LA CORRUPCION DE LOS PINOS
En los primeros días de cada de año es costumbre (todavía) del sistema político mexicano que hasta Los Pinos, residencial oficial del presidente, lleguen políticos, diplomáticos, gobernadores, magistrados, funcionarios, los amigos y los no tanto, para compartir con el mandatario los parabienes del año que se avecina.
Hasta Los Pinos llegó el 2 de enero de 1968 Luis Echeverría Álvarez para lo mismo y algo más: llegar a acuerdos con el presidente Díaz Ordaz sobre la política interna. Uno de ellos, los recursos para investigaciones y propaganda política.
El problema no estaba en cuánto y cómo usar los recursos, para eso Echeverría siempre tuvo toda la libertad y complacencia de Díaz Ordaz.
Más bien en cómo justificar ante los despachos contables el uso de dinero público para fines no justificados legalmente. Pero, a decir verdad, tampoco eso era un problema, siempre había una partida que pudiera absorber los gastos sin que se requiriera ningún tipo de comprobación.
El 2 de enero Echeverría salió de Los Pinos con otro acuerdo bajo el brazo.
Recursos “para los servicios de personal de planta y comisionados accidentales para la práctica de investigaciones y trabajos de propaganda de la más diversa índole, llegándose a dar el caso de que, por convenir así a un fin de gobierno, lleguen a emplearse elementos extranjeros en dichos servicios…
También suele ocurrir que la propaganda que en interés del país se realiza tanto en el territorio nacional, como más allá de las fronteras varias, es en condiciones tales que no es posible obtener comprobaciones de los gastos efectuados, y muchas veces, es necesario expresamente no pedir comprobación de algunas erogaciones…
Se exime a la Secretaría de Gobernación de la presentación de comprobaciones.
Así de fácil se hacían las cosas; visto en perspectiva, en ese año serían altamente necesarias tales libertades económicas. A fin de cuentas, todo era por el bien del país.