El valor del silencio en Fox
Héctor Gamboa Quintero
El ex Presidente Vicente Fox debió ofrecer anteayer otra conferencia de las suyas en Estados Unidos. Ojalá la Divina Providencia le haya permitido salir bien librado de ese compromiso. Muchos mexicanos suelen angustiarse cuando saben que tan peculiar ex mandatario hará uso de la palabra en público allende las fronteras nacionales.
Es así porque temen o les preocupa que una vez más salga con los desfiguros verbales que forman parte de su más acendrado modo de ser. Pero ojalá también que en estas alturas haya aprendido los tres consejos que Jesús Reyes Heroles, el último de los grandes ideólogos del PRI, solía dar a los oradores. Según contó el articulista José Elías Romero Apis en la revista Siempre!, esos consejos son: “Habla claro, habla fuerte y habla breve”. No debe ser fácil seguir a pie juntillas estas recomendaciones y menos en tratándose de alguien como Fox, acostumbrado a expresar lo que le viene en gana y a la hora que sea. En su texto más reciente para la revista fundada y dirigida por el también gran periodista José Pagés Llergo, y que ahora está a cargo de su hija Beatriz Pagés Rebollar, diputada federal priísta, Romero Apis reflexiona sobre la complejidad que representa para un político hablar en el extranjero.
A su juicio, necesita para ello poseer cuatro específicas virtudes: Ser muy elocuente, ser muy inteligente, ser muy pertinente y ser muy prudente. ¿Tendrá Fox estas distinciones en paquete o sólo algunas de ellas? Deben sobrar los que opinen que carece de todas y cada una de tales prendas, con excepción quizá de la primera, si bien la elocuencia no es una prenda menor, sino todo lo contrario.
Las demás que cita Romero Apis se cocinan aparte. Inteligencia, pertinencia y prudencia son distinciones personales que por desgracia no se adquieren a precio módico en el estanquillo de la esquina del barrio. Probablemente no sea dable encontrarlas ni con la ayuda de la lámpara de Diógenes.
Romero Apis señala también en su texto que, así como se dice que es muy difícil ser profeta en tierra propia, es igualmente muy difícil ser orador en tierra ajena. Postula en este sentido que los ejemplos de éxito tribunicio en casa ajena son muy escasos.
Al respecto, evoca que John F. Kennedy dijo un buen discurso en Berlín, allá por los sesenta, pero con el agravante de que no lo escribió él, sino uno de sus asistentes. Por otro lado, cuando el entonces Presidente de Estados Unidos estuvo en la Ciudad de México en visita oficial, traía en sus alforjas una agradable pieza oratoria propia. Sin embargo, prefirió que la pronunciara su carismática esposa Jacqueline.
Obviamente que no resulta posible establecer alguna forma de comparación entre Fox y Kennedy, políticamente hablando. Fox se desinfló como presidente a las primeras de cambio. Kennedy, en cambio, fue abatido mortalmente cuando se disponía a tomar su segundo aire como mandatario norteamericano. Aparte, Kennedy era un tremendo orador.
Fox nunca ha pasado de la bravuconería dialéctica, lejos en años luz de las ideas. El problema es que en México los oradores de fuste suelen ser identificados popularmente como jilgueros o demagogos porque hablan mucho sin decir nada.
La oratoria priísta, por ejemplo, fundó toda una escuela de palabrería vana que hoy en buena hora se encuentra en retirada. Hoy, ni siquiera por amable condescendencia, nadie aguanta un discurso de 15 minutos dicho en el soporífero corte de antaño.
Hoy también son cada menos frecuentes los torneos de oratoria en las escuelas.
Debe ser criminal preparar jilgueros buenos sólo para el grito desaforado, cuando lo importante en estas rutinas es, o debe ser, la ilación lógica de los conceptos.
De este modo, el desgaste o la deformación de esa clase de oratoria, cuyas raíces vienen de los tribunos romanos y griegos, abrió la puerta para el surgimiento de expositores modernos quizá más censurables que los del pasado por su manifiesta incapacidad para igualmente darse a entender como Dios manda. Si Reyes Heroles dijo que el buen orador debe hablar claro, fuerte y breve, prácticamente esta receta la puso en chino.
Lo curioso es que este célebre político veracruzano no fue precisamente un orador de polendas. Su mérito, sin embargo, radicó en que se trataba de un hombre inteligente que, porque lo era, sabía pensar.
Con dos o tres frases (escritas o habladas), Reyes Heroles podía ser demoledor. El caso es que en el México de esta coyuntura es notorio que el jilguerismo no es ya un quehacer que emocione mayormente a nadie.
Las cosas en esta materia se han puesto tan al revés que hasta un personaje como Fox se gana parcialmente la vida como expositor en foros escolares y especializados. Otro cantar es que acostumbre regar las tostadas ante esas audiencias. Lo cierto es que le pagan por escucharlo, inscrito como está en un circuito de conferenciantes internacionales que le obliga a presentarse en eventos donde tiene que hacer uso de la palabra.
A ningún ex Presidente mexicano se le extendió una convocatoria similar, aun tratándose de políticos mayormente aptos que Fox para disertar en público. Piénsese, por ejemplo, en José López Portillo, Miguel de la Madrid Hurtado, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo, dotados de saber académico y político, además de razonable coherencia verbal.
Más allá de lo que políticamente se quiera pensar de ellos por la forma en que se condujeron sexenalmente, la verdad es que hubieran hecho mejor papel que Fox como opinadores profesionales.
Patético, Fox terminó incluso por aborrecer las entrevistas periodísticas, especialmente cuando intuye que no le serán favorables. Sorprendente caso de negación personal de alguien que como él llegó hasta donde llegó por una desaforada ayuda mediática
El ex Presidente Vicente Fox debió ofrecer anteayer otra conferencia de las suyas en Estados Unidos. Ojalá la Divina Providencia le haya permitido salir bien librado de ese compromiso. Muchos mexicanos suelen angustiarse cuando saben que tan peculiar ex mandatario hará uso de la palabra en público allende las fronteras nacionales.
Es así porque temen o les preocupa que una vez más salga con los desfiguros verbales que forman parte de su más acendrado modo de ser. Pero ojalá también que en estas alturas haya aprendido los tres consejos que Jesús Reyes Heroles, el último de los grandes ideólogos del PRI, solía dar a los oradores. Según contó el articulista José Elías Romero Apis en la revista Siempre!, esos consejos son: “Habla claro, habla fuerte y habla breve”. No debe ser fácil seguir a pie juntillas estas recomendaciones y menos en tratándose de alguien como Fox, acostumbrado a expresar lo que le viene en gana y a la hora que sea. En su texto más reciente para la revista fundada y dirigida por el también gran periodista José Pagés Llergo, y que ahora está a cargo de su hija Beatriz Pagés Rebollar, diputada federal priísta, Romero Apis reflexiona sobre la complejidad que representa para un político hablar en el extranjero.
A su juicio, necesita para ello poseer cuatro específicas virtudes: Ser muy elocuente, ser muy inteligente, ser muy pertinente y ser muy prudente. ¿Tendrá Fox estas distinciones en paquete o sólo algunas de ellas? Deben sobrar los que opinen que carece de todas y cada una de tales prendas, con excepción quizá de la primera, si bien la elocuencia no es una prenda menor, sino todo lo contrario.
Las demás que cita Romero Apis se cocinan aparte. Inteligencia, pertinencia y prudencia son distinciones personales que por desgracia no se adquieren a precio módico en el estanquillo de la esquina del barrio. Probablemente no sea dable encontrarlas ni con la ayuda de la lámpara de Diógenes.
Romero Apis señala también en su texto que, así como se dice que es muy difícil ser profeta en tierra propia, es igualmente muy difícil ser orador en tierra ajena. Postula en este sentido que los ejemplos de éxito tribunicio en casa ajena son muy escasos.
Al respecto, evoca que John F. Kennedy dijo un buen discurso en Berlín, allá por los sesenta, pero con el agravante de que no lo escribió él, sino uno de sus asistentes. Por otro lado, cuando el entonces Presidente de Estados Unidos estuvo en la Ciudad de México en visita oficial, traía en sus alforjas una agradable pieza oratoria propia. Sin embargo, prefirió que la pronunciara su carismática esposa Jacqueline.
Obviamente que no resulta posible establecer alguna forma de comparación entre Fox y Kennedy, políticamente hablando. Fox se desinfló como presidente a las primeras de cambio. Kennedy, en cambio, fue abatido mortalmente cuando se disponía a tomar su segundo aire como mandatario norteamericano. Aparte, Kennedy era un tremendo orador.
Fox nunca ha pasado de la bravuconería dialéctica, lejos en años luz de las ideas. El problema es que en México los oradores de fuste suelen ser identificados popularmente como jilgueros o demagogos porque hablan mucho sin decir nada.
La oratoria priísta, por ejemplo, fundó toda una escuela de palabrería vana que hoy en buena hora se encuentra en retirada. Hoy, ni siquiera por amable condescendencia, nadie aguanta un discurso de 15 minutos dicho en el soporífero corte de antaño.
Hoy también son cada menos frecuentes los torneos de oratoria en las escuelas.
Debe ser criminal preparar jilgueros buenos sólo para el grito desaforado, cuando lo importante en estas rutinas es, o debe ser, la ilación lógica de los conceptos.
De este modo, el desgaste o la deformación de esa clase de oratoria, cuyas raíces vienen de los tribunos romanos y griegos, abrió la puerta para el surgimiento de expositores modernos quizá más censurables que los del pasado por su manifiesta incapacidad para igualmente darse a entender como Dios manda. Si Reyes Heroles dijo que el buen orador debe hablar claro, fuerte y breve, prácticamente esta receta la puso en chino.
Lo curioso es que este célebre político veracruzano no fue precisamente un orador de polendas. Su mérito, sin embargo, radicó en que se trataba de un hombre inteligente que, porque lo era, sabía pensar.
Con dos o tres frases (escritas o habladas), Reyes Heroles podía ser demoledor. El caso es que en el México de esta coyuntura es notorio que el jilguerismo no es ya un quehacer que emocione mayormente a nadie.
Las cosas en esta materia se han puesto tan al revés que hasta un personaje como Fox se gana parcialmente la vida como expositor en foros escolares y especializados. Otro cantar es que acostumbre regar las tostadas ante esas audiencias. Lo cierto es que le pagan por escucharlo, inscrito como está en un circuito de conferenciantes internacionales que le obliga a presentarse en eventos donde tiene que hacer uso de la palabra.
A ningún ex Presidente mexicano se le extendió una convocatoria similar, aun tratándose de políticos mayormente aptos que Fox para disertar en público. Piénsese, por ejemplo, en José López Portillo, Miguel de la Madrid Hurtado, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo, dotados de saber académico y político, además de razonable coherencia verbal.
Más allá de lo que políticamente se quiera pensar de ellos por la forma en que se condujeron sexenalmente, la verdad es que hubieran hecho mejor papel que Fox como opinadores profesionales.
Patético, Fox terminó incluso por aborrecer las entrevistas periodísticas, especialmente cuando intuye que no le serán favorables. Sorprendente caso de negación personal de alguien que como él llegó hasta donde llegó por una desaforada ayuda mediática