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viernes, 22 de junio de 2007

CIUDAD PERDIDA

Miguel Angel Velázquez


El falso debate de las marchas

* Reprimir protestas para que hable la tele
*Distractor mediático de problemas reales

¡Que calle la gente para que hable la tele! Esa parece ser la consigna con la que ahora se pretende justificar la represión hacia la ciudadanía inconforme por la vida a la que le obligan sus gobernantes.

Que calle la gente, por la buena o por las malas. Si hay razón en la protesta no importa, el desacuerdo con el gobierno no puede expresarse en las calles, y menos si se molesta a los que en su automóvil se ven obligados a incumplir con las reglas del juego del dinero, a las que los ha encadenado el pago de la tarjeta de crédito, la mensualidad en el colegio de los hijos, la renta y el abono del automóvil, entre otras, porque un grupo de gente que ya casi nada tiene que perder, les impide el paso.

Que hable la tele, que desde allí se trastoquen sus valores, que los culpables no sean quienes cometen la injusticia, quienes roban la voluntad del voto o los impuestos, no, que los culpables sean quienes se declaran inconformes. Que hable la tele para que se les condene, para que las frustraciones del que viaja en automóvil encuentren el blanco perfecto en la víctima del poder, y lo lazos de la solidaridad se rompan, desaparezcan para que ¿vivamos mejor?

Bien podríamos decir que se trata de un debate falso, como los que acostumbran levantar, o de un simple distractor frente a los problemas que sí afectan a toda la ciudadanía, pero el debate sobre la represión a la marchas en la ciudad de México es algo mucho más profundo que los simples berrinches de la derecha escandalizada porque un grupo de profesionales de la agitación, según dicen, cierra una vialidad para tratar de llevar agua a su molino.

Debemos confesar que no hace mucho tiempo nos cuestionábamos por la efectividad de las marchas como instrumento de presión hacia las autoridades que incumplen con su deber o cometen injusticia hacia la gente. La interrogante surgió porque resulta muy claro que desde los medios de comunicación masivos las causas de las protestas callejeras se han olvidado, no así sus efectos.

Resulta, por ejemplo, que todos nos enteramos que hay un grupo de personas que impiden el paso, digamos que en alguna de las avenidas de la ciudad. Nos enteramos también que debido a la acción de ese grupo se produjeron problemas viales de tal o cual magnitud, y que el bloqueo tardó algún número de horas, pero lo que no sabemos, regularmente, es por qué ese grupo decidió impedir el paso de vehículos -ojo, vehículos- por tal o cual avenida.

En fin, nos enteramos que un grupo de locos que encabeza un cuasi terrorista nos impidió el paso, y sabemos que están locos porque ya nos lo dijeron, una y otra vez por la radio y por la tele. No explicaron que la Ley del ISSSTE es un buen robo contra el que no debemos protestar, y que si por necios queremos ir a las calles, lo único que merecemos son las macanas, pero nunca que se nos resuelvan los problemas.

Pero además ya se nos dijo que son los policías del DF los que tienen que infligir el castigo que apacigüe nuestras ardientes conciencias. No importa, tampoco, que sean otros los que causen el problema. Si la solución son las macanas que las use el gobierno de Marcelo Ebrard, ya nos lo dijo la tele.

Lo malo de todo esto es que las marchas, los plantones, las protestas callejeras, cumplen, también, otro fin, impiden que los que protestan conviertan su discrepancia en la razón que pueble los montes de gente que sabe que están cerrados todos los otros caminos para la protesta.

Y, ¡cuidado!, tal vez eso se busque, el motivo para silenciar con el uso legítimo de la fuerza a los inconformes, para siempre, y así dejar que sea la tele la que hable. Marcelo Ebrard se juega mucho en su decisión de guardar las macanas y dejar que las protestas continúen, pero su decisión la pagará, estamos seguros, con horas y horas de epítetos en su contra. Ni modo. Así es la justicia azul.