BUCARELI
Esa tarde salí del cine con el alma en un puño, agobiado por la tragedia, perdida la esperanza.
Flash Gordon había caído al cráter del volcán en erupción, envuelto en llamas y fumarolas, arrollado por la lava, oculto bajo una lluvia de piedras ardientes. Fue cuando apareció aquel letrero: “Vea la continuación el próximo viernes”. Perder un héroe de esa magnitud a los nueve años de edad no sólo impacta, enferma. Cuando mi mamá vio mi aspecto preparó el remedio inicial de todos nuestros males físicos y hasta síquicos: un platón de caldo de pollo. Y si no me dio ecuanil es porque no se había inventado.
Pasé una semana fatal, negra, terrible. Omito entrar en detalles por no amargarle a usted la que comienza. Baste decir que conté los días, las horas, los minutos y los segundos, y volví al Mundial cuando lo abrían, la lejía fresca en el piso, el formol esparcido en el aire contra insectos y espectadores. Se apagó la luz y empezó el episodio más temido que esperado. La primera escena volvía a mostrar la catastrófica erupción, el cráter partido en gajos, la lumbre líquida escurriendo por las laderas. Por una de ellas apareció Flash Gordon sacudiéndose el polvo del traje espacial, la muchacha, rubia por supuesto, y el sabio calvo y barbón lo recibieron con un “hola” escueto y bajaron juntos a la llanura. Mi héroe y La invasión de Mongo se habían salvado.
Cuando antier sábado hizo erupción el volcán de San Lázaro, creí que era un remake de la película de 70 años antes. Don Felipe Calderón apareció, después de la conmoción, sacudiéndose las cenizas, qué digo las cenizas, ni siquiera volteó a verse el traje como los toreros después de un revolcón. Fue recibido por las muchachas y los sabios que lo cobijaron con enhorabuenas y felicitaciones. Había entregado el Informe y cumplido el artículo 69 en menos de lo que usted tarda en leer este párrafo. No usó el micrófono de la tribuna sino uno de mano, no se le rindieron honores protocolarios en el salón y no se le colocó el atril con el Escudo Nacional.
La primera acepción de la palabra “informe”, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, es “noticia o instrucción que se da de un negocio o suceso... acción y efecto de informar...”. Inobjetable. No fue súbita ni sorpresiva la erupción de San Lázaro. Había dado muestras precoces de sus intenciones. Entre las primeras, el calambre de una propuesta para discutir, polemizar, y la respuesta automática: no es día para eso sino para cumplir con la ley y entregar lo obligado. El segundo terremoto precursor tuvo lugar cuando el PRD anunció que impediría no sólo cualquier intento de hablar al Presidente, sino inclusive el acto de cumplir el 69 constitucional. Un pequeño sismo se agregó al advertirle al Ejecutivo que no podría llegar a Palacio a ponerse al pecho la banda tricolor. Se multiplicaron los movimientos de tierra y no cesaron hasta el sábado: se impediría la ceremonia, no se le llamaría Presidente constitucional ni legal, y menos legítimo. Se avivó un antiguo tema de la filosofía del derecho sobre la diferencia de lo legal y lo legítimo, se canceló la serie de discursos con que los partidos políticos hacían prólogo al del presidente, se acusó a la presidenta del Congreso de traicionar a su partido, se prolongaron las dudas y polémicas, lo que muchos periódicos llamaron suspense hasta el momento mismo del acto que se suponía solemne.
Todas las corrientes subterráneas se escupieron por el cráter. Se canceló la posibilidad de un recinto alterno al construido por Pedro Ramírez Vázquez. El PAN invitó a 10 mil personas, incluido el Presidente, al Auditorio Nacional, en un exceso de soberbia, propio de quien se sabe dueño del circo. En la Cámara sólo el representante del partido Convergencia usó su derecho de hablar. La ceremonia se adelantó una hora 45 minutos, madrugón que tal vez desarmó algunas estratagemas de la oposición. La presidenta se rehusó a hacer actriz en el papel de receptora de documento y sus palabras, de austera dignidad, fueron omitidas de la televisión por alguna orden confusa en lo que pasa a la historia como la mancha más sucia de la jornada. Se ausentaron de la sala los legisladores del PRD, aplaudieron los del PAN pero fue una tarde fría en el interior y el exterior. Un acto minimalista, magro, esencial, desprovisto de todo adorno, con la eficacia de lo estricto y renuente a los lujos de lo superfluo.
Se podría decir que tratándose de un acto protocolario se le ha dedicado demasiado tiempo a la controversia y poco a la reflexión profunda. Pero mucho hay de ideas políticas si consideramos que no está a discusión el ritual sino las causas que han provocado su crisis, y a esas causas deben atender los políticos, porque millones de mexicanos anhelan una educación para todos, que no la hay; sistemas de salud para todos, que no existen; seguridad, que falta; orden social, que es deficiente; equidad económica y no la de los actuales contrastes mayores que nunca. Se ha hecho más amplia la distancia entre el país que tenemos y el que deseamos. Cumplido el requisito llega el momento de hacer frente a la realidad, hora de empezar a satisfacer carencias desesperantes. Desconfiemos de la frase hecha y errónea de que en este país no pasa nada. Sería grave equivocación considerar que la paciencia es eterna.
Hay algo en toda esta experiencia del 1 de septiembre que deja la inquietud de lo dudoso, a lo que le es aplicable la segunda acepción de la palabra “informe”: “Que no tiene la forma, figura y perfección que le corresponde...”. Con frecuencia el lenguaje llano de todos los días tiene más sabiduría que el jurídico de los letrados. La diferencia de significados encierra en los dos de la palabra “informe” un síntoma más de la urgente necesidad de enfrentar una realidad complicada.