Por María Teresa Jardí
viernes, 22 de junio de 2007
Cuando he comentado, por estos días, con familiares y amigos y muy en particular entre los que detentan o tuvieron cargos públicos, que el pueblo mexicano está harto de la corrupción y la mentira, del pisoteo a su dignidad y de la pobreza a grado tal que va llegando al punto del no retorno por la vía pacífica, me responden, acomodados económicamente todos ellos, que estoy equivocada porque los pueblos ya entendieron que la vía armada no es la respuesta.
Y al preguntarles cuál es entonces la respuesta en situaciones como las que el pueblo mexicano vive cada día, donde el cinismo es la regla y la risa su única recompensa, callan, porque, para esa pregunta, ya no tienen ninguna respuesta.
Porque, sí, es verdad que el plantón de Reforma enojó a muchos capitalinos que están hartos de marchas y plantones.
Pero no deja de ser curioso que cuando alguien defiende sus derechos, digamos, en el IMSS o en el ISSSTE o en cualquier dependencia pública, y me refiero a derechos tan elementales cómo el de ser atendido a la hora convenida, la respuesta de los que esperan, es el aplauso al que protesta.
Risa, sí, porque qué otra cosa podrían despertar las cínicas declaraciones del, generosamente bien pagado, ex presidente del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) José Fernando Ojesto Martínez Porcado, en el sentido de que, ante el impecable cómputo realizado por el tan honorable, respetado e impoluto IFE, "si alguien está bajo sospecha es la calidad cultural del pueblo de México, con lo doloroso que es esto. No sabe leer, no sabe escribir y menos sumar".
Podría despertar llanto, claro. Y, quizá, es lo que esperan, los cínicos políticos usurpadores del poder que hacen como que gobiernan, que lloremos los ciudadanos reducidos a analfabetas y de los que se puede seguir abusando hasta el fin de sus días, hasta creen, dado que no sabemos que dos más dos dan siempre como resultado cuatro.
En algún recodo de sus corruptas mentes deben guardar escondida, los impresentables políticos mexicanos, la inocultable evidencia de que cuando llora un pueblo lo hace por él y en cambio cuando se ríe de sus pésimos gobernantes ha llegado al límite de su resistencia.
La vía electoral evidentemente no es la vía para llegar a otra cosa que no sea la legalización del fraude. Cancelaron esa vía el IFE y el TRIFE para imponer a un usurpador que no puede brindar ni siquiera la seguridad más elemental a los ciudadanos a los que les robó su voto para llegar con un fraude.
Los partidos, evidenciada su corrupción incluso en los inmorales gastos abusivos de sus legisladores, lejos están de ser una opción de cambio.
Impresentable es Hank González, incluso como persona. Pero es evidente que si los yanquis le hubieran indicado a Calderón que él era el bueno, en lugar de señalarle lo contrario, el tribunal bajacaliforniano habría resuelto en el sentido ordenado por el imperio.
La reforma fiscal, otra tomadura de pelo. No hay reforma fiscal que valga si no se grava el capital de la empresa. Paraíso de los pederastas, de la prostitución y el juego, como en aquellas películas donde se caracterizaba la corrupción de los jerarcas católicos con actores gordos como demostración de la buena y lujuriosa vida que se daban, hoy vemos a Cartens reírse también del pueblo de México.
Olvidan los políticos, empresarios, jerarcas eclesiásticos y demás familias mafiosas que usurpan el poder, la sabiduría que suelen contener los refranes que recuerda el pueblo cada día. Quién ríe al último ríe mejor. Y los refranes, ya se sabe, que acaban por operar más temprano que tarde.
viernes, 22 de junio de 2007
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