americana se comporta como dice el reputado investigador social Roderic A. Camp desde el Claremont Collage de California: “…los medios contribuyen en forma positiva a la exploración de estos asuntos, (pero) puede haber casos en que las acusaciones de supuestos nexos con narcotraficantes o corrupción relacionada con el narcotráfico son difundidas en medios, manchando reputaciones.
“Muchas de éstas —sigue diciendo Camp—, provienen de fuentes no identificadas; en algunos casos de criminales que dan su testimonio ante los tribunales o agentes antidrogas de manera oficiosa o confidencial. Tales imputaciones pueden desprestigiar fácilmente y los funcionarios públicos parecen culpables por mera asociación. La sola mención de un nombre en un artículo donde se publican dichas acusaciones puede lesionar permanentemente la reputación de un individuo”.
Y eso se quiso hacer contra Beltrones con nulos resultados. El NYT se hizo para atrás, aun cuando de manera discreta; la Procuraduría General de la República indagó y nada halló.
“Informo a usted —le dice la PGR a Beltrones—, que hasta el día de hoy a más de 10 años de la investigación realizada en su momento, no cuenta con averiguación previa alguna o información de inteligencia de algún órgano auxiliar de la procuración de justicia nacional o extranjero; en especial respecto de la DEA, que lo relacione en forma alguna en actividades de narcotráfico”.
Todo esto nada más tendría importancia política si no fuera por su extensión en cuanto al periodismo y la actitud casi siempre idolátrica de los periodistas mexicanos ante el NYT. Ni a la guadalupana se le hincan tanto. Por una serie de ocho reportajes (uno de los cuales enlodaba a Beltrones y Carrillo Olea, ambos inocentes) les dieron el Premio Pulitzer en 1997.
A pesar de haberse probado la falsedad, nadie quiso retractarse de manera plena. Por eso Rosemblum escribe: “... la guerra declarada contra narcotraficantes, terroristas, conductores ebrios o peatones imprudentes, puede considerarse perdida de antemano si, con el afán de alcanzar la victoria, los derechos en que se sustenta la democracia son pisoteados en nombre de la conveniencia por la torpeza o el uso periodístico escandaloso”.
En relación con este caso valdría la pena leer el libro No hay acusador ni crimen; pero tú eres culpable, escrito por el periodista estadunidense Keith Rosemblum.