LAS AMENAZAS DEL CLERO NO HACEN MELLA EN LOS MEXICANOS
Carlos Martínez García
Embestidas clericales
Frecuentes, pero infructuosas han sido las embestidas clericales a la laicidad del Estado mexicano. Los atacantes han comprobado, una y otra vez, que a la mayoría de los ciudadanos no les asustan sus admoniciones ni sus amenazas de excomuniones. Con estupor están comprobando que en la sociedad mexicana está bien asentada la idea y práctica del laicismo.
Cuando me refiero a laicismo para nada lo hago en un sentido militante y perseguidor de las religiones, particularmente de la históricamente dominante en México. Uso el concepto en una acepción que significa libertad del dominio de las Iglesias en los asuntos públicos y políticas del Estado. La vigencia del laicismo en las sociedades plurales, o un término que algunos usan por considerarlo menos agresivo, el de laicidad, es la "... condición indispensable de cualquier verdadero sistema democrático (en el cual) el Estado debe velar por que a ningún ciudadano se le imponga una afiliación religiosa o se le impida ejercer la que ha elegido; ... el respeto a las leyes del país debe estar por encima de los preceptos particulares de cada religión. Las Iglesias pueden hacer recomendaciones morales a sus fieles, pero no exigirlas al resto de la comunidad, como a veces parecen pretender" (Fernando Savater, La vida eterna).
Los frentazos recibidos por el clero más intransigente y enemigo de la diversidad, y sus envalentonados aliados en las dos administraciones federales panistas, han sido contundentes para las causas que defienden. En el foxiato, y en lo que va del calderonismo, los interesados en hacer de los aparatos del Estado instrumentos al servicio de una óptica religiosa, cuyos principios compartirían la gran mayoría de mexicanos, han perdido en todas y cada una de las causas enarboladas. Las conciencias ciudadanas les han dado la espalda. Los clérigos y acompañantes, férreos partidarios de las imposiciones, se han visto fuera de tiempo y lugar ante una ciudadanía crecientemente crítica y celosa de sus decisiones éticas. Las derrotas culturales, la última sufrida en la despenalización del aborto en la ciudad de México, debieran hacer reflexionar a los altos clérigos sobre las profundas transformaciones experimentadas en el país.
Las cabezas visibles de las andanadas conservadoras entraron a los debates muy erosionados en su credibilidad, y salieron más debilitados. Bernardo Barranco ha señalado en estás páginas el desgaste acumulado del cardenal Norberto Rivera Carrera, que lo ha hecho muy vulnerable ante sus críticos. Me parece que esa vulnerabilidad no es nada más exclusiva de él, sino que es en buena medida compartida por las cúpulas clericales. Rivera Carrera, por más que diga lo contrario, ha visto desmoronarse su pretendida autoridad a causa de malos manejos de asuntos hoy muy sensibles en la opinión pública. Asuntos que van desde los contratos publicitarios para promover actos y espacios católicos, pasando por su cuestionable papel al minimizar abusos sexuales perpetrados por sacerdotes adscritos a su diócesis o de amigos (Marcial Maciel), y concluyendo con su reciente desempeño de pena ajena en el debate público sobre la ley despenalizadora del aborto.
El cardenal no ha estado sólo en su afán de hacer normas públicas creencias particulares. Le han acompañado personajes que estoicamente se resisten a comprender que solamente despiertan comentarios ácidos en su contra, a causa de su reprobable desempeño en el manejo de recursos públicos confiados a organizaciones que dicen servir a grupos vulnerables.
El mejor favor que podría hacerle a su causa Jorge Serrano Limón, el Provida mayor, es desaparecer de la escena pública. Quién sabe si para él las ridiculizaciones de que es objeto cada vez que aparece en público sean mandas religiosas que debe cumplir en pago por el asunto de las tangas. ¿Y qué decir de los legisladores panistas, cuyos discursos pretendidamente defensores de la vida nada más no conectaron con las conciencias de la plural ciudadanía defeña?
El estado de las derrotas culturales infligidas a los intereses del alto clero católico, y sus cajas de resonancia más recalcitrantes incrustadas en el PAN, lo revela un dato contundente: casi 90 por ciento de las mujeres que deciden interrumpir su embarazo se declaran católicas. En sus propios espacios los párrocos, obispos, arzobispos y cardenales simplemente han sido incapaces de convencer a su feligresía de las enseñanzas católicas y poner en práctica los principios éticos que de ellas se derivan. Como el ejercicio de la persuasión les arroja saldos muy negativos, intentan una y otra vez poner al servicio de sus intereses doctrinales a las instituciones estatales y gubernamentales.
Las embestidas contra la laicidad de la sociedad mexicana están lejos de cesar. Las añoranzas clericales se reagrupan para golpear al que consideran su enemigo: el Estado laico, cuya vigencia entre nosotros es defendida no tanto por los gobiernos panistas, pero sí por los ciudadanos en cada reto que les ha lanzado el conservadurismo clerical.
Frecuentes, pero infructuosas han sido las embestidas clericales a la laicidad del Estado mexicano. Los atacantes han comprobado, una y otra vez, que a la mayoría de los ciudadanos no les asustan sus admoniciones ni sus amenazas de excomuniones. Con estupor están comprobando que en la sociedad mexicana está bien asentada la idea y práctica del laicismo.
Cuando me refiero a laicismo para nada lo hago en un sentido militante y perseguidor de las religiones, particularmente de la históricamente dominante en México. Uso el concepto en una acepción que significa libertad del dominio de las Iglesias en los asuntos públicos y políticas del Estado. La vigencia del laicismo en las sociedades plurales, o un término que algunos usan por considerarlo menos agresivo, el de laicidad, es la "... condición indispensable de cualquier verdadero sistema democrático (en el cual) el Estado debe velar por que a ningún ciudadano se le imponga una afiliación religiosa o se le impida ejercer la que ha elegido; ... el respeto a las leyes del país debe estar por encima de los preceptos particulares de cada religión. Las Iglesias pueden hacer recomendaciones morales a sus fieles, pero no exigirlas al resto de la comunidad, como a veces parecen pretender" (Fernando Savater, La vida eterna).
Los frentazos recibidos por el clero más intransigente y enemigo de la diversidad, y sus envalentonados aliados en las dos administraciones federales panistas, han sido contundentes para las causas que defienden. En el foxiato, y en lo que va del calderonismo, los interesados en hacer de los aparatos del Estado instrumentos al servicio de una óptica religiosa, cuyos principios compartirían la gran mayoría de mexicanos, han perdido en todas y cada una de las causas enarboladas. Las conciencias ciudadanas les han dado la espalda. Los clérigos y acompañantes, férreos partidarios de las imposiciones, se han visto fuera de tiempo y lugar ante una ciudadanía crecientemente crítica y celosa de sus decisiones éticas. Las derrotas culturales, la última sufrida en la despenalización del aborto en la ciudad de México, debieran hacer reflexionar a los altos clérigos sobre las profundas transformaciones experimentadas en el país.
Las cabezas visibles de las andanadas conservadoras entraron a los debates muy erosionados en su credibilidad, y salieron más debilitados. Bernardo Barranco ha señalado en estás páginas el desgaste acumulado del cardenal Norberto Rivera Carrera, que lo ha hecho muy vulnerable ante sus críticos. Me parece que esa vulnerabilidad no es nada más exclusiva de él, sino que es en buena medida compartida por las cúpulas clericales. Rivera Carrera, por más que diga lo contrario, ha visto desmoronarse su pretendida autoridad a causa de malos manejos de asuntos hoy muy sensibles en la opinión pública. Asuntos que van desde los contratos publicitarios para promover actos y espacios católicos, pasando por su cuestionable papel al minimizar abusos sexuales perpetrados por sacerdotes adscritos a su diócesis o de amigos (Marcial Maciel), y concluyendo con su reciente desempeño de pena ajena en el debate público sobre la ley despenalizadora del aborto.
El cardenal no ha estado sólo en su afán de hacer normas públicas creencias particulares. Le han acompañado personajes que estoicamente se resisten a comprender que solamente despiertan comentarios ácidos en su contra, a causa de su reprobable desempeño en el manejo de recursos públicos confiados a organizaciones que dicen servir a grupos vulnerables.
El mejor favor que podría hacerle a su causa Jorge Serrano Limón, el Provida mayor, es desaparecer de la escena pública. Quién sabe si para él las ridiculizaciones de que es objeto cada vez que aparece en público sean mandas religiosas que debe cumplir en pago por el asunto de las tangas. ¿Y qué decir de los legisladores panistas, cuyos discursos pretendidamente defensores de la vida nada más no conectaron con las conciencias de la plural ciudadanía defeña?
El estado de las derrotas culturales infligidas a los intereses del alto clero católico, y sus cajas de resonancia más recalcitrantes incrustadas en el PAN, lo revela un dato contundente: casi 90 por ciento de las mujeres que deciden interrumpir su embarazo se declaran católicas. En sus propios espacios los párrocos, obispos, arzobispos y cardenales simplemente han sido incapaces de convencer a su feligresía de las enseñanzas católicas y poner en práctica los principios éticos que de ellas se derivan. Como el ejercicio de la persuasión les arroja saldos muy negativos, intentan una y otra vez poner al servicio de sus intereses doctrinales a las instituciones estatales y gubernamentales.
Las embestidas contra la laicidad de la sociedad mexicana están lejos de cesar. Las añoranzas clericales se reagrupan para golpear al que consideran su enemigo: el Estado laico, cuya vigencia entre nosotros es defendida no tanto por los gobiernos panistas, pero sí por los ciudadanos en cada reto que les ha lanzado el conservadurismo clerical.